He conseguido otros métodos. Nosotros la clase media pobre o pobre y media, no nos podemos dar el lujo de enfermarnos, demás está decirse mucho menos el lujo de deprimirnos. Sin contar con lo que cuesta un psiquiatra, sin siquiera mencionar que la mitad no acepta plan médico o no acepta el que uno tiene, que están llenos por las próximas dos a tres semanas, y que quizás cuando al fin consigues que te atienda resulta que el tipo es un soberano patán y que no tiene ni pizca de química con uno. Entonces, ¿qué? Pasar por el proceso nuevamente y conseguir una cita cuando ya uno ni se acuerda de qué le iba a hablar en primer lugar.
Pues no, uso mejores métodos, no menos costosos, no tienen efectividad comprobada, pero ahí vamos. Tomo café, una vez al día y me regalo una hora de euforia. Intento vestirme mejor, me embarro de maquillaje y cuando siento unas profundas ganas de llorar me imagino caminando con las lágrimas negras por toda la cara.
De vez en cuando me trago una pastilla de melatonina, que es un arma de doble filo. Por un lado me hace dormir, por otro me regala unos sueños tan vívidos que no son necesariamente terapéuticos. Tengo tres alarmas para despertarme, una dice: “Make $ome”, la otra (15 minutos después) dice “You need $!” Y la última dice: “por si acaso”. Empiezan a las 7:15am y la última me grita a las 7:50am. Porque están sabiamente programadas para ir subiendo de volumen y con un timbre cada vez más desagradable.
Aunque me levante tarde, me regalo 5 minutos de besar y acariciar a mi perra. La saco a pasear, la alimento y me voy pensando que ella se pasará el día esperando que yo regrese. Demás está decir que no hago la cama y estoy permitiendo que el caos reine al menos en mi baño y en mi habitación. Porque desde hace una semana y un día, la organización me parece desoladora.
Me escudo en las nuevas teorías que he aprendido en la universidad porque no tengo tiempo para otros libros, gracias a Dios no tengo tiempo para sentarme a pensar, gracias a Dios no tengo tiempo para llorar y me concedo el tiempo de bañarme y se acabó. Uso un poco de tiempo para contestarle a mis amigas, que me dan lecciones de la gran amiga que nunca he sido para nadie. Porque he estado demasiado ocupada siendo pareja. Me he pasado cumpliendo con mis compromisos, cumpliendo con mis contratos, con mis promesas y mis sacramentos. Y ahora, ahora siento que le debo una explicación al mundo, de por qué estoy pasando por esto, mientras sólo me pregunto por qué no encuentro la fuerza para hacer lo que sé que tengo que hacer. Me pregunto por qué no veo esto como una sencilla disolución de un contrato. Dos personas voluntariamente contratan, se comprometen a ciertas cosas a cambio de otras. Se tiene el derecho de esperar cierta conducta de la otra persona y a cambio el deber de cumplir con lo pactado. Una de las partes viola las condiciones del contrato. No hace falta una maestría en responsabilidades contractuales para saber el resultado.
Por qué no dejo que por fin mi inteligencia me rija porque la he tenido subordinada y no ha sido muy efectivo.
Una vez me leyeron la mano y me dijeron que la línea de mi cabeza era casi infinita. ¿Casi? Como es obvio pregunté y la respuesta fue bastante obvia también: casi infinita, porque la línea del corazón te la pica por la mitad.
Entre mis múltiples métodos de autoayuda, está el engavetamiento hasta nuevo aviso de mi modestia, así que me disculpan. Soy una mujer inteligente, más inteligente que bonita, más inteligente que buena, más inteligente que lógica, más inteligente que práctica, más inteligente de lo que a veces quisiera ser. Porque espero y se espera más de una mujer inteligente. Es como un deber impuesto. Tienes inteligencia, pues tienes que usarla y dar el ejemplo. No hay excusa, tienes una preparación académica, tienes una profesión, tienes mundo y no dependes. Así que las decisiones que uno toma no se justifican por melodramas, por cultura, época, trauma de infancia, repetición de patrones aprendidos, co-dependencia y mucho menos por esa teoría ambivalente de lo que se supone que sea el amor.
No se justifica el aguante, el perdón ese vacío, el para toda la vida, no se justifica con ninguna idiosincrasia ni romana, católica ni apostólica, no se justifica que sea la institución medular de la sociedad, no se justifica. No se justifica que apueste mi salud mental a cambio de ese cuerpo hermoso al menos cinco horas al día.
