He tardado 3 meses en escribirte. Verás, soy lenta para ciertas cosas, probablemente para estas alturas ya lo sabrás. No sé a qué edad los niños aprenden a leer y aún cuando aprendas no estoy segura de que te lo permitan (sería lo más prudente de todos modos). Tu papá todavía no se atreve a leerme o mejor dicho ha decidido no hacerlo punto. Pues, como te iba diciendo, tu tía es un poco cobarde. No soy tímida, ni precavida, ni calculadora, ni pudorosa, pero sí cobarde. Soy lenta, lentísima procesando las cosas. Soy rápida en todo lo demás. Así que tardo meses en darme cuenta de que tengo que moverme de donde estoy, ya sea trabajo, casa, novio, país. Y hace mucho tiempo que no escribo cartas de amor. Así que me ha tomado más de 90 días intentar comunicarme contigo de la mejor manera o mejor dicho de la única forma que sé.
Tengo miedo. Tengo tanto miedo a quererte. Porque me dueles desde que empezaste a formarte. Porque tu tía no sabe concebir el amor sin dolor. Y cuando supe que vendrías, lloré, lloré sin saber por qué y me alcoholicé lo más que pude para procesarlo o no tener que hacerlo. De alguna extraña manera sentía que eras mi responsabilidad y que no estaba (ni estoy) lista. Desde que tu mamá tenía las semanas suficientes para que llegaras inminentemente, dejé de apagar el celular en las noches, porque no quería perderme por nada del mundo tu llegada. Y cuando me llamaron a decirme que estabas por asomarte, seguí bailando salsa con titi Aybila, palo en mano (tocaba Orquesta Macabeo que ya los conocerás) y le dije a todo el mundo conocido o no conocido que venías, “voy a ser titi gente, voy a ser titi”, se lo dije al bartender, se lo dije a los jevos desconocidos, se lo dije a los amigos, se lo dije al guardia del parking y como seguías tardando cambiamos de barra para seguir celebrando que en cualquier momento llegarías. Pero tardaste. Tu abuela dice que saliste puestúa a mí, si es así, llegarás tarde toda la vida y según dicen algunos de mis amigos, todo por hacer “grand entrances” y poder hacer los cuentos con la mayor audiencia posible. Y me fui a mi casa a coger una siesta y me llamó tu abuela a decirme Valeria viene por ahí. Y estuve como 12 minutos chocando con las paredes, llevándome los marcos de las puertas con los dedos de los pies. Buscando qué ponerme, lavándome la cara y los dientes 18 veces para disimular la amanecida, para esconder la resaca. Y cuando me monté al carro me di cuenta de que no tenía la más puta idea (sí, tu tía también habla como troquera) de cómo llegar al dichoso hospital. Y me entró la lloradera. Verás, lloro poco, pero cuando lloro es como si llorara por todas las cosas que nunca lloré. Y guié atacada en llanto, sin casi poder respirar, cambiando el radio automáticamente sin pensar en nada, porque te juro que lo único que pasaba por mi cabeza era Valeria va a llegar, Valeria va a llegar y lloraba y lloraba sin control.
Cuando finalmente naciste estábamos todos en el pasillo pegados a la puerta escuchando a tu madre gritar y gritar y tan pronto asomaste la cabeza al mundo no te tomaste un minuto antes de empezar a gritar y dejarnos saber a todos que nuestras vidas como las conocíamos habían terminado. Y lloré y lloré, me abracé a todo el mundo y lloré y me monté en el carro y lloré y cada vez que te veo no puedo parar de llorar. Y ni siquiera sé por qué. Como tú, yo también soy la primera nieta de las dos familias y nací justo cuando mi abuela se estaba divorciando de mi abuelo. (Cualquier semejanza es pura coincidencia.) Después de ahí, cada vez que mi abuela me veía lloraba, decía que yo era su rocío mañanero y el lucero de sus noches y lloraba, todavía lo hace. Yo honestamente espero no estar llorando los próximos 26 años porque soy un poco vanidosa y siempre tengo mil cosas que hacer y llorar me retrasa verás.
Es un llanto de alegría, un llanto de emoción, un llanto de sentir cosas tan grandes que no me caben en el cuerpo y el cuerpo siente que tiene que estallar por algún lado. Es un llanto de que cada vez que te veo es como si presenciara un milagro. Es una combinación de ver rasgos de mi hermano, el ser humano que más amo en el mundo en ti, es saber que naciste de dos personas hermosas por dentro y por fuera que te hicieron con amor, con mucho amor porque yo sentí y hasta envidié ese amor cada vez que los veía y si alguna vez tienes dudas, ven donde mí que yo te puedo contar el amor del que saliste.
Es saber que cambiaste a mi hermanito. Lo volviste un hombre, lo volviste un papá, le pusiste nostalgia en la boca, le llenaste de melancolía los ojos, le llenaste las noches de ansiedad, las mañanas de alegrías, lo llenaste de amor, lo inyectaste de madurez, le enterneciste sus inmensas manos, le suavizaste la voz y el otro día le pregunté, “¿piensas mucho en tu bebé?”. Y me dijo sin pensarlo con su voz nueva y su edad multiplicada, con una solemnidad de estreno, casi casi sentenciando: “todo el tiempo Edmaris, todo el tiempo.”
