Un día entré a una boutique, porque ya había agotado todos mis recursos y porque tenían una pancarta gigante enfrente llena de porcientos. Como siempre me pasa las vendedoras tratan de convencerme de que la talla que estoy buscando no es mi talla, “mides cómo qué; 5’5” y pesas como 120 lb, es imposible que ese sea tu size”. Mido cinco pies con una pulgada y media que no cuenta para nada y las otras cuatro pulgadas me las suplo con tacones sin importar para donde voy o el sufrimiento que pueda causarle a mis pies, la belleza duele, eso dicen. Las libras por lo tanto estan más o menos acertadas dependiendo el momento preciso del mes. Luego tengo que explicarles que mi cuerpo engaña y que soy pequeñita arriba e inversamente proporcional abajo y prefiero que quepa la parte inferior de mi cuerpo y luego cortar la tela que sobre. Una señora mayor, cubana, me rescató de las pirañas y me dijo: “tú lo que necesitas es un traje línea A”, y me sacó un traje que no me gustó para nada, fuscia, con pinceladas doradas, yo soy plateada, blanco y negro. Pero accedí en agradecimiento por el rescate y me medí el traje que resultó quedarme (modestia ausente) espectacular. La señora me explicó que ese era el corte perfecto para la estructura de mi cuerpo, cosa que nadie tuvo la bondad de informarme antes, en los miles de calvarios similares. Y de momento suspira y me dice: “por tu vida mi santa, pero qué trapecio tan hermoso tú tienes”. Yo sonrío y le doy las gracias de rigor. “Tú no sabes lo que la mayoría de mis clientas darían por un trapecio así algunas hasta se lo maquillan.” Y yo me río con la risa nerviosa esa que me sale cuando no sé qué decir, la señora se retira y le pregunto a mi madre, qué carajo es un trapecio? Y me señala toda la parte entre mi cuello y mi pecho. Y justo ahí, esa zona donde yo sólo reconocía la clavícula se convirtió en mi trapecio.
Mi clavícula es la única parte del cuerpo que me he fracturado en mi vida. Sí, así de atlética soy. Cuando tenía 3 ó 4 añitos mi papá estaba cocinando y yo estaba sentada encima del mostrador de la cocina, mi mamá sujetándome y papi le dice a mami que mire o pruebe algo, mami se acerca a él y yo me inclino para ver también y me fui de boca y me fracturé la clavícula. La curiosidad es un deporte peligroso. Cuando me río mucho, de esas carcajadas prolongadas que te sacan las lágrimas y después te hacen sentir aliviado como después de un estornudo o de otras cosas, a mí me provoca un dolor agudo en la clavícula, en un lado en partícular. Tengo la clavícula de una persona muchísimo más flaca que yo, huesuda, tal vez por eso fue fácil de romper.
Hay un poemario que se llama barrunto y el sonido de esa palabra me enamoró sin saber lo que significaba, cosa que me suele pasar. Oficialmente barrunto viene de barruntar, presentir, pero en Puerto Rico le llaman barrunto a un malestar en los huesos o en las coyunturas cuando va a llover, lo dicen las abuelas, que las heridas viejas se resienten ante el presentimiento de lluvia. Cuando me río mucho, me duele la clavícula y luego me duele tanto que me dan ganas de llorar, barrunto de la peor calaña, la parte más bonita de mi cuerpo se niega a olvidar que algún día se rompió. Ni siquiera recuerdo la caída y aunque alguna gente diga que es imposible yo tengo memoria desde mis dos. Mi madre nos decía cuando a mi hermano y a mí nos daba pavera: ríanse mucho, ríanse que después van a llorar, de seguro se lo decía mi abuela a ella y a mi abuela mi bisabuela y así consecutivamente la maldición de generación en generación. Cuando me siento feliz, soberanamente feliz, a la misma vez siento miedo, siento pavor, porque sé que ahí está la verdadera teoría de la relatividad. Después de la tempestad viene la calma dicen, y yo digo: después de la calma qué viene: quisiera decir otra cosa pero mi experiencia vital me dice que viene una tempestad mucho peor. Y muchas veces la tempestad no es realmente peor, pero uno va acumulando tempestades, fracturas, barruntos y lo que la primera vez se enfrentó con toda la valentía del mundo, uno lo enfrenta herido, con menos municiones, con la embarcación remendada, con miedo por la vividez del recuerdo. Mi madre dice que la primera vez que se fue de parto, si se le puede llamar así cuando el doctor te ordena que vayas al hospital a parir no sintió miedo, pero la segunda vez, tan pronto pisó el hospital se aterrorizó porque lo recordó todo, el primer parto completo, vividamente, esas imágenes que nunca volvió a ver en todos esos años se le avalanzaron de golpe. Mi colombiano favorito lo dice mejor: la nitidez perversa de la nostalgia.
