Cuando me fui a mudar estaba indecisa. La indecisión es una de las cosas que más detesto en el mundo y que como me suele pasar soy absurdamente buena en caer en ella. Uno de mis primero novios decía que la indecisión era la causa principal de los accidentes automovilísticos. Ahora no sólo le doy la razón, sino que he aprendido que también de accidentes de otros tipos. Soy como los niños preescolares, tres opciones, no más, no menos, así funciona mi cerebro. Una vez fui a cenar con un chico que llevaba años estudiándome y el mesero empezó a recitar la interminable lista de los infinitos especiales del día y el chico le dijo al mesero que por favor se detuviera: “dile los 3 mejores platos, porque no sé si te diste cuenta, pero después del tercer plato las palabras lo que hacen es darle vueltas alrededor de la cabeza como en los muñequitos” ganó más créditos conmigo por eso que por llevarme a un restaurante francés. Pero cuando estaba buscando apartamentos era aún peor porque sobraban opciones pero opciones terribles. Vi tantos apartamentos feos, sin estacionamientos, con techos bajitos, sin luz, sin ventilación, encima de casas, detrás de casas y honestamente estaba perdiendo la esperanza (que de por sí nunca ha sido mi fuerte). Estuve solamente dos semanas y media en casa de mis padres. Entendamos que no vivía con mis padres hacía casi 4 años y estamos hablando de una casa con mi madre, padre, hermano, abuela en custodia compartida, los 9 gatos que tenían mis padres y mis dos perros. Dormía en el que fue cuarto de toda la vida y mis dos perros dormían en el baño. No podía llorar en todo el día porque estaba en la oficina y después no podía llorar porque estaba en la universidad y después no podía llorar porque estaba en casa de mis papás y ellos no saben qué más hacer cuando me ven así. Así que lloraba en la ducha, pero tenía que esperar a que se me bajara la hinchazón porque yo que casi no tengo ojos si lloro o me río mucho los pierdo, así que esperaba a que todo el mundo se durmiera y estaba ya tan cansada que lloraba poco, muy poco.
Entre las razones primordiales que tenía para querer mudarme lo antes posible es que necesitaba desesperadamente echarme a llorar por un par de horas y no podía. Cuando encontré este apartamento, la de la inmobiliaria nos hizo esperar casi una hora, llegó tardísimo y normalmente yo tomaría algo así como una señal de que no me debía mudar. Cuando por fin llegó subimos y la puerta no abría, ni para atrás ni para adelante. Mi papá forcejeó hasta que logró abrirla. Segunda señal fatídica, me dije. Detesté instantáneamente las cortinas que me siguen pareciendo detestables pero ya casi no las veo a decir verdad. Le cojo cariño a las cosas como a la gente y al pasar del tiempo ya ni recuerdo cuáles eran mis peros al respecto. La mesa de la cocina estaba medio jodida. Pero las ventanas abrían hacia arriba y siempre he tenido algo con las cosas que abren casi completas. Como el apartamento era viejo, y nadie lo estaba viviendo hacía algún tiempo, las ventanas se resistían y hasta se quejaban un poco al abrirse. El clóset estaba en el baño lo cual me pareció que no tenía ningún sentido pero sería la primera vez que tendría un armario al que podía entrar y hasta quizás poner una silla dentro. De esas cosas que son esencialmente disparatadas pero uno las ve en las películas y en los anuncios y las quiere, casi las necesita. Como las imágenes de mujeres que pintan su primera casa infaliblemente siempre tienen un mameluco de mahón puesto y las parejas en su luna de miel por alguna extraña razón siempre están vestidas de hilo blanco. En el fondo qué importaba si era práctico o no, cuando si hay algo en el mundo que yo no soy es práctica.
Mi vidente me llamó. Me dijo que ese apartamento, el que no sabía si firmar o no, que lo cogiera. Que allí me esperaban mis ángeles, que me olvidara de que las ventanas se trancaran un poco, me describió la cocina, me dijo que el apartamento no miraba para el frente sino para atrás del edificio, que era más privado que le gustaba. Que me mudara allí, que no era lo mejor del mundo pero era lo mejor por ahora, que yo necesitaba un sitio donde llorar. Que siempre tuviera velas e inciensos, que comprara una planta. Que no importaba lo que pasara, tuviera una planta y si se me moría (porque yo me eché a reír con la idea de tener yo una planta) que volviera a comprar otra.
