Por primera vez en la vida recibí mi periodo con nostalgia. Este debe ser mi periodo número cientocuarentaypico y los he recibido con fastidio, con dolor, con alivio, con pereza, con alegría, con resignación, pero nunca hasta ahora con nostalgia. Había adoptado el brindis de una amiga, que le decía infaliblemente a sus amantes predilectos, espero que celebremos muchas menstruaciones juntos. Siempre he tenido la maldición de sentir todos los malestares posibles: dolor de espalda, de cabeza, retortijones, hipersensibilidd en los senos, cambios de humor, antojos, mala circulación, estreñimiento, el cutis declarado zona de desastre, y encima periodos largos, infinitos, frondosos, angustiosos, eternos y hemorrágicos. Cuando estoy en esos días casi no me visto de blanco, ni de crema, ni de ningún color pastel, pero la regla es nunca vestirme de rojo, me parece morboso, cruel, casi casi vulgar. Además un amigo me decía que cuando estoy en menstruación lo único que me falta es ponerme un cartel que lo anuncie. Se me hunden los ojos, me da cansancio o más bien pereza, me peino aún menos y lloro hasta si me miran mucho. Me inflo o al menos así me siento, como si retuviera todas las lágrimas pasadas y todas las que están por venir. En esos días hasta me permito tenerme pena, lo cual es un pecado capital para mí. No sé si es totalmente hormonal, o tiene que ver con el hecho de sentirse húmeda, incómodamente húmeda, y encima andar con una fracción de pañal puesto, y usar ropa interior matapasiones incómoda y fea, que mantenga todo en su lugar. Recuerdo la primera vez que disfruté de esa mezcolanza de dolencias, que de niña una por alguna extraña razón, una quiere tener, es como si fuera vergonzoso que las demás lo tengan y una no. Ser la última en caer es como ser la última en dejar de jugar con sus muñecas. No fui la última en caer, pero fui la última en deshacerse de sus muñecas, recuerdo botarlas todas y luego llorarle a mi madre que me comprara una o dos porque las quería tener de nuevo. Cuando dejé de tenerlas sentí nostalgia.
Nunca he querido ser mamá, al menos llevo tanto tiempo repitiéndolo que a veces no sé si es verdad o es como cuando uno dice que no le gusta cierto alimento, yo no como zetas, yo no como zetas y un día las prueba y sí te gustan pero tal vez a los 10 años no te gustaban y nunca te detuviste a probarlas, dándoles el beneficio de la duda de que quizás probaste unas zetas enlatadas o mejor aún que el paladar se te ha refinado y era un gusto adquirido y de repente sí te gustan. Ser madre nunca ha sido mi sueño, ni mi propósito vital, quizás está en algún lugar de mi lista, al menos no en las primeras cinco páginas. Por mucho tiempo pensé que sencillamente no estaba capacitada. Recuerdo que estaba en una clase de italiano conversacional con una amiga, de la cual no sé hace casi un año y a quien recuerdo con un poco de rabia y muchísima nostalgia, y nos preguntaron cuántos hijos queríamos tener y ella respondió: Nessuno. Un imbécil de la clase empezó a decirle que cuáles eran sus razones, no perder la figura, poder viajar, y otro mar de sandeces y motivos superficiales, y ella le contestó, en español, idioma prohibido en aquel salón de clases: tengo endometriosis desde los once años, desde los quince me dijeron que era muy poco probable que yo pudiera reproducirme, me he hecho a la idea de que no voy a tener hijos, prefiero pensar que no quiero tenerlos a quererlos y no poder tenerlos de todos modos. Desde ese día se me sembró una duda en el vientre. Una duda que ha podido más que mis teorías de que siempre hay que escoger, que aquello de que se puede tener todo en la vida es otra mentira maquiavélica, otro cuento de hadas. Sobre todo para nosotras, todavía, hay que ser amante o madre, profesional o esposa, maternal o sensual, y creo que estoy envejeciendo prematuramente, porque me da nostalgia pensar hasta que creí en todas esas cosas con tanta pasión, más pasión que convicción, característico en mí. Y esa duda de qué tal vez yo tengo un don, que mi amiga daría lo que no tiene por tenerlo: un cuerpo apto. Y a pesar de que me repito mis seudo razones para rechazar la posibilidad de la maternidad: que puede destruir mi matrimonio, que no quiero ser una madre con pelo corto y conjuntos de estampados de flores, que no quiero sacarme un seno en público como si fuese un biberón y olvidar que alguna vez ese seno fue una zona erógena, que me rehúso a que mi único tema de conversación por meses sea la lactancia, o peor aún lactar a un niño hasta que entre a preescolar. Que no quiero conversar exclusivamente sobre tal o cual mueca nueva, que no puedo olvidar como era ser yo antes de ser