Ella no se cortaba las puntas del pelo. Nunca se tragó la idea esa extraña de que cortando las puntas se estimulaban las raíces, no cedía ni ante evidencia científica de que las plantas y los árboles actuaban así. No usaba marrón, ni estampados con estrellas, ni charol, ni combinaba más de tres colores, ni usaba dorado, ni curduroy, ni velvet. Todo por principio. Estaba llena de principios, de certezas, de teorías con o sin fundamentos. Creía en tantas cosas, en la astrología, en las almas gemelas, en la literatura, en la patria, en la independencia, en la belleza de lo sencillo, en la poca importancia del dinero, en la carencia absoluta del temor de hacer el ridículo. Medía cinco pies durante el día, semi descalza y de noche medía cinco o seis pulgadas más. No salía sin delineador, es más no despertaba al lado de nadie sin tener el lápiz debajo de la almohada. Se bañaba con agua fría, más bien helada. Comía de todo, sin importarle absolutamente nada, bebía de todo, con una particular tendencia a los licores masculinos. Era elástica y parecía incapaz de sentarse como una damita. Era brillante, o al menos eso se creía, eso decían. Era una comediante innata, podía hacer reír a casi cualquier ser humano, y lo mejor de todo era que lo lograba casi sin proponérselo. Coqueteaba casi por reflejo. Le dolían: el hambre del mundo, el racismo, el prejuicio, la homofobia, la falta de acceso a la educación, la desmoralización de su isla, la mentira, la injusticia, las enfermedades, le dolían, por más lejanas que le fuesen todas. Amaba su país, como uno ama a su primer amor, sin ningún límite porque no se conoce otra forma de hacerlo. No se peinaba y se asoleaba con refrescos de soda, siempre quedando color caramelo. Nunca se había pintado el pelo, no creía en las uñas postizas y le aterraba cualquier profesión que requiriera una chaqueta.
Quería viajar, conocer el mundo, costásele lo que le costase, aprender idiomas como sólo se aprenden honesta y permanentemente; por necesidad.
Era apasionada, tan apasionada, que parecía que se tragaba a sus parejas, los absorbía y poco a poco dentro de ella le parecía que desaparecían. Como se beben las copas, como se acaban los libros, como se acaban las canciones.
Ella no quería que la amasen muchísimo, quería amar muchísimo y sentirse adorada, que no es lo mismo. No le interesaban los trucos detrás de la magia. Le gustaba el espectáculo, la expectativa, la tensión, los subibajas emocionales, los escalofríos. No le interesaban los juegos de las manos del mago, ni los trucos de iluminaciones, ni las cajas con puertas secretas. Quería magia, durara lo que durara, estuviese hecha de lo que estuviese hecha.
Amaba los libros, no el objeto, si no la puerta que se abría en las novelas, esa vida de otros que se volvía propia, por algunos días, por lo que durara el viaje, ya fuesen 100 o 550 páginas. Cuando le gustaba una frase, rompía la página, no había forma que se perdiera la marca. No importaba que fuese una edición de colección. Escribía poesía, más que cualquier otra cosa, le salía natural. Jamás mecanografiaba poesía, eso era asesinarla desde el principio, la poesía estaba hecha a lápiz y papel.
Ella se pasaba cantando, delante de cualquiera, se sabía la letra de más canciones que probablemente cualquier otra persona que le duplicara la edad, otro de sus dones inútiles decía ella. No cocinaba, ni limpiaba, ella estaba hecha para mayores cosas.
No se peinaba, ni hacía ejercicios y una vez un amante le dijo que si se ejercitara, hubiese tenido el cuerpo perfecto. Y ella le dijo que hasta ahora no había tenido quejas de aquella versión imperfecta. Y así desechaba cuanta crítica recibiese, porque se sentía grandiosa y no había nadie que mereciese cambiar esa percepción, absolutamente nadie. Estaba llena de teorías.
Creía en Dios, más de lo que se permitía confesar, rezaba a diario, un par de veces, a su forma, por supuesto. Estaba orgullosa de su voluptuosidad, de la inmensidad de su boca, de la escasez de su pecho, de la longitud de su cuello, y hasta de la fealdad de sus pies.
Estaba orgullosa de su cabeza, de su cabeza dura, centrada, cerrada en ocasiones pero amplísima en tantas otras. Era difícil de escandalizar. Se le hacía demasiado fácil perdonar. Pero tenía totalmente delimitado todo aquello imperdonable. Tenía una mala suerte relativa. Todo le daba más trabajo de lo usual, pero al final los resultados solían ser mejores de lo habitual.
No quería casarse, no quería tener hijos, no quería tener dinero, quería un doctorado. No para poner una “d”, una “r” y una “a” delante de su nombre. Sino por el placer que se imaginaba que sería dedicar casi una decena de años a leer, leer literatura!
