jueves, 16 de agosto de 2012

de polvos y peces


He estado callada, pero por razones muy distintas a las habituales. Cuando nosotros éramos chiquitos, (y cuando digo nosotros me refiero a mi hermanito y a mí, y cuando digo mi hermanito me refiero a un hombre de casi 6 pies casado y con una hija) y estábamos callados, mi mamá se preocupaba. La recuerdo gritándonos con primer nombre, segundo nombre y dos apellidos, “¿qué hacen que no los escucho?”. Porque si después de la tormenta viene la calma, la pregunta lógica sería ¿qué viene después de la calma? Y el silencio de dos niños que estén despiertos sólo puede significar o la confabulación de algún plan maquiavélico o el intento de resolución de un desastre ya cometido. 

A veces concibo la vida como algo así, un niño que si está callado es porque se trae algo entre manos. Una niña que si está tranquila es porque algo hizo o algo está por hacer. Y la vida se ha portado tan bonito conmigo últimamente que mi reacción obvia y natural ha sido aterrorizarme. Pensar que me está pasando la manita para prepararme para el cantazo inminente. Como cuando a uno le ponían vacunas y te sobaban el cantito antes del puyazo y en mi caso mi pediatra salía dizque a comprar café y la asistente me decía que dizque tenía un chicle en una nalga y me lo limpiaba con alcohol y después dizque me picaba un mosquito y luego del pinchazo yo empezaba a llorar y entraba mi pediatra dizque de comprar café y perseguía a su asistente con un bate por “hacer llorar a la nena” y yo me reía del simulacro de violencia doméstica en venganza por lastimarme y así siempre he tenido una noción retorcida de la violencia y de que me pasen la manita en general. 

Tengo problemas con las entradas y las salidas, nací 10 días tarde y con fórceps, aprendí a caminar sin gatear, no quería ir a la escuela porque no sabía leer, sólo llegué a correr bicicleta quitándole una de las rueditas de atrás, por lo que soy una adulta que no sabe correr bicicleta y detesto con toda mi alma y su recipiente el refrán “eso es como correr bicicleta” porque si fuera por eso estaría bien jodida en esta vida (no que no lo esté). Lloré cuando me pusieron los braces, lloré cuando me los quitaron, soy esa persona que hace el ridículo empujando las puertas que se halan y halando las puertas que se empujan, por más grande que diga hale o empuje.

Y para ser honestos (y lo escribo con los ojos cerrados como cuando a alguien le van a arrancar la curita) estoy bien feliz. Y no sé escribir cosas felices y soy bien supersticiosa, y creo que todo lo salo, y confío en que mi mamá me saló al no ponerme una manita de azabache, y tengo una certeza torera de que si lo nombro lo cago, de que si lo cuento desaparece, que si abro los ojos todo se me escapa porque estoy soñando o peor aún que si me descuido y los cierro, todo se desvanece.

Y los jueves en vez de escribir me levanto a limpiar, porque me he enamorado de un pez al que le falta el aire. Y por primera vez me importan los polvos viejos que puedan vivir debajo de mi cama, me aterra la idea de que mi caos confabule con el asma y me ahogue la luz que lleva meses dentro de mi casa. Y así él va abriendo puertas y ventanas para que la luz y la música y la ciudad convivan con nosotros de jueves a domingo. Y así yo voy cerrándolo todo con un miedo terrible a que todo se escape, por lo mismo que antes se tapaban la boca al estornudar, para evitar que se le escape el alma a uno. Y llevo años hablando del amor como hablo de los peces como mascotas, plantas que cagan, piezas ornamentales que hay que alimentar. Pero la realidad es que de niña tuve un Betta, un pez suicida que se lanzaba de la pecera cada dos semanas y yo lo rescaté del piso varias veces, recuerdo la sensación viscosa del pez aún vivo en mis manos, recuerdo los segundos esos eternos de echarlo en la pecera con los ojos entrecerrados rogándole al Dios de los peces Betta que por favor lo rescatara otra vez y recuerdo el momento ese triunfal de verlo moverse como si no hubiese pasado ni un segundo sin poder respirar, pero también recuerdo con aún mayor vividez, (la nitidez perversa de la nostalgia le llamaba el Gabo), lo desgarrador que fue la única vez que lo eché en la pecera y se fue directo al fondo. 