mamá, que me aterra amar así tan desmedidamente que llegue el momento que me parezca natural lo doloroso que es amar así. Que no quiero que nadie dependa absolutamente de mí, porque apenas me puedo cuidar yo misma. Me aterrorizaba y me aterroriza tomar una decisión de la cual no me puedo zafar nunca, ni con el mejor abogado del mundo. Que soy torpe y despistada, impulsiva y poco tolerante y puedo cometer errores que le traumaticen la vida a alguien. Que renuncio a la responsabilidad de ponerle un nombre a un ser, que tal vez lo deteste la vida entera. Me da terror sentirme amarrada, por eso me casé con el ser más libre del mundo, para que los nudos fueran otros. Busco cualquier excusa, contra ese poder creador que tengo en algún lugar detrás del ombligo; que tengo muchas metas, que quiero viajar a muchos sitios, que este país es un lugar terrible para criar un niño, que no tenemos las condiciones económicas necesarias, que el mundo está sobre poblado, que tantos niños sin hogar, que no quiero que algo me vuelva capaz de soportar cualquier cosa con el pretexto de un hogar estable, que tengo que terminar de estudiar, maestrías, juris doctors, doctorados, lo que aparezca para entonces pensarlo, que mi pareja es mayor que yo, que cuando sea el momento ideal ya no tendremos las energías, o la ingenuidad o el útero en las condiciones adecuados o el conteo de esperma óptimo. Que por qué siempre hay un próximo paso obligatorio, una próxima pregunta, y cuándo te gradúas, y cuándo empiezas a estudiar y cuándo terminas, y cuándo empiezas maestría, y cuándo te comprometes y cuándo te casas y cuando tienen bebés y cuándo van a tener otro y cuándo van a buscar la nena, y cuándo vienen los nietos. Y tal vez es un divague del periodo porque siempre hay una bendita hormona que culpar, pero a veces me derrumbo y odio que la gente me pregunte que quién me va a cuidar cuando sea vieja, porque hay tantos viejos en asilos con docenas de hijos y cientos de nietos y nadie los visita ni les lleva donas, así que no es un incentivo suficiente.
Tengo un niño, que no es mío, que lo amo tanto que se me alfileretea la tráquea, que cuando lo hago llorar quiero matarme, que desearía que la madre se consiguiera un hombre millonario que la hiciera feliz y se la llevara lejos y me dejara al niño a mí, para majarle viandas, para pasarle hilo dental, para cortarle las uñitas, para ponerle crema en su piel que huele a pan sobao, para sobarle la frente hasta que se duerma, aunque nunca me vaya a decir mamá, aunque crezca y se olvide de mí, aunque no me invite a su boda, aunque nunca vaya a tener nietos. Y me aterra pensar, que ese lazo depende de tanta gente menos de nosotros, y que si el papá me deja de querer un día, no voy a poder volverlo a ver. Y su memoria todavía es muy chiquita y su potestad aún menor. Y la gente me dice deja que tengas los tuyos y a mí no me importa, porque ese bebé es mi maestro, y puedo tener mi propia docena de niños, pero a ese niño no lo amo porque lo tenga que amar, no lo amo porque me creció dentro, ni siquiera lo amo por ser una maquetita o una extensión del hombre que amo, lo amo porque no puedo evitarlo, porque él me enseñó la ternura, porque cuando ya no creía en la bondad, la encontré en sus carcajadas, porque cuando me dice bella, yo sé que me ve por todos lados y lo siente así. Ese niño es tan mío, que siento punzadas en el corazón y cuando me despierto está llorando, es tan mío que cuando tiene tos por las noches le pido a Dios que me la dé a mí y se la quite a él, es tan mío que me vuelvo una fiera y no me reconozco cuando alguien lo lastima, aunque sea otro chiquillo de cuatro años. Es tan mío que odio por primera vez, odio a su madre porque es su mamá, y eso nada lo va a cambiar, porque quisiera que lo amara más o que al menos lo amara mejor, pero yo no soy nadie para medirlo, no tengo voz ni voto. Yo no quisiera amar así, muchas veces no quisiera ni tan siquiera amar a su padre como lo amo, porque me parece que va contra mi naturaleza viajera, egoísta y caprichosa, porque detesto perder el control, me aterra depender y me parece como si el amor me hubiese licuado la piel y cualquier cosita me podría llegar a las venas a la menor provocación. Quisiera ser una madrastra cordial, poder tocarle la cabecita, darle una palmadita o decir como dice mi ex sicóloga: repítelo no es tu responsabilidad, no es tuyo. Como si yo no lo supiera, como si no me amarra la lengua a las amígdalas cuando no puedo intervenir en las decisiones que lo envuelven. Me casé con un papá y pensé que eso me salvaba un poco, yo no quería ser mamá, así que no le estaba negando a él la paternidad, y listo: todos contentos.
