Me intrigan las fobias. Tengo curiosidad por los miedos. No sé si tenga que ver con que siempre he tenido la teoría de que lo último que se pierde es el miedo. Por debajo de la esperanza, cuando se agota la fe, he tenido la cuasi certeza de que debe haber un profundo terror. Cabe la posibilidad de que como me atraen los opuestos y como tengo inclinaciones obsesivas, presiento que la obsesión debe ser prima hermana de la fobia, o mejor aún probablemente sean amantes. Después de todo, ambas son perturbaciones, sensaciones que te trastornan y por lo regular aquello que te trastoca tiene un efecto o terrible o riquísimo.
Hace ya dos noviembres que me leyeron mi carta astral. Tenía una corazonada, pero mis dones no están ni entrenados ni codificados y nunca estoy segura si es un buen o un mal presentimiento. Era un 15 de noviembre, 2007 para ser exactos y sentía que todo me estaba saliendo mal. Antes de buscar un santero que me hiciera un despojo, y me dijera que necesitaba un rodao’ de cabeza, y dos gallinas, porque de seguro tenía un trabajo, preferí consultarle a los astros.
Los astros me intimidan menos. Me dijeron muchas cosas, como suele pasar, mucho más de lo que necesitaba escuchar. Entre las más impactantes, que siento que nadie me ama como me merezco y todo parte de la premisa de que no sé amar. Que me he repetido tantas veces que no quiero ser madre, que no quiero ser madre, que no quiero ser madre, que ya logré convencer a mi cuerpo y mi cuerpo no se ha preparado para eso, por lo que muy previsiblemente sin ayuda no podré reproducirme. Según ella nada que no se pueda sanar con terapias de respiración. Que mi ascendente es en cáncer, lo que explica mis continuos roces y tempestades con la gente de ese signo. Que tendría una crisis matrimonial grande en marzo del 2008 y en noviembre del 2008, la más grande de todas, y que de ahí se decidiría definitivamente si la cosa proseguía o no. Que estaba atravesando un tránsito en Plutón que me duraría ya no recuerdo ni cuánto, sólo sé que ya tenía a Plutón enganchado cuando llegué a su oficina y estoy segurísima de que lo tengo encaramado en la espalda y adherido a mi columna vertebral todavía. También me dijo que este febrero que pasó, era un buen momento para ya haber sanado y concebir.
Lo más interesante y lo que no entendí (aunque creí que sí en el momento) era la explicación de lo significaría en mi vida un tránsito en Plutón. Hoy todo está claro. Para aquellos escépticos sólo les sugeriré que lo vean como poesía, porque así yo lo vi hasta que lo entendí. Casi todo lo que no entiendo o aquello que me produce una sensación incómoda y rica a la vez de curiosidad y confusión lo miro como poesía: la geometría, la física, la filosofía y algunos de los seres que me he atrevido a amar.
Yo también me pregunté que rayos podía significar un tránsito en Plutón fuera de lo obvio: que me esperaba una suerte del carajo en lo que terminaba de pasar el planeta enano con sus tres lunas. Lo mágico de Plutón es que te pasea por tus miedos. Léanse el mito de Perséfone. Así me lo explicaron: resumen masticado y digerido; era un doncella que el dios de los muertos Plutón raptó y llevó con él a vivir al infierno. Después de ahí pasa unas temporadas con él, la deja irse pero siempre tiene que regresar al inframundo. Algunas versiones del mito dicen que las entradas y salidas de Perséfone marcan las estaciones. Yo soy Perséfone, hasta cierta fecha que estoy intentando encontrar en las anotaciones que hice de esa cita. Lo importante es que Plutón te enfrenta a tus propios miedos. Las cosas a las que más le temas en la vida te las pondrá de frente e inevitablemente saldrás o destruido o invencible. Ella me dijo que son proyecciones, que lo que viera terrible en otras personas, especialmente mujeres serían reflejos de cosas feas que tengo dentro de mí (que aparentemente son muchas más de las que había contabilizado).
Honestamente no me asustaron las profecías porque a mi entender yo casi no sentía miedo. Ella me mencionó algunos miedos y algunas formas en que se podría manifestar, tengo miedo a la escasez (quién no) así que me pasaría al borde siempre de no tener nada, tengo miedo de no tener el control, así que tendría muchos quebrantos de salud en su mayoría por razones emocionales. Hoy día a 16 no tan felices meses viviendo con Plutón como un radar detrás de mí tengo mis miedos bien claritos: miedo a la vejez, miedo a la culpa, miedo al arrepentimiento, miedo a la pobreza, miedo a la pérdida, miedo a no tener quién me cuide, miedo a la desolación, miedo al desamparo, miedo a la exclusividad, miedo a la mediocridad, miedo a la decepción, fobia a decepcionar, fobia a la locura, fobia a la infidelidad, fobia a desconocerme, fobia a que me cambien, fobia a no poder reconocerme, fobia a la imposibilidad, fobia a la permanencia, fobia al compromiso, fobia al perdón, a la entrega, a mi incapacidad de amar y a su recíproco.
