La semana del 4 de julio de este año, a mi cuerpo le
dio con gritarme.
Una de las frases más ciertas que he escuchado, me
la dijo un profesor de literatura pero la escribió un cirujano francés: “la
salud es el silencio de los órganos”. Llevaba un par de semanas sintiéndome
distinta, mi cuerpo demasiado consciente de sus sensaciones y sus procesos.
Toda la vida he sido bendecida con tener un estómago de troquero, siempre he
podido comer y beber como un hombre del doble de mi peso, sin ningún tipo de
consecuencia mayor. De la nada, los mensajes eran continuos; un malestar constante,
una puñalada en la boca del estómago, una incapacidad para dormir en cualquier
posición, unas náuseas que venían con el hambre, con la comida, cada 3 horas
sin fallar, un reverbero, una acidez como sensación estándar. Empecé a tener un
sabor a metal en la boca todo el tiempo y un miedo nuevo a probar bocado. Al
buscar mis síntomas, Google me regalaba en los primeros diez resultados cierta
palabra particular, una y otra y otra vez… Embarazo. Como tengo fuertes tendencias
al exceso y a la exageración, me hice 3 o 4 pruebas en menos de dos semanas. El
resultado también fue constante y continuo: una sola línea azul, una y otra y
otra vez.
Decidí ir a un médico, cosa que suele ser mi última
alternativa porque siempre creo que las cosas se me van a pasar. Y si no se me
pasan aguanto, aguanto bastante. Tengo el umbral del dolor inversamente
proporcional a mi estatura, altísimo. Mi tolerancia al dolor suele ser
impresionante (dicho por segundos y terceros). He tenido bronquitis, úlceras en
las córneas y tatuajes en mis costillas que los hombres que me examinaban,
chequeaban y agujereaban no podían creer que yo estuviera pasando sin siquiera
respirar más profundo de lo habitual. Será porque respirar nunca ha sido mi
fuerte.
Podían ser muchas cosas, podía ser una úlcera, podía
ser una hernia, podía ser una bacteria que te da por el agua y por el hielo,
una bacteria que hay que agarrar a tiempo porque es una de las principales
causas de cáncer del estómago. Y ya no escuchaba nada más. El médico decía que
por mi edad, probablemente no era nada serio y yo escuchaba cáncer. El médico
decía que no dolía y yo nada más escuchaba el miedo. Miedo a la palabra cáncer
que rodea los espacios entre las vocales y las consonantes de mis apellidos. En
mi familia hasta los perros se mueren de cáncer. Pagué la cita, escuché las
instrucciones, me llevé las recetas para los sedantes, pagué el
estacionamiento, me monté al carro y lloré el camino entero hasta la farmacia.
Fue una larga semana hasta el examen y serían dos
semanas infinitas hasta los resultados. De la nada se me metió un pánico absurdo entre cuero y carne, sobre
qué pasaría si me daba con estornudar mientras me hacían la endoscopía. Creo que no estornudé y si lo hice, no sentí nada,
en efecto. Esperé 4 horas en la sala de espera, viendo la misma película que
las 2 veces anteriores y siendo por 3era vez la más joven del lugar. El doctor
me saludó como si nos conociéramos de toda la vida, después de todo no me ha
visto desnuda (que yo sepa) pero me ha visto por dentro, eso es más de lo que
mucha gente puede decir.
Una hernia, intensa, pequeñita y jodona, como yo.
Nada del todo preocupante, más de la mitad del país la tiene. Que me olvide del
tomate, de las salsas, de la cafeína, del pique, del chocolate, de la cafeína, del
alcohol, de la cafeína, de las margaritas, de los cigarrillos, de la cafeína…
Una hernia, nada grave, un cantito de mi estómago se mete por el boquetito
donde va el esófago. Los diminutivos no lo hacían sonar mejor. Para mí una
hernia, siempre ha tenido que ver con la fuerza. ¡Nena no hagas tanta fuerza
que te va a salir una hernia! (en la voz de mi abuela). Eso tendría mucho más
sentido. Herniada por un exceso de fuerza. La suavidad nunca ha estado entre
los 20 adjetivos que me describirían. La fuerza sí. No soy ni de abrazar, ni de
añoñar, ni de acurrucar. Soy más de pellizcar, morder y apretar. Sólo sé dar el
cariño a cantazos, a borbotones, como único sé sentir.
Llevo casi 3 meses cambiándolo todo. Dándome cuenta
de que la vida de uno gira en torno a los palos, a las frituras, al café. Que
la mitad del menú es mi enemiga. Que los jangueos sin alcohol son una ventana a
otra dimensión. Que tus panas no son tan graciosos cuando tú estás sobrio y
ellos no. Que más de dos horas en la playa sin cervezas ni una botella de
Champagne son demasiado tiempo y un tiempo mucho más caluroso de lo que crees.
Que el espacio personal no existe entre el whiskey, la vodka y el ron y que
cuando uno está sobrio la gente parece que grita más, te toca más, te irrita
más. Y que si lo pasas suficientemente mal, hasta las cosas que más te gustan parecen
estar demás.