De repente se me atrasa el periodo un día y ya siento náuseas, y me compro una prueba de embarazo, demasiado prematuramente, y me muero de la vergüenza al pedirla, y me sonrojo al pagarla, y guardo la caja en la cartera y me encuentro petrificada con un plástico meado en una mano y un reloj, a punto de un ataque de pánico, mirando la rayita de prueba y no aparece ninguna otra y siento un alivio inmenso. Y repaso que me faltan tantas cosas: carrera, estabilidad, sueños por cumplir, lugares por visitar, escapes lujuriosos, fotos de desnudos míos cuando todavía mi cuerpo merece ser retratado, todo el alcohol que he bebido en estos días, que no tomo los 450 mg de ácido fólico que debería. Decido celebrar, hacer ejercicios, tatuarme de una buena vez, hacer el amor en más lugares de la casa, usar dinero del préstamo estudiantil para viajar, vivir como recién casada, que la vida ha sido dura y bondadosa conmigo, yo sabía que era negativo, tomo pastillas, si hubiese sido positivo, sería o muy mala suerte o un gran milagro.
Así que la vida continúa, como si ese instante no hubiese ocurrido, simplemente tuve un desvarío, probablemente hormonal. Varios días después se me llena el inodoro de garabatos y espirales escarlatas y siento deseos de llorar. Y me siento más sola que la una. Y mi existencia me parece leve, y me avergüenza decírselo a alguien. Y ese día, yo sintiéndome inexplicablemente miserable, él llega tarde y le confieso que me hice una prueba de embarazo y él pregunta qué tal, con ese temple envidiable y yo le digo que no. Que salió negativo, que gracias a Dios. Se lo digo por herirlo porque cuando estoy adolorida me afeo por dentro. El me abraza por la espalda, y me acerca todo su cuerpo caliente, desde la barbilla en mi hombro hasta el tobillo sobre mi tobillo y me susurra, ¿por qué gracias a Dios? Y me besa la nuca con ternura y yo suspiro y me siento culpable, y me permito una lágrima porque está oscuro, y pienso que hubiese sido lindo y que Iván viene mañana. Y recuerdo que la primera frase que subrayé y anoté al final de un libro fue la nitidez perversa de la nostalgia. Me la memoricé como si fuera un mantra y de vez en cuando me la repito, porque el Gabo no será Dalai Lama, pero tiene su sabiduría.