Nos pasa con muchas cosas, se me cierra el estómago si entro al restaurante donde alguna vez fui muy feliz. Y poco a poco uno termina siendo herido con demasiada facilidad, hasta cuando menos se lo espera, cuando uno ya se ha dado de alta emocional. Prendo la radio y sale Franco De Vita y dice: “ y por qué dejamos que esto se fuera tan lejos, que se nos escapara de las manos…” y no puedo dejar de llorar y soy una persona feliz, relativamente feliz. Pero hace mucho tiempo alguien me dejó de querer o tal vez nunca me quiso y aunque estoy sanada, cuando escucho esa frase algo dentro se vuelve a romper. Es el presentimiento de lluvia, yo me trepo con facilidad en cualquier mostrador y no pienso en caerme. Pero amo mucho y entrego mucho y a veces el barrunto me come viva. Porque mi espíritu es una carretera boricua, llena de hoyos que rellenan con un poco de brea, y al primer diluvio, la abertura original se convierte en un cráter.
Hay un tipo de llanto, que es tan fuerte que se pone el cielo blanco, que se nubla la vista, que parece que cambian las dimensiones de la habitación y que el aire no puede llegar a donde debería. Clínicamente, humanamente, el dolor emocional es tan abrumador que el cuerpo intenta apagarlo, como sea, el cuerpo no es bruto dice mi costurera, a veces uno sí lo es. Como los knock outs en el boxeo, el cerebro da vueltas dentro del cráneo y llega el momento donde el cuerpo no aguanta más y se derrumba. En mi isla llueve y el tráfico se convierte en un funeral gigante. Tengo un amigo que dice que es como si lloviera pega y los automóviles dejan de moverse. En un país donde las casas tienen más carros que gente, llueve y nos detenemos. Todo se inunda, la electricidad colapsa, los carros se hunden, las alcantarillas se revientan y algunos lloramos en los carros. Porque a veces no hay tiempo, porque no sabemos dónde duele y abrimos los ojos por las mañanas lentamente con miedo a levantarnos y que ese dolorcito todavía esté ahí, o lo que es peor que nunca se haya ido en realidad. Porque eso es lo mágico de las rupturas; no todas se curan con el tiempo, a veces una cicatriz en la piel ya añeja al exponerse a altas temperaturas reaparece como si estuviese acabadita de hacer. Cuando pasa mucho tiempo y no me duele la clavícula, me da tristeza porque pienso que tal vez ya no me río como antes.
A veces miro a mi abuela que no sabe si llueve o escampa. Y me pregunto si mi primer amor tenía razón, si tal vez mi abuela tenía tantas memorias tristes que decidió olvidar, si tal vez ese olvido que es tan terrible para nosotros para ella es la única cura posible a su barrunto.
Ayer cayó un diluvio y me pregunté si mientras llovía a alguien le dolía un hueso y pensaba en mí.
3 comentarios:
Ya sé cuál era la palabra que estaba buscando esta mañana cuando me levanté y el cielo sevillano estaba nublado y con unos vientos con sabor a tromba marina. Gracias!
qué lindo lo de barrunto! Y en el pròximo aguacero pensaré en ti.
hola edmaris! veo que sí que escribes. tus textos siempre tienen un enganche más allá de lo que uno puede controlar, un atractivo extraño... intuyes el texto larguísimo, no tienes tiempo para acabarlo, quieres dejarlo pero no puedes... y sigues leyendo, enredada en las palabras (y sin escape posible) hasta el punto final (con gusto a puntos suspensivos). es lo que siempre me ha encantado de cómo escribes... un monólogo enredado, que atrapa.
barrunto y barruntar son palabras bellísimas. en españa también se utilizan para los dolores de huesos que anuncian mal tiempo. la consecuencia de la herida, de la rotura... presentimientos de tormentas.
me encanta tu barrunto. me encanta cómo te proyectas en el texto. gracias por devolverme un pedacito de esa isla que a veces se olvida por querer cerrar una herida. gracias por abrírmela un poco. las cicatrices tienen su función contra la desmemoria.
un abrazo enorme,
maite aragón
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