Quería ser una peliona toda la vida, discutir temas políticos en las bohemias, cantar hasta cuando desconocidos la oyesen, vivir sin peinarse, sin planchar la ropa, con pocos lujos y muchos placeres, con pocas pertenencias y centenares de viajes. Ella no quería ser madre, no quería ser esposa, ni siquiera le interesaba tanto ser amiga, ella quería ser amante y no en la acepción de adulterio más bien en el marco de amar como si fuese algo a lo que uno se dedica y recibir lo mismo como compensación. Porque ella sentía que lo hacía bien, la entretenía, la mantenía ocupada, la enfocaba, la obligaba a quedarse en un lugar, a establecer una ruta. Cuando no tenía pareja se desbocaba, no podía parar de hacer cosas, de buscar pasatiempos, de aprender lenguajes, leer libros, ver películas, ir a lugares, comprar pasajes, ir a fiestas, beberse todo lo que su torrente sanguíneo le permitía. No era que se sintiese sola, era que su intensidad se desparramaba, que su cerebro tenía demasiado tiempo para crecer. Cuando andaba sola, las camisas eran más cortas, las pantallas más largas, las salidas más continuas, las carcajadas eran más sonoras y sus discusiones con el mundo también. Ella estaba llena de teorías. Ella confiaba en sus habilidades amatorias, en su capacidad de cambiar a la gente, de afectar su medio ambiente, de encontrar poesía hasta en las calamidades y cuando algo muy feo le pasaba, escribía algo tan hermoso, que parecía haber valido la pena.
Era lo único que le tentaba de la maternidad, poder escribir sobre eso. Lo mismo con los tatuajes y la tentación de lanzarse al vacío, porque tenía muy pocos miedos y eso es siempre muy peligroso. No tenía muchos amigos, eso pensaba, pero conocía mucha gente. Tenía muy pocas lealtades y por lo mismo muchas menos preocupaciones. No tenía tacto ni filtro y era capaz de decir lo que fuese a quien fuera. Andaba con una navaja en la lengua, siempre tenía la contestación a medio salir. Tenía un apetito voraz, en todos los sentidos posibles, nada parecía llenarla, y por más que leyera, por más que comiera, por más que cantara, por más bocas que espulgara, siempre estaba insatisfecha. Por lo mismo, se levantaba todas las mañanas con una emoción grandísima de que tal vez ese preciso día podía encontrar aquello que pudiese darle sentido a todo y por lo mismo todas las noches se acostaba un poquito derrotada. Todas las mañanas se tocaba el cuerpo completo y se daba cuenta de nuevo de que estaba completa, que lo tenía todo y aún así no era suficiente. Y esa sensación de seguir necesitando, la volvía a levantar, la ponía a cantar, a leer el doble, a debatir con gente inteligente para salvar el mundo, a comerse la boca de alguien porque por algún sitio se tenía que llenar.
Quería viajar, conocer el mundo, costásele lo que le costase, aprender idiomas como sólo se aprenden honesta y permanentemente; por necesidad.
Era apasionada, tan apasionada, que parecía que se tragaba a sus parejas, los absorbía y poco a poco dentro de ella le parecía que desaparecían. Como se beben las copas, como se acaban los libros, como se acaban las canciones.
Ella no quería que la amasen muchísimo, quería amar muchísimo y sentirse adorada, que no es lo mismo. No le interesaban los trucos detrás de la magia. Le gustaba el espectáculo, la expectativa, la tensión, los subibajas emocionales, los escalofríos. No le interesaban los juegos de las manos del mago, ni los trucos de iluminaciones, ni las cajas con puertas secretas. Quería magia, durara lo que durara, estuviese hecha de lo que estuviese hecha.
Amaba los libros, no el objeto, si no la puerta que se abría en las novelas, esa vida de otros que se volvía propia, por algunos días, por lo que durara el viaje, ya fuesen 100 o 550 páginas. Cuando le gustaba una frase, rompía la página, no había forma que se perdiera la marca. No importaba que fuese una edición de colección. Escribía poesía, más que cualquier otra cosa, le salía natural. Jamás mecanografiaba poesía, eso era asesinarla desde el principio, la poesía estaba hecha a lápiz y papel.
Ella se pasaba cantando, delante de cualquiera, se sabía la letra de más canciones que probablemente cualquier otra persona que le duplicara la edad, otro de sus dones inútiles decía ella. No cocinaba, ni limpiaba, ella estaba hecha para mayores cosas.
No se peinaba, ni hacía ejercicios y una vez un amante le dijo que si se ejercitara, hubiese tenido el cuerpo perfecto. Y ella le dijo que hasta ahora no había tenido quejas de aquella versión imperfecta. Y así desechaba cuanta crítica recibiese, porque se sentía grandiosa y no había nadie que mereciese cambiar esa percepción, absolutamente nadie. Estaba llena de teorías.
Creía en Dios, más de lo que se permitía confesar, rezaba a diario, un par de veces, a su forma, por supuesto. Estaba orgullosa de su voluptuosidad, de la inmensidad de su boca, de la escasez de su pecho, de la longitud de su cuello, y hasta de la fealdad de sus pies.