Nunca he querido ser mamá, al menos llevo tanto tiempo repitiéndolo que a veces no sé si es verdad o es como cuando uno dice que no le gusta cierto alimento, yo no como zetas, yo no como zetas y un día las prueba y sí te gustan pero tal vez a los 10 años no te gustaban y nunca te detuviste a probarlas, dándoles el beneficio de la duda de que quizás probaste unas zetas enlatadas o mejor aún que el paladar se te ha refinado y era un gusto adquirido y de repente sí te gustan. Ser madre nunca ha sido mi sueño, ni mi propósito vital, quizás está en algún lugar de mi lista, al menos no en las primeras cinco páginas. Por mucho tiempo pensé que sencillamente no estaba capacitada. Recuerdo que estaba en una clase de italiano conversacional con una amiga, de la cual no sé hace casi un año y a quien recuerdo con un poco de rabia y muchísima nostalgia, y nos preguntaron cuántos hijos queríamos tener y ella respondió: Nessuno. Un imbécil de la clase empezó a decirle que cuáles eran sus razones, no perder la figura, poder viajar, y otro mar de sandeces y motivos superficiales, y ella le contestó, en español, idioma prohibido en aquel salón de clases: tengo endometriosis desde los once años, desde los quince me dijeron que era muy poco probable que yo pudiera reproducirme, me he hecho a la idea de que no voy a tener hijos, prefiero pensar que no quiero tenerlos a quererlos y no poder tenerlos de todos modos. Desde ese día se me sembró una duda en el vientre. Una duda que ha podido más que mis teorías de que siempre hay que escoger, que aquello de que se puede tener todo en la vida es otra mentira maquiavélica, otro cuento de hadas. Sobre todo para nosotras, todavía, hay que ser amante o madre, profesional o esposa, maternal o sensual, y creo que estoy envejeciendo prematuramente, porque me da nostalgia pensar hasta que creí en todas esas cosas con tanta pasión, más pasión que convicción, característico en mí. Y esa duda de qué tal vez yo tengo un don, que mi amiga daría lo que no tiene por tenerlo: un cuerpo apto. Y a pesar de que me repito mis seudo razones para rechazar la posibilidad de la maternidad: que puede destruir mi matrimonio, que no quiero ser una madre con pelo corto y conjuntos de estampados de flores, que no quiero sacarme un seno en público como si fuese un biberón y olvidar que alguna vez ese seno fue una zona erógena, que me rehúso a que mi único tema de conversación por meses sea la lactancia, o peor aún lactar a un niño hasta que entre a preescolar. Que no quiero conversar exclusivamente sobre tal o cual mueca nueva, que no puedo olvidar como era ser yo antes de ser mamá, que me aterra amar así tan desmedidamente que llegue el momento que me parezca natural lo doloroso que es amar así. Que no quiero que nadie dependa absolutamente de mí, porque apenas me puedo cuidar yo misma. Me aterrorizaba y me aterroriza tomar una decisión de la cual no me puedo zafar nunca, ni con el mejor abogado del mundo. Que soy torpe y despistada, impulsiva y poco tolerante y puedo cometer errores que le traumaticen la vida a alguien. Que renuncio a la responsabilidad de ponerle un nombre a un ser, que tal vez lo deteste la vida entera. Me da terror sentirme amarrada, por eso me casé con el ser más libre del mundo, para que los nudos fueran otros. Busco cualquier excusa, contra ese poder creador que tengo en algún lugar detrás del ombligo; que tengo muchas metas, que quiero viajar a muchos sitios, que este país es un lugar terrible para criar un niño, que no tenemos las condiciones económicas necesarias, que el mundo está sobre poblado, que tantos niños sin hogar, que no quiero que algo me vuelva capaz de soportar cualquier cosa con el pretexto de un hogar estable, que tengo que terminar de estudiar, maestrías, juris doctors, doctorados, lo que aparezca para entonces pensarlo, que mi pareja es mayor que yo, que cuando sea el momento ideal ya no tendremos las energías, o la ingenuidad o el útero en las condiciones adecuados o el conteo de esperma óptimo. Que por qué siempre hay un próximo paso obligatorio, una próxima pregunta, y cuándo te gradúas, y cuándo empiezas a estudiar y cuándo terminas, y cuándo empiezas maestría, y cuándo te comprometes y cuándo te casas y cuando tienen bebés y cuándo van a tener otro y cuándo van a buscar la nena, y cuándo vienen los nietos. Y tal vez es un divague del periodo porque siempre hay una bendita hormona que culpar, pero a veces me derrumbo y odio que la gente me pregunte que quién me va a cuidar cuando sea vieja, porque hay tantos viejos en asilos con docenas de hijos y cientos de nietos y nadie los visita ni les lleva donas, así que no es un incentivo suficiente.
