He estado callada, pero por
razones muy distintas a las habituales. Cuando nosotros éramos chiquitos, (y
cuando digo nosotros me refiero a mi hermanito y a mí, y cuando digo mi hermanito
me refiero a un hombre de casi 6 pies casado y con una hija) y estábamos
callados, mi mamá se preocupaba. La recuerdo gritándonos con primer nombre,
segundo nombre y dos apellidos, “¿qué hacen que no los escucho?”. Porque si
después de la tormenta viene la calma, la pregunta lógica sería ¿qué viene
después de la calma? Y el silencio de dos niños que estén despiertos sólo
puede significar o la confabulación de algún plan maquiavélico o el intento de
resolución de un desastre ya cometido.
A veces concibo la vida como algo
así, un niño que si está callado es porque se trae algo entre manos. Una niña
que si está tranquila es porque algo hizo o algo está por hacer. Y la vida se
ha portado tan bonito conmigo últimamente que mi reacción obvia y natural ha
sido aterrorizarme. Pensar que me está pasando la manita para prepararme para
el cantazo inminente. Como cuando a uno le ponían vacunas y te sobaban el
cantito antes del puyazo y en mi caso mi pediatra salía dizque a comprar café y
la asistente me decía que dizque tenía un chicle en una nalga y me lo limpiaba
con alcohol y después dizque me picaba un mosquito y luego del pinchazo yo
empezaba a llorar y entraba mi pediatra dizque de comprar café y perseguía a su
asistente con un bate por “hacer llorar a la nena” y yo me reía del simulacro de
violencia doméstica en venganza por lastimarme y así siempre he tenido una
noción retorcida de la violencia y de que me pasen la manita en general.
Tengo problemas con las entradas
y las salidas, nací 10 días tarde y con fórceps, aprendí a caminar sin gatear,
no quería ir a la escuela porque no sabía leer, sólo llegué a correr bicicleta
quitándole una de las rueditas de atrás, por lo que soy una adulta que no sabe
correr bicicleta y detesto con toda mi alma y su recipiente el refrán “eso es
como correr bicicleta” porque si fuera por eso estaría bien jodida en esta vida
(no que no lo esté). Lloré cuando me pusieron los braces, lloré cuando me los
quitaron, soy esa persona que hace el ridículo empujando las puertas que se
halan y halando las puertas que se empujan, por más grande que diga hale o
empuje.
Y para ser honestos (y lo escribo
con los ojos cerrados como cuando a alguien le van a arrancar la curita) estoy
bien feliz. Y no sé escribir cosas felices y soy bien supersticiosa, y creo que
todo lo salo, y confío en que mi mamá me saló al no ponerme una manita de
azabache, y tengo una certeza torera de que si lo nombro lo cago, de que si lo
cuento desaparece, que si abro los ojos todo se me escapa porque estoy soñando
o peor aún que si me descuido y los cierro, todo se desvanece.
Y los jueves en vez de escribir
me levanto a limpiar, porque me he enamorado de un pez al que le falta el aire. Y
por primera vez me importan los polvos viejos que puedan vivir debajo de mi
cama, me aterra la idea de que mi caos confabule con el asma y me ahogue la luz
que lleva meses dentro de mi casa. Y así él va abriendo puertas y ventanas para
que la luz y la música y la ciudad convivan con nosotros de jueves a domingo. Y
así yo voy cerrándolo todo con un miedo terrible a que todo se escape, por lo
mismo que antes se tapaban la boca al estornudar, para evitar que se le escape
el alma a uno. Y llevo años hablando del amor como hablo de los peces como
mascotas, plantas que cagan, piezas ornamentales que hay que alimentar. Pero la
realidad es que de niña tuve un Betta, un pez suicida que se lanzaba de la
pecera cada dos semanas y yo lo rescaté del piso varias veces, recuerdo la
sensación viscosa del pez aún vivo en mis manos, recuerdo los segundos esos
eternos de echarlo en la pecera con los ojos entrecerrados rogándole al Dios de
los peces Betta que por favor lo rescatara otra vez y recuerdo el momento ese
triunfal de verlo moverse como si no hubiese pasado ni un segundo sin poder
respirar, pero también recuerdo con aún mayor vividez, (la nitidez perversa de
la nostalgia le llamaba el Gabo), lo desgarrador que fue la única vez que lo
eché en la pecera y se fue directo al fondo.