Estaba orgullosa de su cabeza, de su cabeza dura, centrada, cerrada en ocasiones pero amplísima en tantas otras. Era difícil de escandalizar. Se le hacía demasiado fácil perdonar. Pero tenía totalmente delimitado todo aquello imperdonable. Tenía una mala suerte relativa. Todo le daba más trabajo de lo usual, pero al final los resultados solían ser mejores de lo habitual.
No quería casarse, no quería tener hijos, no quería tener dinero, quería un doctorado. No para poner una “d”, una “r” y una “a” delante de su nombre. Sino por el placer que se imaginaba que sería dedicar casi una decena de años a leer, leer literatura!
Quería ser una peliona toda la vida, discutir temas políticos en las bohemias, cantar hasta cuando desconocidos la oyesen, vivir sin peinarse, sin planchar la ropa, con pocos lujos y muchos placeres, con pocas pertenencias y centenares de viajes. Ella no quería ser madre, no quería ser esposa, ni siquiera le interesaba tanto ser amiga, ella quería ser amante y no en la acepción de adulterio más bien en el marco de amar como si fuese algo a lo que uno se dedica y recibir lo mismo como compensación. Porque ella sentía que lo hacía bien, la entretenía, la mantenía ocupada, la enfocaba, la obligaba a quedarse en un lugar, a establecer una ruta. Cuando no tenía pareja se desbocaba, no podía parar de hacer cosas, de buscar pasatiempos, de aprender lenguajes, leer libros, ver películas, ir a lugares, comprar pasajes, ir a fiestas, beberse todo lo que su torrente sanguíneo le permitía. No era que se sintiese sola, era que su intensidad se desparramaba, que su cerebro tenía demasiado tiempo para crecer. Cuando andaba sola, las camisas eran más cortas, las pantallas más largas, las salidas más continuas, las carcajadas eran más sonoras y sus discusiones con el mundo también. Ella estaba llena de teorías. Ella confiaba en sus habilidades amatorias, en su capacidad de cambiar a la gente, de afectar su medio ambiente, de encontrar poesía hasta en las calamidades y cuando algo muy feo le pasaba, escribía algo tan hermoso, que parecía haber valido la pena.
Era lo único que le tentaba de la maternidad, poder escribir sobre eso. Lo mismo con los tatuajes y la tentación de lanzarse al vacío, porque tenía muy pocos miedos y eso es siempre muy peligroso. No tenía muchos amigos, eso pensaba, pero conocía mucha gente. Tenía muy pocas lealtades y por lo mismo muchas menos preocupaciones. No tenía tacto ni filtro y era capaz de decir lo que fuese a quien fuera. Andaba con una navaja en la lengua, siempre tenía la contestación a medio salir. Tenía un apetito voraz, en todos los sentidos posibles, nada parecía llenarla, y por más que leyera, por más que comiera, por más que cantara, por más bocas que espulgara, siempre estaba insatisfecha. Por lo mismo, se levantaba todas las mañanas con una emoción grandísima de que tal vez ese preciso día podía encontrar aquello que pudiese darle sentido a todo y por lo mismo todas las noches se acostaba un poquito derrotada. Todas las mañanas se tocaba el cuerpo completo y se daba cuenta de nuevo de que estaba completa, que lo tenía todo y aún así no era suficiente. Y esa sensación de seguir necesitando, la volvía a levantar, la ponía a cantar, a leer el doble, a debatir con gente inteligente para salvar el mundo, a comerse la boca de alguien porque por algún sitio se tenía que llenar.
Algunas mañanas me pregunto, qué habrá sido de ella, si estará presa debajo de una chaqueta, diluida entre mi columna, con muchas menos certezas y el doble de las teorías. Me pregunto si mi comediante es ahora un mimo triste que intenta gritarme sin voz.
Q misión tan heroica la de hacer reir a los demás sin a veces sentirlo... ¡peor q eso! sin creerlo. Es casi igual q interceptar algo q va agredir a otros (q ni conoces)y cambiarlo a q duela menos...hasta extraer una sonrisa que ni sabía q tenía en alguna célula guardada.Sobrina hay héroes y heroinas de distintos tamaños, formas, colores y sexo.Y ella vino a suavizarle el camino de la vida a otros para q ellos realizaran el suyo. Sin importar q la conocieran, si la valorizaran o no. A esos seres Dios los premia con seres como tú q los valoran y los inmortalizan.Asi q misión cumplida.¡Bendiciones! titi vilma
ResponderEliminarYo pienso que esa persona aun existe. Solo tienes que de vez en cuando dejarla salir!
ResponderEliminarLove you!
Las mejores cosas salen de las peores experiencias. Que ironia, no? Genial autobiografia. Estoy segura que la vida tiene algo bien interesante para ti... asi que agarra un frasco de cuarzo verde y recoge todas esas lagrimas, que luego viene el desquite.
ResponderEliminarUn gran abrazo,
J
Flaca,
ResponderEliminarNos pasa que ahora somos adultos aburridos! Pero no te preocupes, sigues ahi adentro, igual que la mia... lo unico que ahora nos disfrazamos de abogado :)