No es una condición terrible, ni una enfermedad
degenerativa, pero tampoco se cura. No he cumplido treinta y tengo una hernia
hiatal, principios de cataratas desde los 17, mis caderas se salen de sitio
desde los 16, y tengo miopía desde los 12. Lo mío son las cosas pequeñas,
cotidianas, sobrevivibles, sufribles y encojonantes. Ha sido una experiencia
existencial. He tocado fondo y he celebrado con Ginger Ale. Ya sé que las
resacas no se extrañan y que cuando uno no bebe, tiene mucho más tiempo para
leer. La claridad de todas tus noches abruma. Mi nueva búsqueda se resume en:
los adictos a nada, qué les emociona de la
vida. No se asusten, no estoy suicida, sólo tengo una hernia diminuta y decidida y los días son más largos cuando
uno no consume alcohol ni cafeína. Ahora
cuando me enojo me duele la barriga. Quizás es la forma que tiene mi cuerpo, Dios o el universo de salvarme de mí misma
y ni hablar de la pobre gente que me rodea cuando estoy
abstemia de alcohol y de
café.
Las limitaciones te ayudan a reconocer cuál es tu
droga. Las autoimpuestas, las sociales y las que tu cuerpo te pone porque en el
fondo no da para más. Entonces ya sé cuál es la mía. Quizá siempre lo supe,
pero la más que consumes no necesariamente es la más que te hala. La más
pública no siempre es la que más pesa. Y la mía es el café. Lo requetecomprobé.
Después de 2 meses sin tan siquiera acercarle la lengua, que se sintieron como
2 largos y agonizantes años, me lo volví a encontrar. Me dejé creer que como
las migrañas me habían bajado y mis cambios de humor se habían estabilizado, lo
había superado. Pero no, nuestro reencuentro fue tan mágico como me temía. La
usual taquicardia me empezó desde la mañana en la que decidí premiarme. Yo iba
a las millas y el universo detenido, en cámara lenta, estirándome la angustia. Parecía
que el mundo quería protegerme de mí misma, de mi hedonismo autodestructivo, de
mi fatal tendencia a caer una y otra y otra vez.
De asomarme a la puerta, el olor me cosquilleaba la nariz y la columna. Me dio pudor imaginarme a la gente leyendo mis intenciones, la gente sabiendo que no debía hacerme un daño como ese, que la recaída sería peor que todas las anteriores juntas. Me temblaban las manos y quizás hasta las rodillas. Entonces la sonrisa esa idiota, el sobeteo de la taza con los ojos, el amor ese raro que siempre nos tuvimos, o mejor dicho que yo le tengo, la reciprocidad es siempre confusa en estos casos. Tan pronto me acerqué fue como si el tiempo no hubiese pasado, como si esta fuera la segunda taza del día, como si olvidara instantáneamente que tengo literalmente un pedazo de órgano fuera de sitio por ese amor. Se me aguaron los ojos del placer. Me lo bebí lento pero sin pausa, hubiese querido tomarle fotos, pero en las fotos no se fijan los olores, no se plasman las sutilezas, no se escuchan las voces. Fui feliz. Tan feliz como solo un cuerpo en necesidad y luego satisfecho puede sentirse. Entonces me entró el júbilo, la falsa sensación de complacencia, de que esa felicidad puede estirarse, puede existir en un espacio distinto y en cantidades diarias. Me convencí de que necesitaba más sorbos y de que mi cuerpo podía resistirlos. Sentí ganas de cantar, de cambiar mi vida, de salvar el mundo, de salvarme a mí. Fui dolorosamente feliz por una hora y media. Y entonces el bajón, el cuerpo quejándose, la realidad golpeándome el esófago, el cerebro en negación, las endorfinas en retirada, la vida diciéndome que no se puede ser feliz viviendo en una taza de café, ni tan siquiera una sola vez al mes.
De asomarme a la puerta, el olor me cosquilleaba la nariz y la columna. Me dio pudor imaginarme a la gente leyendo mis intenciones, la gente sabiendo que no debía hacerme un daño como ese, que la recaída sería peor que todas las anteriores juntas. Me temblaban las manos y quizás hasta las rodillas. Entonces la sonrisa esa idiota, el sobeteo de la taza con los ojos, el amor ese raro que siempre nos tuvimos, o mejor dicho que yo le tengo, la reciprocidad es siempre confusa en estos casos. Tan pronto me acerqué fue como si el tiempo no hubiese pasado, como si esta fuera la segunda taza del día, como si olvidara instantáneamente que tengo literalmente un pedazo de órgano fuera de sitio por ese amor. Se me aguaron los ojos del placer. Me lo bebí lento pero sin pausa, hubiese querido tomarle fotos, pero en las fotos no se fijan los olores, no se plasman las sutilezas, no se escuchan las voces. Fui feliz. Tan feliz como solo un cuerpo en necesidad y luego satisfecho puede sentirse. Entonces me entró el júbilo, la falsa sensación de complacencia, de que esa felicidad puede estirarse, puede existir en un espacio distinto y en cantidades diarias. Me convencí de que necesitaba más sorbos y de que mi cuerpo podía resistirlos. Sentí ganas de cantar, de cambiar mi vida, de salvar el mundo, de salvarme a mí. Fui dolorosamente feliz por una hora y media. Y entonces el bajón, el cuerpo quejándose, la realidad golpeándome el esófago, el cerebro en negación, las endorfinas en retirada, la vida diciéndome que no se puede ser feliz viviendo en una taza de café, ni tan siquiera una sola vez al mes.
Sufro de algo similar no se si es hernia o que me pasa, también he pensado en él cáncer y en la muerte en esos días donde no puedo no respitar. Ya son mas de dos años de sentirme así ya aprendí a vivir con esto y aun él medico no lo diagnostica pero me pareció leer una historia de mi suftir.
ResponderEliminarLo que me toco dejar fue él alcohol y como me hace falta aveces me dejo llevar unas 2 veces cada 6 meses