Es saber que naciste exactamente el día en que yo perdí un bebé, dos años antes que tú, por lo que viniste mágicamente a limpiarme la fecha; entre otras cosas. Es sentir que no te merezco, que quisiera tener más cosas que ofrecerte. Que sigo siendo un ensayo de lo que quiero ser. Que no tengo muy claro qué voy a hacer con mi vida, que tropiezo todo el tiempo, que le debo una vela a cada santo y a cada santo una vela. Que todavía no he conseguido a alguien que me ame por suficiente tiempo o con suficiente valor como para quedarse. Que siento que no sé suficiente, que quizás no tengo tantas cosas para poder enseñarte, que soy inestable y confusa e intensa. De seguro así te referirás a mí, “es que mi tía es bien intensa”. Es una percepción unánime, todo el mundo lo dice, para cosas buenas y para cosas malas, para conquistarme y para dejarme, “es que eres tan intensa”. Y tienen razón, esta intensidad se refleja en todo, en la fuerza de mis manos por ejemplo, tu tía rompe mapos con las manos, copas mientras las limpia, destruyo las cosas que toco y me da miedo tocarte, porque soy como Hércules sin lo heroico.
Y te veo y me da tanta pena, que no te pueda decir que te voy a sacar de este país, que no te pueda enseñar otro idioma que no sea español, italiano e inglés. Que no tengo una historia de amor que contarte para ayudarte a que a mi edad tengas algo de qué agarrarte para creer. Que no voy a saber contestar tus preguntas grandes y sé que me las vas a hacer. No sé si hay cielo Valeria, no sé si la gente es mala por naturaleza, no sé si cuando crees mucho en algo lo logras, no sé si se puede tener todo, no sé si hay finales felices, no sé si hay príncipes azules, creo en Santa Claus y creo en las hadas y en el fondo bien en el fondo creo en el amor. Creo en Dios porque si no, no pelearía tanto con él.
No sé por qué la gente se deja de amar, no sé por qué nos enamoramos de la gente equivocada, no sé por qué a uno le falta el aire cuando está triste, no sé por qué nos duele la barriga cuando tenemos miedo, nunca he entendido los arco iris y por nada del mundo quiero que me los expliquen, no sé cómo funcionan los microondas y por qué uno no se puede parar frente a ellos pero sí se puede comer lo que está adentro, no sé cómo funcionan los teléfonos y cómo uno puede escuchar la voz de alguien al otro lado del mundo. No sé por qué la gente buena se muere antes de tiempo, no sé por qué me gustan tanto los hombres, no sé por qué estudio derecho y mucho menos por qué lo continúo. No sé por qué siempre lloro en los conciertos y rara vez en los funerales. No sé por qué soy tan torpe y tu abuela tampoco sabe cómo siendo tan inteligente puedo ser tan boba. No sé por qué la gente se enferma de olvido y le tengo terror a olvidarme. No sé por qué hay tanto cáncer en nuestra familia y no sé por qué todavía nadie ha encontrado una cura. No sé por qué la gente le hace daño a los niños y desde que naciste quisiera ir matando a la gente que lo hace, para asegurarme de que jamás te encuentren. Esa es otra Valeria, soy como Tinker Bell, quizás porque mido apenas cinco pies y sólo me cabe una emoción en el cuerpo a la vez. Y si te amo, no puedo sentir nada más. Es una limitación verás.
Tengo miedo de amarte porque antes de conocerte ya te amaba. Me duele amarte porque eres la forma más bonita del mundo para reincidir. Porque es mi nuevo intento de amar a alguien más que no me pertenece. Eres Iván transmutado pero peor. Tienes mi sangre corriendo por tus venitas, tienes mi boca y esa energía que me anticipa que también te va a encantar besar. Ya se te nota el carácter, la voluntad, la persistencia y apenas sabes pronunciar. Eres Ariana como mi madre, eres Carazo como mis peores malas mañas, eres mi maternidad chueca, mi latente recordatorio de que estoy incompleta. Te pareces demasiado a lo que se siente enamorarse, me tienes la piel de punta, síntomas de adicción y dependencia cuando no te veo, se me aguachan los ojos, me paso pensándote cuando me distraigo, mis planes se paralizan si tengo la oportunidad de verte. Eres mi excusa perfecta, el empuje que necesitaba, la ternura esa que tanto me cuesta, la dulzura que me tengo prohibido sacar a pasear. Eres el primer permiso que me he dado para volver amar, para amar otro ser más libre que yo, quizás más sabia, quizás más dulce, quizás más fuerte, quizás más íntegra, quizás más decidida, quizás más organizada, quizás más realista, más resuelta, más genial, más centrada, más humana, más mujer, quizás más suave, quizá más intensa (esperemos que no, Dios te cuide).
tierno, fuerte y lleno de amor.
ResponderEliminarEdmaris...…doy fe de cómo los hijos le cambian la vida a uno. Qué manera tan dulce cómo ves a tu sobrina y que afortunada por la tía que la vida le ha dado. ¡Bendiciones!
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