Llevo días escribiendo cosas sin terminarlas. Llego justo al meollo del asunto, las guardo y no las vuelvo a tocar. Hay gente que le llama bloqueo del escritor. Yo no creo. Estoy escribiendo pero no terminando y por consiguiente no publicando. Intento ejercicios de escritura que nos enseñaron en la escuela, hago listas de palabras con una sola letra: amante, aliado, analogía, antorcha, arenque, amonestación, aligerar, adiestrar, anotar, antiguo, alegre, anoche, absurdo, ayer, alas, alambre, amarillo, alemán, aturdida, amanecida, anestesiada, alocada, arrepentida, ansiosa, arcilla, ardilla, amarre, astucia, alarma, azul, ancestral, ardiendo, ardor, amor, alcohol… y no lo consigo. Hago listas de palabras que me gustan: humedad, melancolía, barrunto, amante, analogía, bruma, altura, espalda, columna, pelvis, lunares, ombligo, julio, cerveza, despegue, mareo, orilla, vértice, amanece, persona… Pienso que sin darme cuenta estoy feliz. Y por eso no puedo escribir. Porque no sé cómo eso se escribe. No sé cómo se describe la felicidad que me produce pelar una papaya en las mañanas y hacerme una batida con vainilla, leche de almendras y azúcar morena. No sé articular que abrir la nevera y ver botellas verdes de más de un tamaño inevitablemente me hace sonreír. Quizás porque me parece inocuo el quitarme los tacones y tirarlos donde me parezca y que eso me produzca un profundo placer. Que el hecho de que mis ventanas se abran hacia arriba me hace sentirme con suerte. Que me alegra mi existencia la existencia de personas con nombres aún más impronunciables e imposibles de escribir que el mío. Que mi vida se facilita porque mi celular tiene un teclado, no tiene acentos pero tiene la letra v. Que ando con el pelo más enmarañado que nunca, que he vuelto a usar pantallas largas, pulseras que suenan, faldas más cortas de lo prudente, telas más transparentes de lo que sería decente y de pronto me reconozco.
Que mi cuerpo se ha acomodado plácidamente a la grandeza y ocupo mi cama entera sin dificultad. Que de vez en cuando me acuesto con trastera y en el fondo me da igual. Que me baño y no me seco y salgo con el pelo chorreando por todo el piso del apartamento y de vez en cuando me tropiezo con mis propios rastros y me río y me vuelvo a levantar. Tengo un espacio que huele a lo que yo quiero que huela: a gardenias unos días, a vainilla otros, a lavanda a veces y a avellana y a incienso otras tantas. Que me camino desnuda por la cocina y no le he puesto cortinas a las ventanas. Que en mi casa se escucha Sinatra, Sabina, Estopa, Buble, Bebe, Serrat y nada más. Que no tengo cable y no lo extraño. Que hay gente bonita que aprende de mí, que aprende conmigo y me lo dice. Que ya no me siento culpable de no sentirme culpable. Que estoy sola con el mundo y contra él y no me siento sola. Que realmente no importa si estoy lista o no. Que no me da la gana de sentirme mercancía de piso, aunque no tan en el fondo lo soy. Que hace tiempo dejé de ser presentable, quizás nunca lo fui. Que trato a mis perros como gente y ellos hacen lo mismo a cambio. Que de vez en cuando, (lo confieso) me cubro y me voy sola a la Iglesia y me siento totalmente perdida durante una hora entera, así que rezo en mi mente como me enseñaron. No sé cómo se escribe que me basta con que me hagan reír, no sé si se debe escribir que ando sin prisa pero ando, que tal vez no tengo intenciones específicas pero las tengo. Quizás me creo que escribirlo lo vuelve real y tengo problemas con creerme que me siento feliz. No tengo todo lo que quiero ni tan poco todo lo que me merezco pero tengo. Tengo tantas cosas, tanta gente, tantas palabras, tantos papeles llenos de frases que vuelan por toda mi casa. Que estoy conciente que perdí, tengo un inventario de lo perdido. Pero tengo una amiga contable y estoy segura de que si me saca las cuentas me escribe un positivo en la frente. No me sé las reglas del juego, pero estoy jugando. Torpemente porque no tengo coordinación, ni coherencia, no tengo diplomacia y mucho menos cartas de recomendación. No sé esperar, no sé callarme, y siempre siempre digo más de lo que debo, para algo me pusieron una boca de semejante tamaño. Las quiebras económicas en algún momento casi se borran y todas las demás también. Tal vez mi crédito se ha renovado, quizás mis porcientos suben como quien no quiere la cosa y yo prefiero no decirlo mucho para no salarme. El año se encariña conmigo poco a poco. Así que intento escribir una lista de palabras felices y parece una lista de compras: papaya, chocolate, almendras, caramelo, beso, películas, fresa, queso, música, espuma, risa y de nuevo cerveza.