Y llevo meses con la nevera llena, con la cama vestida, con las hornillas que prenden intermitentemente por primera vez en años. Llevo muchos jueves barriendo, pero muchos más viernes sin cenar sola, y he utilizado todas mis estrategias infalibles para espantar la luz que se me ha metido por debajo de las plantas de los pies y que me hace desenredarme el pelo al menos una vez cada dos semanas y nada ha funcionado. Todo pareciera indicar que mi pez no es un pez betta sino un pez león. Un pez de esos de picadura venenosa como las vacunas mismas, que previenen enfermedades y tienen efectos secundarios, un pez que pica y provoca fiebre y comportamientos extraños, un pez que desequilibra ecosistemas construidos por años de independencia intensa, años de sobrevivir peces bettas de los suicidas, meros de mandíbulas grandes que meten miedo, chillos comestibles y pargos carnívoros. 

Y estoy tan acostumbrada a tanto nadar pa’ morir en la orilla, a que todo se rompa, a tropezar con mis propios pies. A perder las cosas, a sacar copias y copias de mis llaves. A diariamente descubrirme moretones de origen desconocido. Encontrar que compro el mismo esmalte una y otra vez convencida de que es un color distinto al anterior. A dejar las plumas de la casa abiertas sin ninguna razón. Por eso quizás voy buscando la fisura, trazándole la ruta al futuro accidente, al nuevo moretón. Voy directo a mi colección de esmaltes convencida de que voy a leer de nuevo: Forget me not. (no como las flores azules, sino como la película de horror). No salgo de la casa sin cerrarlo todo, puertas, plumas y ventanas. 

Llevo meses pasándole yo la manita a la vida, cantándole turulete pa’que siga siendo esta nena buena que desconozco, “duerme, duerme negrita”, le hablo a la vida bajito, rezo susurrando, mientras miro a media madrugada a mi pez amado respirar, lo toco un poco para asegurarme que no se le sienta la piel viscosa, abro los ojos despacito, sorprendiéndome todas las veces de que el pez león existe, que el apartamento sigue lleno de luz y que en una casa sin polvos viejos, es mucho más facil respirar. 


5 comentarios:

Anónimo dijo...

porque tu blog se llama siempre jueves ? es una duda que tengo

Anónimo dijo...

Me alegro q te sientas asi. Mi pesera todavia no se llena. No por que no le compro peces, Sino por que tengo la costumbre de buscarle 100 razones para no tenerlos. Y la realidad es q los termino obsequiando a la vida. me gusto mucho leerte en esta ocacion.

Edmarcos dijo...

Como de costumbre me quedo embobado con los pixeles de tu autoría que ocupan mi pantalla. Historias lindas, profundas o tristes; susurros, cuentos de camino o tan solo un tuit siempre me embelesas. Sigo esperando el libro se que algún día llegará. :)

Felices fiestas espero la pases muy bonito.

Edmarcos dijo...

Como de costumbre me quedo embobado con los pixeles de tu autoría que ocupan mi pantalla. Historias lindas, profundas o tristes; susurros, cuentos de camino o tan solo un tuit siempre me embelesas. Sigo esperando el libro se que algún día llegará. :)

Felices fiestas espero la pases muy bonito.

Unknown dijo...

Hola! Soy amiga de tu bella,alegre y alocada madre..hoy durante el dia ella estaba leyendo tus escritos, y como dato curioso siempre estoy en Belen con los pastores solo alcance a escuchar lo ultimo que escribistes y quede encantada con lo q escribes...Me mato aquel escrito que hicites de Valeria, en muchas de tus lineas me vi reflejada y por poco lloro. Linda me iba a ver!!! Haciendo tal papelon..tienes la dicha que pocos tieneN, de expresar de una forma unica y lo que sientes.Ya quisiera yo! tener ese arte q solo unos pocos suelen darce...un place soy Liza :) y sigue escribiendo asi, porque mira q odio leer, pero tus escritos me encantaron...