Y llevo meses con la nevera
llena, con la cama vestida, con las hornillas que prenden intermitentemente por
primera vez en años. Llevo muchos jueves barriendo, pero muchos más viernes sin
cenar sola, y he utilizado todas mis estrategias infalibles para espantar la
luz que se me ha metido por debajo de las plantas de los pies y que me hace
desenredarme el pelo al menos una vez cada dos semanas y nada ha funcionado. Todo
pareciera indicar que mi pez no es un pez betta sino un pez león. Un pez de esos
de picadura venenosa como las vacunas mismas, que previenen enfermedades y
tienen efectos secundarios, un pez que pica y provoca fiebre y comportamientos
extraños, un pez que desequilibra ecosistemas construidos por años de
independencia intensa, años de sobrevivir peces bettas de los suicidas, meros
de mandíbulas grandes que meten miedo, chillos comestibles y pargos carnívoros.
Y estoy tan acostumbrada a tanto nadar
pa’ morir en la orilla, a que todo se rompa, a tropezar con mis propios pies. A
perder las cosas, a sacar copias y copias de mis llaves. A diariamente
descubrirme moretones de origen desconocido. Encontrar que compro el mismo
esmalte una y otra vez convencida de que es un color distinto al anterior. A
dejar las plumas de la casa abiertas sin ninguna razón. Por eso quizás voy buscando
la fisura, trazándole la ruta al futuro accidente, al nuevo moretón. Voy
directo a mi colección de esmaltes convencida de que voy a leer de nuevo:
Forget me not. (no como las flores azules, sino como la película de horror). No
salgo de la casa sin cerrarlo todo, puertas, plumas y ventanas.
Llevo meses pasándole yo la
manita a la vida, cantándole turulete pa’que siga siendo esta nena buena que
desconozco, “duerme, duerme negrita”, le hablo a la vida bajito, rezo
susurrando, mientras miro a media madrugada a mi pez amado respirar, lo toco un
poco para asegurarme que no se le sienta la piel viscosa, abro los ojos
despacito, sorprendiéndome todas las veces de que el pez león existe, que el
apartamento sigue lleno de luz y que en una casa sin polvos viejos, es mucho
más facil respirar.
porque tu blog se llama siempre jueves ? es una duda que tengo
ResponderEliminarMe alegro q te sientas asi. Mi pesera todavia no se llena. No por que no le compro peces, Sino por que tengo la costumbre de buscarle 100 razones para no tenerlos. Y la realidad es q los termino obsequiando a la vida. me gusto mucho leerte en esta ocacion.
ResponderEliminarComo de costumbre me quedo embobado con los pixeles de tu autoría que ocupan mi pantalla. Historias lindas, profundas o tristes; susurros, cuentos de camino o tan solo un tuit siempre me embelesas. Sigo esperando el libro se que algún día llegará. :)
ResponderEliminarFelices fiestas espero la pases muy bonito.
Como de costumbre me quedo embobado con los pixeles de tu autoría que ocupan mi pantalla. Historias lindas, profundas o tristes; susurros, cuentos de camino o tan solo un tuit siempre me embelesas. Sigo esperando el libro se que algún día llegará. :)
ResponderEliminarFelices fiestas espero la pases muy bonito.
Hola! Soy amiga de tu bella,alegre y alocada madre..hoy durante el dia ella estaba leyendo tus escritos, y como dato curioso siempre estoy en Belen con los pastores solo alcance a escuchar lo ultimo que escribistes y quede encantada con lo q escribes...Me mato aquel escrito que hicites de Valeria, en muchas de tus lineas me vi reflejada y por poco lloro. Linda me iba a ver!!! Haciendo tal papelon..tienes la dicha que pocos tieneN, de expresar de una forma unica y lo que sientes.Ya quisiera yo! tener ese arte q solo unos pocos suelen darce...un place soy Liza :) y sigue escribiendo asi, porque mira q odio leer, pero tus escritos me encantaron...
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