No hay una excusa que me permita intentar algo ya intentado, experimentar algo que ha fallado en tantas veces aunque los que estuviesen mezclando los líquidos en las probetas no fuésemos nosotros. Si mezclas amarillo y azul y te da verde, mezclas amarillo y azul y da verde, mezclas azul y amarillo y da verde. El significado de la estupidez o de la locura sería pensar que a la cuarta vez por alguna extraña razón mezclarás pintura amarilla y pintura azul y obtendrás algún otro color del prisma que no sea verde.
Y quisiera tener la fuerza de decir que no quiero, que no me lo merezco, que no lo soporto, que un contrato es un contrato, que teníamos un acuerdo, que se rompieron las reglas, que eso de que siempre hay una segunda oportunidad se lo inventó un maldito reincidente. Quiero establecer el ejemplo lógico de que si un empleado, el empleado estrella de una compañía se roba $5 dólares del petty cash, hay que despedirlo. Aunque lleve 20 años trabajando para la compañía, porque quién nos garantiza que no había robado antes, quién nos garantiza que no lo volverá a hacer, quién nos garantiza que no robará cantidades aún mayores, quién nos garantiza que si no lo hubiésemos atrapado con las manos en la masa, jamás se hubiese arrepentido en su vida. Porque los seres humanos interactuamos mediante relaciones de poder. Somos animales que luchamos por las mismas cosas, territorio, reproducción, alimento, supervivencia. Y que ese animal/empleado estrella que se robó cinco tristes dólares, no va a decidir que después de ese momento nunca volverá a hacerlo, que aprendió su lección y que vivirá agradecido y será perpetuamente leal a esa compañía por esa concesión. No señores, ese empleado que se robó cinco dólares, aprendió una lección muy distinta. Sus actos no tuvieron consecuencias, lo cual se traduce en lenguaje simple: me salí con la mía.
Así funciona la corrupción, así funciona el narcotráfico, así funcionan los abusos de poder, así funcionan los matrimonios, así funcionan los niños, así funcionan las mascotas.
Como pueden ver mi repulsión a los libros de auto ayuda nada tienen que ver con un rechazo al contenido, es que mi propio carácter es incompatible con ciento veinticinco páginas de mensajes optimistas.
El otro día una amiga a quien amo, pero quien no tiene ni la menor idea de lo que estoy viviendo me lanzó una pregunta: ¿y cuál es tu plan de vida ahora? Plan de vida. Soy sagitario, tengo veinticuatro años, un bachillerato, un juris doctor recién comenzado, una deuda hipotecaria recién contraída, muchos más pasivos que activos, una perra (que viene con una deuda en el veterinario), un préstamo estudiantil que me llega dos veces al año y que estaré pagando toda la vida. Dejé mis pastillas anticonceptivas por las manchas en mi cerebro por lo que estoy atravesando una crisis hormonal encima de todo. Y el plan de vida que he tenido desde hace cinco años acaba de colapsar y no tenía seguro contra sucesos catastróficos porque siempre he creído que la industria de seguros completa vive del miedo de la gente y eso debería ser el verdadero mercado negro y mi amiga con mi misma edad pero con su corazón casi intacto me pregunta si me he preguntado qué quiero hacer con mi vida.
Pues tengo dos opciones y ninguna es viable.
Opción #1: Quiero cerrar los ojos y regresar hacia atrás (valga la redundancia necesaria) y con mis dedos mágicos borrar todo esto, donar unas cuantas neuronas y creerme que no pasó nada, que nada de esto es grave, que ni siquiera es real. Quiero seguir con el plan que tenía que me parecía maestro.
Opción #2: Quiero cerrar los ojos y aparecer en un sitio nuevo, con todas las posibilidades del mundo con mi nombre encima. Tratar de recordar algún suceso doloroso y trágico y tener una tabla rasa. Ser lo que era antes de ver lo que he visto.
Pero mi opción real es sobrevivir. Sobrevivir a fuerza de café, melatonina, alcohol y oraciones. Embarrarme los ojos de maquillaje. Esperar el préstamo, pintarme el pelo, ponerme lentes de contacto de algún color, broncearme, darme un Spa, rezarle a Dios que me hable, conseguir a alguien que me diga neutralmente y con sabiduría cuasi divina qué hacer, dónde depositar esta decepción degenerativa y dónde invertir estas cantidades absurdas de amor que ahora me sobran, me pesan y me lastiman cada vez que inhalo y exhalo. Seguiré con mi operativo de autoayuda, escuchar a Bebé cantar: hoy vas a ser la mujer, que te dé la gana de ser, hoy te vas a querer como nadie te ha sabido querer, hoy vas a mirar pa’lante que pa’tras ya te dolió bastante… la canto y la canto para creérmelo, la canto como un mantra que en algún momento se adherirá a mi subconsciente y me sanará.