Y por fin lloré, cuando le dije a la muchacha que sí y lloré cuando firmé el contrato porque he tomado tantas malas decisiones que siempre me aterro y desconfío soberanamente de mis instintos y mis impulsos. Poniendo en movimiento mi sentido práctico en su máxima expresión pedí por Internet una cortina de baño que era una imagen agrandada en blanco y negro de piernas de mujer y de la que me enamoré instantáneamente y el marco de Friends para poner alrededor del ojo de la puerta que mi papá le puso a petición mía ridículamente bajito, que se joda dije, si nadie va a mirar por ahí más que yo, estoy segura que en la casa de los enanitos el ojo no estaba a la altura de Blanca Nieves. Yo tenía media hipoteca a mi nombre, unos borradores de papeles de divorcio que no habíamos acordado firmar. Sólo me llevé mis perros, mi regadera, mi cafetera, mi ropa y un par de cuadros. Él me sacó mis libros, algunas fotos y algunas ollas porque decía que no necesitaba tanto. Cuando firmé sólo tenía una cama. No tenía nada más. Nunca había vivido sola en mi vida y estaba aterrorizada, algunos días todavía lo estoy.
No me mudé hasta que no compré la dichosa mata. Fuimos a uno de esos jardines que casi ni existen y la señora se parecía demasiado a mi abuela. Mi madre le dijo en otras palabras que me consiguiera una planta a prueba de asesinos de cualquier especie. Yo quería colgarla del techo y ponerla en mi cuarto, por aquello de la energía. Mi papá, que trata de complacerme pero intenta ser lo más práctico posible (cosa que no heredé) encontró un ganchito en una pared de la cocina y de ahí la colgó (temporeramente) y ahí lleva 10 meses. Le compré un abono líquido y rompí la botella antes de haberle echado si quiera tres veces. La señora me enseñó la cantidad exacta de agua, un día sí y un día no. Me dijo que era una planta bastante resistente pero que exigía (esa fue la palabra que usó, estoy segura) más agua que el resto de las plantas interiores.
Para sorpresa de todos, en especial la propia; la planta sigue viva. La gente que viene aquí, (que son muy pocos porque creo que quedé traumatizada con mi última casa donde la gente entraba y salía como si fuese una fiesta patronal) me preguntan si es de verdad, si la planta es real. Porque siempre está tan verde. Que cómo es posible que yo me acuerde con mi despiste. Un amigo no me creía que me daba más trabajo que mis perros. Intenté explicarle que mis perros no se mueren de hambre porque casi me verbalizan que tienen hambre y saltan por las mañanas. Pero la planta está ahí como buena macha y algunos días amanece como muerta, todas las hojas mirando para abajo, me recuerda a un pez beta que tenía, que se suicidó. Soy rara con las mascotas. Me gustan los perros y los gatos casi por igual, pero no los peces, los considero ornamentales, como tener un purrón que se caga encima. Porque me parece que el pez como que no te reconoce, como que sigue tu mano porque la alimentas. Creo que es la cuestión de los ojos, me pasa lo mismo con la gente de ojos claros como que me da miedo que no tengan alma porque no se las sé leer.
Tampoco me gustan los pajaritos como mascotas lo cual es una hipocresía porque amo las plumas, pero una vez vi cómo le cortaban las alas a un “love bird” con unas tijeras comunes y corrientes y la imagen nunca me la he podido sacar de la cabeza. Tiene que ver con que intento pensar en qué vida tendrían los perros o los gatos si no fuesen mascotas. Pero en realidad no se me ocurre que le pueda ofrecer una vida a un ave que pueda compensar el haberle cortado el vuelo. La verdad es que si fuera por mí tampoco tendría una planta, pero el vidente me lo dijo, como me dijo que no sentían nada cuando me veían desnuda, como me dijo que se iban de la casa exactamente el día en que se fueron, como me dijo que se me había diluido una niñita dentro a quien le iba a poner un nombre con A, como me dijo que ese hombre hermoso aunque parecía inofensivo me iba a hacer llorar y como todas las cosas que me dice las pega, cosas grandes y cosas chicas, pues por si acaso. La cosa es que le he cogido cariño a la dichosa mata y no le tengo nombre siquiera por evitar encariñarme. Yo le pongo nombre a todo, desde los seres hasta a los enseres. Una vez alguien me dijo que una vez le ponías nombre a algo, no había vuelta atrás, por eso si tu perro tiene perritos, por nada del mundo le pongas nombres a los críos porque después el dejarlos ir se vuelve doloroso. Cuando me gusta mucho algo o alguien, le pongo nombre, o le cambio el que tiene o me le invento un segundo. Mi carro tiene nombre, mi cafetera, mi regadera y hasta mis cuadros.
