Mi maestra me dijo un día, realmente nos dijo, pero por alguna razón cuando ella habla, si yo estoy en el perímetro, se siente como si se dirigiera a mí. Que había ocasiones donde el amor se rompía y se rompía tan violentamente, que si te quedabas quietecito y prestabas atención podía escucharlo romperse.
Mis caderas se salen de sitio, lo descubrí con la danza del vientre; suenan, el sonido viene justo antes del dolor. Un dolor intenso, una presión que no me permite moverme, casi siempre necesito la ayuda de otra persona para que la cadera vuelva a su lugar original. Hay gente que se estrilla las coyunturas, se halan los dedos hasta que truenen, se estiran la espalda hasta que produce un chasquido. Nunca he entendido esa costumbre tal vez porque lo asocio con el doloroso dislocarse de mis caderas. Cuando uno tiene una cosa, un objeto donde por alguna razón uno ha puesto cantidades industriales de afecto, ya sea porque alguien se lo regaló, porque lleva tiempo con uno, porque lo compró en un sitio lejano, porque costó mucho dinero o porque simplemente es hermoso, en el momento en que se rompe se convierte en la cosa más odiosa del mundo.
Un profesor nos dijo una vez que si alguien te rompía o te mutilaba tu libro favorito, no había por qué preocuparse, porque ya lo habías leído, lo tenías dentro de ti y nadie podía quitártelo. Que me quiten lo bailado dicen los gitanos. Es por eso que amo muy pocas cosas materiales. Soy torpe y despistada, suelo romper o perder las cosas, las que me importan y las que no también. Amo mi pasaporte, porque sin él no puedo salir. Amo la sortija de compromiso de mi abuela porque me recuerda las cosas que merezco y las que no quiero en mi vida. Amo mis zapatos Christian Lacroix, no sólo porque son satinados y tienen un enorme lazo rosa, no sólo porque si yo fuera unos zapatos sería esos, (me gustan las cosas que tienes que amar u odiar, que te obligan a tener alguna reacción hacia ellas) los amo porque costaban más de cuatroscientos dólares y los compré a treintaysiete con impuestos. El resto de los objetos que amo, casi todos están cubiertos de plumas y a estas alturas sabrán que tengo un fetiche con las plumas.
Ahora que lo pienso, crecer es romperse constante y continuamente. Las dos estrías que tengo en mis caderas son por el crecimiento acelerado e inoportuno de mis dimensiones. Cuando a uno le crecen los dientes, los colmillos, las muelas, los cordales, crecen rompiéndote las encías. Recuerdo cuando me empezaron a crecer los senos, tardé muchísimo y no crecieron mucho que digamos, pero por alguna razón dolían intensamente y por esa misma inexplicable razón todo codazo, bolazo, tropiezo, terminaba hundiéndose en mis brasielitos cuasi de juguete y el dolor era imposible.
Hoy amanecí rota. Por debajo de mis senos que ya no tienen excusas de dolerse.
Lo he intentado todo y no logro recomponerme. Ni siquiera Frank Sinatra logra rellenarme la rotura nueva que tengo. No lo escuché. Saben ese sonido, ese terrible sonido de las gomas de un carro chillar contra el pavimento que avisan el inminente estruendo de un choque catastrófico. No lo tuve. Me rompí sin previo aviso, sin notificación, sin avisos de inundaciones, sin cuidado con el escalón, sin cuidado resbala mojado, sin fuera de servicio, sin cuidado posibles derrumbes, sin cuidado posibles desplazamientos de terreno. Tuve todas las anteriores pero sin aviso: inundación, caída, resbalada, torcedura, rotura, derrumbre, entiéndase: desaparición absoluta del terreno. Ando derramándome por todos sitios, perdiendo, vaciándome, mientras camino. Todo lo que me encuentro se convierte en una lluvia de piedras. La gente que se ríe, los seres que se besan, las personas que comen con gusto, los locutores de radio, el profesor hablando de hipotecas, mi jefe preguntándome con su cara de ángel si estoy bien, la maldita grabadora que me repite sin piedad que mis calificaciones N O E S T A N D I S P O N I B L E SSSSSSSSSSSSS, las fotos de Obama bailando con su mujer, el café que me regaló un socio del bufete, el guardia de seguridad deteniendo el elevador para que me monte, mi perra que me lame las piernas mientras escribo tratando de encontrarme la herida, todos me apalean sin piedad, todos me dan codazos donde me duele. Porque me duele en todos sitios, porque así son las hemorragias internas y uso el verbo más cursi del idioma español a falta de uno que me lastime los dedos mientras oprimo las teclas del teclado. Porque quisiera tatuarme cerca de los huesos para llorar rabiosamente y creerme que lloro porque la aguja y la tinta me rozan los nervios. Porque actúo masculinamente y pospongo el llanto, porque necesito ser productiva, necesito ser funcional y no puedo escribirle un cheque en blanco a mis tarjetas de crédito, a la hipoteca, al seguro del carro, al cable, al carro y decirles que me den una prórroga indefinida porque estoy ROTA y no puedo pensar, no puedo comer, no puedo respirar, no puedo facturar, no puedo escribir un puto cheque que no me recuerde que estoy lacerada, herida, mutilada, adolorida, dañada, destruida y rota más allá de posible reparación.
Y me sorprende lo fuerte que me ha hecho este boquete. Aparentemente es como cuando uno se pilla un dedo con una puerta, y la uña se pone violeta y el dedo, late, late y late, y si te haces un pequeñito orificio encima de la uña, experimentarás el dolor más atroz que un ser humano pueda sentir pero sólo por un segundo y luego de repente un alivio absurdo, casi mágico y por lo mismo imposible. En las películas aparece cuando alguien se disloca un brazo y cuando se lo acomodan la persona grita desgarradoramente, pero vuelve a caer en su lugar y cesa el dolor.
Todavía no me he autodiagnosticado, no sé si es una fractura, si tengo algo dislocado, si me rompí algo de verdad, o si me falta un órgano. Sólo sé que algo me falta, algo se rompió. Y las cosas rotas nunca quedan iguales, se les sigue la pista de la pega, se rompen de nuevo a la menor provocación y mil veces peor que la primera. Y de pronto es una figura irreconocible, son trocitos de algo que ya no es. Necesito voluntarios, gente que me hale por mis cuatro extremidades, hasta que todo caiga en su lugar. No me voy a quejar, pero quiero agujerearme mis veinte uñas para ver si por alguna de ellas se escapa esta presión.
Aparentemente así es la vida, una noche te acuestas entera y la próxima mañana te levantas rota. Ya ven que tenía razón en tocarme el cuerpo al despertar, mi instinto no me falla, presentía que algún día al hacer inventario me pasaría algo así.
PS No me hagan preguntas: cualifican como codazos.
2 comentarios:
Que cierto es todo esto, yo me he roto tantas veces y nunca quedo igual... bello felicidades por expresar lo que otros no pueden...
Me gusta la forma en que te sueltas y escribes...
---toda una simplicidad pareciera,
pero cuando fibras tan fràgiles se rompen,nos volvemos sordos pretendiendo que todo puede ser como antes y duele reconocer con cada amanecer que nada volverà a ser igual que ayer
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