Tengo un niño, que no es mío, que lo amo tanto que se me alfileretea la tráquea, que cuando lo hago llorar quiero matarme, que desearía que la madre se consiguiera un hombre millonario que la hiciera feliz y se la llevara lejos y me dejara al niño a mí, para majarle viandas, para pasarle hilo dental, para cortarle las uñitas, para ponerle crema en su piel que huele a pan sobao, para sobarle la frente hasta que se duerma, aunque nunca me vaya a decir mamá, aunque crezca y se olvide de mí, aunque no me invite a su boda, aunque nunca vaya a tener nietos. Y me aterra pensar, que ese lazo depende de tanta gente menos de nosotros, y que si el papá me deja de querer un día, no voy a poder volverlo a ver. Y su memoria todavía es muy chiquita y su potestad aún menor. Y la gente me dice deja que tengas los tuyos y a mí no me importa, porque ese bebé es mi maestro, y puedo tener mi propia docena de niños, pero a ese niño no lo amo porque lo tenga que amar, no lo amo porque me creció dentro, ni siquiera lo amo por ser una maquetita o una extensión del hombre que amo, lo amo porque no puedo evitarlo, porque él me enseñó la ternura, porque cuando ya no creía en la bondad, la encontré en sus carcajadas, porque cuando me dice bella, yo sé que me ve por todos lados y lo siente así. Ese niño es tan mío, que siento punzadas en el corazón y cuando me despierto está llorando, es tan mío que cuando tiene tos por las noches le pido a Dios que me la dé a mí y se la quite a él, es tan mío que me vuelvo una fiera y no me reconozco cuando alguien lo lastima, aunque sea otro chiquillo de cuatro años. Es tan mío que odio por primera vez, odio a su madre porque es su mamá, y eso nada lo va a cambiar, porque quisiera que lo amara más o que al menos lo amara mejor, pero yo no soy nadie para medirlo, no tengo voz ni voto. Yo no quisiera amar así, muchas veces no quisiera ni tan siquiera amar a su padre como lo amo, porque me parece que va contra mi naturaleza viajera, egoísta y caprichosa, porque detesto perder el control, me aterra depender y me parece como si el amor me hubiese licuado la piel y cualquier cosita me podría llegar a las venas a la menor provocación. Quisiera ser una madrastra cordial, poder tocarle la cabecita, darle una palmadita o decir como dice mi ex sicóloga: repítelo no es tu responsabilidad, no es tuyo. Como si yo no lo supiera, como si no me amarra la lengua a las amígdalas cuando no puedo intervenir en las decisiones que lo envuelven. Me casé con un papá y pensé que eso me salvaba un poco, yo no quería ser mamá, así que no le estaba negando a él la paternidad, y listo: todos contentos.
De repente se me atrasa el periodo un día y ya siento náuseas, y me compro una prueba de embarazo, demasiado prematuramente, y me muero de la vergüenza al pedirla, y me sonrojo al pagarla, y guardo la caja en la cartera y me encuentro petrificada con un plástico meado en una mano y un reloj, a punto de un ataque de pánico, mirando la rayita de prueba y no aparece ninguna otra y siento un alivio inmenso. Y repaso que me faltan tantas cosas: carrera, estabilidad, sueños por cumplir, lugares por visitar, escapes lujuriosos, fotos de desnudos míos cuando todavía mi cuerpo merece ser retratado, todo el alcohol que he bebido en estos días, que no tomo los 450 mg de ácido fólico que debería. Decido celebrar, hacer ejercicios, tatuarme de una buena vez, hacer el amor en más lugares de la casa, usar dinero del préstamo estudiantil para viajar, vivir como recién casada, que la vida ha sido dura y bondadosa conmigo, yo sabía que era negativo, tomo pastillas, si hubiese sido positivo, sería o muy mala suerte o un gran milagro.
Así que la vida continúa, como si ese instante no hubiese ocurrido, simplemente tuve un desvarío, probablemente hormonal. Varios días después se me llena el inodoro de garabatos y espirales escarlatas y siento deseos de llorar. Y me siento más sola que la una. Y mi existencia me parece leve, y me avergüenza decírselo a alguien. Y ese día, yo sintiéndome inexplicablemente miserable, él llega tarde y le confieso que me hice una prueba de embarazo y él pregunta qué tal, con ese temple envidiable y yo le digo que no. Que salió negativo, que gracias a Dios. Se lo digo por herirlo porque cuando estoy adolorida me afeo por dentro. El me abraza por la espalda, y me acerca todo su cuerpo caliente, desde la barbilla en mi hombro hasta el tobillo sobre mi tobillo y me susurra, ¿por qué gracias a Dios? Y me besa la nuca con ternura y yo suspiro y me siento culpable, y me permito una lágrima porque está oscuro, y pienso que hubiese sido lindo y que Iván viene mañana. Y recuerdo que la primera frase que subrayé y anoté al final de un libro fue la nitidez perversa de la nostalgia. Me la memoricé como si fuera un mantra y de vez en cuando me la repito, porque el Gabo no será Dalai Lama, pero tiene su sabiduría.