Mi pobre mata sin nombre siempre está; o muriéndose de sed o a punto de ahogarse. Cuando se me olvida regarla por días intento compensar echándole toda el agua que le debo de un cantazo. Tengo una relación extraña con el agua, no sé si es mi ascendente en Cáncer, la cuestión isleña, o si quizás soy hija de Yemayá. Últimamente por alguna extraña razón me paso dejando todas las plumas de la casa abiertas, dejando el agua correr sin motivo. Y a cada rato tengo sueños con corrientes de agua, con inundaciones, con lluvias torrenciales, con el mar que se recoge y se lo lleva todo. Supuestamente siempre que yo sueñe con agua simboliza algo bueno. Hace no tanto, se me metió un extraño olor a lluvia en la cama. Y como es de esperarse se me pegó en la piel por semanas. Era un olor triste pero llenaba el apartamento. Supersticiosa al fin empecé a sospechar de la planta. La metí en la bañera y le dejé correr el agua sobre ella. Aproveché que esa noche había una lluvia de meteoritos, que nunca logré ver aunque sí vi rayos y centellas (no sé si por casualidad o conspiración climática). Me llené de valor y cambié las sábanas, sábanas nuevas y rojas. Sábanas que no huelen a lluvia, ni siquiera huelen a mí. Y todo volvió a estar menos triste pero más solo, esas relaciones inversamente proporcionales que sólo parecen ser posibles a mi alrededor. Estoy casi convencida que la planta tiene algo contra mí y con razón.
Pero tengo que confesar que en las mañanas que la veo así, mustia, como si se quisiera tirar por la ventana, me da una tristeza horrible. Y hoy llegué a mi casa y la encontré así y me eché a llorar. Esa señora era medio bruja y me regaló algo que yo tuviese que querer y tuviese que cuidar porque se parece a mí. Paso días sin darle agua y la planta como si nada y un día cualquiera no puede más y se echa a morir. Y yo estoy tan cansada. Tan cansada de que no me puedo poner mustia por 24 horas. Que todo el mundo dice que puedo con todo, que cuando la gente habla de mí parece que hablasen de un roble y no de una puta planta de interior que exige más agua que el resto, “mira todo lo que le ha tocado y ella sigue así como si nada” y quisiera de vez en cuando gritar que no soy tan fuerte nada, pero llevo tanto tiempo posponiendo el llanto que ya casi ni me sale. Que en el fondo necesito mucho más de lo que tengo, que hay días en que me siento tan sola, tan seca, tan quieta, tan impotente, como la mata en el tiesto, y que en ocasiones es capaz (soy capaz) de conformarse (de conformarme) con un poco de olor a lluvia y esperar a que a mí me sobre el tiempo de echarle (de echarnos) la cantidad justa de agua. Ni una gota más, ni una gota menos.
Y tanta agua sólo con escuchar "tu silencio"... necesito un remedio así! Está genial! Hermoso! Y me hace extrañarte demasiado.... porque el otro día conseguí decirme a mí misma que sí... que me importaba... que no soy tan fuerte... y que estoy harta de aparentarlo... Será tu ascendente Cáncer y mi cangrejo!
ResponderEliminarEsa planta es toda tuya, con eso de que cuando no se muere de sed se está ahogando... La tipa es excesiva; como tú. Te adoro!
ResponderEliminarme gusto
ResponderEliminarsigue escribiendo mas seguido
sos genial...
saludos
tu texto es valiente y honesto , me parece mas valiente quien acepta que no es fuerte , esas personas que dicen ser fuertes es por que no lo son.
ResponderEliminarsaludos