Hay gente que tiene ciertas influencias en mí, que ni yo misma entiendo. Cuando esto me ha pasado el 98% de las ocasiones son hombres. No sé si se debe a que las cosas simples me bloquean, me aturden, me embrutecen. Si me pides el resultado de 8x7 inevitablemente en mi mente multiplico 7x7=49, entonces le sumo 7 y por fin llego al maldito 56 que nunca aparece como un reflejo en ningún lóbulo de mi cerebro. Sin embargo si me planteas uno de esos “ problem solvings” larguísimos donde te preguntan, si Jaime es mayor que Juan 4 años y Pedro el menor que Jaime 2 años, y Marcos es menor que Juan pero mayor que Pedro por año y medio y la suma de todas las edades es 78, cuántos años tiene Juan??? Por algún misterio homeopático puedo resolverlo.
Pero hay ciertos seres que inutilizan mi inteligencia. Antes pensaba que era mi corazón, mi sentimentalismo que tenía un poder limitante sobre mi raciocinio. Sin embargo hoy tengo la certeza de que mi debilidad está en la piel. No sólo porque mi piel no produce suficiente melanina y me salen paños cuando tomo Sol, lo cual es siempre porque: #1 me encanta broncearme y #2 porque tengo la caprichosa alergia al bloqueador solar que me imposibilita protegerme sin sentir que estoy siendo frita o torturada con aceite caliente.
Mi piel me debilita porque soy felina. Tengo la necesidad esa innata de los gatos de ser tocados. Me restrego contra la gente. Sin embargo me cohibo muchísimo de andar repartiendo mimos por el mundo. Es más por lo regular me pongo arisca. Cuando la gente me abraza no sé qué hacer, mi torpeza se ensalza y me salgo del intento de abrazo antes de tiempo, no sé moverme si tengo un brazo encima. Esto lo descubrí tarde, como casi todo en mi vida. Así que cuando quiero a la gente, la pellizco, los aprieto, les halo el pelo, les muerdo un hombro, les hago llaves de lucha libre. La ternura me cuesta. Entonces cuando pongo en práctica toda la terapia mental que me doy para rescatar la feminidad que debe estar sumergida bajo mi fuerza que a veces pienso que está hecha de testosterona y me lanzo a acariciar y no me responden; en vez de alejarme cabizbaja y con el rabo entre las patas, me desboco. Porque soy excesiva. Soy testaruda. Me creo invencible. Soy medio hombre y cuando me rechazan me creo que es una invitación. Cuando me ignoran lo tomo como un reto. Y apuesto a mí.
Y es que mi piel, como es mía, de tal palo tal astilla, siempre tiene hambre. Una tristeza profunda me cierra el estómago pero me abre la piel. Una amiga futura doctora me dijo, justo lo que necesitaba oir de la estudiante de medicina que nunca seré, el cuerpo es perfecto, la piel deja entrar y salir lo justo, lo necesario, lo que puede manejar. Mi piel padece de escasez. Mi piel es seca y si le pongo una cantidad mediana de una de esas cremas de olores imposibles, puedo ver cómo mi piel la devora, la desaparece, se la traga. Por eso no me duran los perfumes, ni los maquillajes, mi piel decide ser impermeable y a diferencia de las cremas a quienes mi piel se chupa, mi piel se vuelve resistente a los colores del maquillaje y al alcohol del perfume. Por eso si quiero que un perfume me dure, me tengo que comprar el dichoso kit de shower gel, body cream, splash y perfume, porque si no, el aroma sencillamente rebota. Y no huelo a nada.
Mi piel sufre de escasez; casi no tengo lunares, los puedo contar con los dedos de una mano, casi no tengo pelo, mi piel es desértica. Entonces de ahí debe venir esa tendencia a traicionarme. En que a mi piel al igual que yo le falta orgullo y le sobra apetito. Mi árbol favorito es el sauce llorón, y lo que me afecta de él, porque todo lo que nos gusta es porque nos afecta de algún modo, no es su aparente tristeza, ni su nombre profundamente melancólico, es esa sed perpetua que el pobre tiene. Por eso los sauces tienen que estar cerca de cuerpos de agua. Alguien me dijo una vez, (porque soñaba con tener algún día uno frente a la puerta de mi casa), que sus raíces destruyen las tuberías, si no tienen agua a su alcance, destruyen lo que está en medio para conseguirla.
Soy un signo de fuego, lo que podría explicar los designios erráticos de mi piel y comparto mi vida con un signo de tierra. Lo podemos ver de diferentes formas. Cuando hay fuertes incendios forestales los apagan con sacos de tierra. Pero por otro lado qué es un volcán sino un montón de tierra encubando otro montón de piedra derretida, caliente, fogosa. Un volcán con el que se puede vivir tranquilamente por años, cuidado si por décadas. Y el día menos pensado, sin ningún tipo de aviso metereológico explota y comparte su fuego con sus alrededores, se derrama, se libera. Le tengo terror a los volcanes. Será porque no los conozco o porque me parecen demasiado conocidos.