dios mío niña, qué intensidad. escribes de caída, como si te estuvieras desbarrancando, de culo por los precipicios. me tripea tu obsesión (que es un gran amor y una perversión) autobiográfica. eres casi un libro abierto. casi. un besito,
ResponderEliminarMargarita
Felicidades Mamá! Esposa! Amante! Amiga! Filóloga! Abogada en formación! Cocinera! Ciudadana del mundo!
ResponderEliminarSabes que la maternidad no te cerrará ninguna puerta que no quieras cerrar. Pero te abrirá un mundo del que ya estás formando parte gracias a ese Iván. Iván el Terrible que te ha enfrentado contigo misma y te ha destripado los esquemas.
Dale un Beso de mi parte y dile que ya mismo nos vemos!
Sí, como dice 'desvalijados', escribes de caída (excelente expresión). ¡Qué ritmo intenso, tan intenso como tus sentimientos, al parecer. Aprendí la palabra "matapasiones' (tuel'amour en francés)así que gracias. Hay algo en la escritura femenina que siempre me ha llamado la atención y que tú sueles llevar al clímax, y es la referencia a la intimidad, algo de lo cual carecemos los hombres.
ResponderEliminarCuando se nace con esa fibra de pasión y no se expresa es un pecado, una
ResponderEliminartraición al corazón...a uno mismo.Es hermoso vivir,aprender y evolucionar.Los cambios de ideas, de patrones vividos y el aceptar que pensamos y sentimos distinto a como lo haciamos son las primeras señales q afloran en nuestra evolución.Sé lo q sientes porque lo he vivido con los hijos y nietos de mi pareja.Eso es maternidad tambien. ¡Y muy genuina!.Hay q recordar q no todos los árboles dan frutos, pero sirven para dar sombra, para q. los pájaros aniden en él,para q. los niños jueguen, para q. los enamorados escriban cuánto se aman.¡Siguen siendo árboles!..Ya ves mi niña, mi siempre nena peluuuaaa...Todos somos una extensión de la naturaleza de Dios...q. no es otra cosa: q su parte femenina.Te amo mi niña, mujer...mi sobrina.V.I.
Wow!! De momento pense que un ser misterioso habia descubierto mi gran temor. Somos muchas las que tenemos ese miedo y contradicción de sentimientos. Yo tambien siento ese "maternal feeling" raro de explicar, de sentir, y a la misma vez lo desmorono todo los meses anciando la llegada del periodo. Quisiera tener un bebe, antes de que mis padres mueran, no se si sabes, o quizas son iluciones mias, pero estan cada vez mas viejitos y siempre que los veos con mis sobrinos, se y doy por sentado que ellos no estaran para los mios. Te confieso, mis dos grandes temores, que mueran antes de ver mi hijos y el no ser exitosa. Pero cual de los dos es mas fuerte?? Aveces no se, me falta tanto por crecer en mi carrera y estabilidad economica, que pienso que no es el momento.
ResponderEliminarEdmaris, hemos crecido practicamente juntas, pero separadas, rodeadas de lo mismo. Pero nunca me habia ocurrido esta casualidad de entrar a la pagina random de un amigo, que ya no es tan amigo, y de momento veo la tulla.
Hace tiempo que no leia tus textos. De verdad eres tremenda escritora no dejes que tu salario o los compromisos sean mas grande que tus sueños. Comienza poco a poco y veras que quizas todos empezamos a ayudar.
No estas sola. Las hormonas las tenemos todas, pero no debemos de ajorar al destino. LLegara cuando sea el momento y vas a estar preparada osino no llegaria.
Sabes que aunque no he estado ahi, soy una persona de estar.
Saludos
Lisette