Hay ciertas fobias que no son mentales. Sencillamente el cuerpo rechaza cierta cosa, por ejemplo la hidrofobia y la fotofobia. Pueden ser aversiones mentales, simples temores, pero también puede ser la incapacidad del cuerpo de manejar el agua o la luz. Parecería mentira a las cosas a las cuales la gente le tiene fobia. No los terrores comunes: cucarachas, alturas, tiburones, sitios cerrados. Hay fobias hermosas (ahí voy yo con la poesía) y otras detestables (en mi humilde y fuerte opinión: inventadas) que han sido utilizadas para justificar cosas atroces. Fobia a los pelos, a los gérmenes, a las mujeres hermosas, a los homosexuales, fobias fálicas, fobias raciales, a los teléfonos, a los duendes, a los franceses, a los niños, a los viernes 13, a la gente calva y al papel. Miedo a ruborizarse, a los cirujanos, a los alfileres, a la desnudez, a las decisiones, a los puentes.
No puedo dejar de preguntarme qué le haría Plutón a estas personas.
Sólo les puedo decir, que Plutón es súper creativo. Y los dejo con la prueba más reciente. Llevo dos días peleando. Discutiendo sin tregua con la persona que amo, casi no lo veo últimamente y aún así lo logro. Ese ser humano que me obsesiona y me aterra (en sus dos concepciones), anda por el mundo en un vehículo de dos ruedas. Anda expuesto a cualquier cosa, vulnerable a los conductores ebrios, a las carreteras llenas de cráteres, a los aguaceros dispersos, a la poca iluminación de la zona rural donde vivo (entiéndase dos carriles que no hacen uno sin líneas que los dividan y sin ningún espacio para esquivar a nada ni a nadie). Anda protegido por un rosario que él mismo no entiende, por un triste reflector que le cruza el pecho cual reina de belleza, protegido con una camiseta con una calavera y un casco con dientes. Ese hombre que reúne tres cuartas partes de mis fobias y que ha sido cómplice de Plutón me tiene con el terror de que mi mala suerte sea contagiosa al borde de un quebrantamiento nervioso por culpa de una dichosa motora.
Hoy venía camino a mi casa, rumiando las palabras que escribiría hoy. La diatriba que le dirigiría como continuación de lo que nunca termino de decir cuando estoy rabiosa. Escribir es seducir dice mi maestra, y yo disfruto del “foreplay” (disculpando el espanglish porque preliminares no lo ilustra bien) de escribir en mi cabeza, voy dándole forma, amasándolo sin escribir una palabra. Y mientras refunfuño en mi cabeza por el día que he tenido y mientras peleo con el ausente por el coraje de ayer y los pasados, me fijo en el tapón absurdo de las casi once de la noche. Y de pronto me llega la imagen de la ambulancia que me pasó hace minutos por el lado y el tráfico está detenido, y una guagua me pasa por el lado en contra del tránsito y se estaciona en el mismo medio del carril contrario, la dejan con las luces intermitentes y tres muchachos corren como locos. Los curiosos se agolpan, para variar eficazmente y con prisa, lo menos característico de nuestro pueblo en cualquier caso menos en el de averiguar. Y veo una motora destrozada en el piso. No hay nadie llorando, no hay histerias colectivas. Y el miedo ahí soplándome la nuca de nuevo. Y le doy unas gracias cortas y culpables a Dios porque la motora no es una Harley. Probablemente alguna otra mujer rezaba porque lo fuera. Y marco los diez números porque del susto se me olvida que si presiono el dos lo llamo. Y no contesta. Y sale la dichosa grabadora que me tortura, dicho sea de paso me aterra la espera. Y lloro. Lloro todo el camino hasta mi casa, le mando un mensaje de texto lleno de un amor que no pude encontrar al medio día cuando rabiaba. Y Plutón me pone la imagen de ese cuerpo que amo en el suelo. Y no le agradezco la enseñanza. Porque estoy harta de sus formas. De sus talleres de alto impacto. Que suerte tienen aquellos que le temen a los alfileres y a los gatos.
Si mal no recuerdo eran 18 meses con Plutón colgado del cuello.
ResponderEliminarSupongo que los miedos son la extraña manera que el universo tiene de burlarse de nosotros. No sé, es algo que está en el límite entre la burla y la compasión. Casi como un Reality Check... lo peor es cuando uno se siente el único miedoso y los que están cerca, y que comparten muchas cosas con uno, no comparten el miedo.