Hoy amanecí acuosa. Será porque es domingo y los detesto. Relaciono el agua con la tristeza. El aire con la libertad. El fuego con las pasiones. La tierra con la permanencia. Detesto el estado de reposo de los domingos. Lo infalible del lunes. El aire de despedida que tienen. La inercia esa que me corta la respiración. Por eso me gustan los jueves, su sabor a anticipación. El derecho que nos da a mí y a mi piel de sentir sed y complacernos. El aturdimiento con el que consigo ignorar las palizas emocionales, los ayunos de afecto y sólo recordar esa hambre mañanera que es lo que abre mis ojos en las mañanas. Hambre. Un hambre capaz de derrotar a la poca lógica que he podido ir reuniendo. Y es por eso que a través de mi vida, en diferentes temporadas alguien ha tenido el poder sobre mí, de imposibilitarme el detenerme, el parar, el analizar. Y de pronto no importan las justificaciones, de pronto no importa si ya no me parezco a lo que quería ser, no importa si a cualquier amiga la reprendería por mi comportamiento, no importa. Porque es como el chocolate. No puedo decirle que no. Nunca parece ser suficiente. Nunca me empalago. Nunca me canso, nunca me hastío y lo peor y mejor de todo es que nunca me satisfago. No es casualidad que el verbo satisfacer sea de los peores para conjugar. El lenguaje, al menos el nuestro no es arbitrario, está lleno de causalidades y conexiones maravillosas. Satisfice, satisfago, satisfaré. Parece una burla. Y tan imposible es de conjugar como de realizar. Y mi piel por extensión no se satisface. Como cualquier compulsivo, como cualquier adicto, como cualquier dependiente de cualquier cosa, se le escapa el control. Y por eso mi piel es maquiavélica dentro de su condición. Predice, calcula, se autosuministra las dosis necesarias para engañar el metabolismo, se prepara para invernar, porque a eso hemos llegado. Y cuando mi piel no consigue lo que quiere, porque después de todo tengo buenos genes en cuanto a juventud y mi piel es una niña engreida, que pataletea y se deprime cuando no le dan lo que busca… y cuando mi piel se deprime nada más funciona. El resto de mis órganos van cayendo por efecto dominó, ni las clásicas causas hormonales son tan dañinas, y cuando yo me equivoco, o me excedo y termina mi piel sufriendo las consecuencias, porque la gente cuando te conoce sabe exactamente dónde dolerte. Y durante mi vida siempre me han disciplinado en esos términos, (estos seres extraños que me idiotizan) me castigan sin tocarme. No me afectan los gritos, ni las malas palabras, no me asustan las amenazas, ni los objetos voladores, no me conmueven las escenas. Pero esa tortura china del silencio, del silencio que se mete por mis oidos y entre mis piernas, me destroza los nervios.
Cuando viví en España en un momento dado estuve casi tres meses sin que me tocaran. Me fui a un salón de belleza con la excusa de ponerme regia para regresar. Una de esas estupideces colectivas de tener la obligación de llegar mejor de lo que uno se fue, al menos por fuera. Y la chica con el pelo de mil colores, con un recorte sólo comprensible en ese continente me llamó diciendo mi nombre de una forma en la que no le reconocí ni una sílaba y me sentó a lavarme el pelo. Hasta eso hacen diferente allá. No me buscó conversación. No me dio ninguna instrucción ni le preocupó que se me mojara la blusa. Me masajeó el cráneo sin exagerar por unos 15-20 minutos. Despacio, rápido, delicadamente, bruscamente, casi rascándome, casi acariciándome, a veces me hincaba, a veces me producía escalofríos, en momentos me sentía sumamente incómoda, en momentos me sentía sumamente feliz, alguien me tocaba y las lágrimas no dejaban de bajarme hasta el cuello. Algo bueno tenía que ella no se hubiese preocupado por no mojarme con la regadera.
En mi cerebro nunca hay silencio, ni siquiera cuando me esfuerzo. El silencio me parece un arma blanca, un bisturí quirúrgico. Cuando mi piel parlanchina no puede ser solidaria con ese gallinero que está 24/7 dentro de mi cráneo mi sistema se desequilibra. Y empiezan a haber escapes de información y de cordura en todas las direcciones. Dicen que la gente que se corta las venas lo hace para llamar la atención porque de hacerlo correctamente sería una muerte terriblemente lenta y dolorosa. Sin embargo aseguran que si uno se corta la vena carótida, tiene una muerte prácticamente instantánea sin mencionar que infalible. Creo que tengo venas carótidas ramificándose como las raíces de los sauces llorones, cuasi infinitas, despiadas, desesperadas y sedientas, buscando y multiplicándose exponencialmente por toda mi piel.
Oye yo me fui una vez a cortarel cabello igualito que los hombres haber que sentían ...jaja , era una peluqueria baratonacon muchos espejos y llena de hombres , tocaban danzones, y no te lavavan el pelo,te rociaban con un spray de gua calientecon desenredante jajaa y acortar , pero duro mucho y me cortabacon mucha delicadeza...tambien senti de todo, y quiero volver, pero me siento graciosa en casquete corto XD
ResponderEliminarescribes muy bien :)
odiaba los domingos y solia decir que eran diaspar suiidarse o que el find el mundoiba a empezar el domingo y lo peor sucederia el lunes jajaja
ResponderEliminarperoempece a hacer solocosas que me entusiasmen losdomingos,para darle una cachetada a la vida, jaja ,y un jodido domingo,...yo iba sin mi hijo porel metro haciendo algo muy divertido ...y entonces la vida, me pellizcóla nalga, por que, me dijo, tal vez hagas cosas genialesel domingo, pero me encontre el metro lleno de gente con sus hijos, y todos con geta de hartos dela vida dominguera ,y de haberse despedido de sus familias....y pensé ah que pinche vida loca"
XD