sábado, 31 de diciembre de 2011

El silencio de los elefantes



Llevo muda 3 meses. Históricamente, desde que fundé, abrí, me inventé o pujé este blog en el 2008, es el año que menos he escrito. No he estado muda, muda, porque los que me conocen saben que el silencio no es una de mis aplicaciones. Usualmente me tengo miedo cuando estoy callada y los que han hecho el intento o el aguaje de quererme aprenden a tenerle terror a mis periodos mudos. Será porque el mar se calma justo antes de la tormenta. Y últimamente los piropos que me gano o que me regalan, todos tiene el factor común de desastre natural o fenómeno atmosférico. Y la vida me ha enseñado, a la mala como siempre, que no se sabe si por isleña, por mi ascendente en Cáncer, porque quizás sí soy hija de Yemayá, por mi padre pisciano, porque un cura me dijo que cuando dudara me le enfrentara, cuando estoy muda o a punto de desbordarme, me siento frente al mar. Soy una hoarder hasta emocional, todo lo acumulo, en el carro y en las costillas, todo lo almaceno, en los tobillos y en el apartamento, en particular las tristezas, porque a veces no tengo tiempo o ganas de bregar con ellas, como con las deudas, alguna gente que quiero, mis asignaciones de derecho y las despedidas, miro para el otro lado, las ignoro mientras puedo y luego el día menos pensado, no me caben, no cabemos, no quepo y me desbordo. Hay gente que colapsa ante el exceso, gente que se rompe en el caos, pero yo no, yo soy exceso y soy caos y cuando estoy a punto de derramarme me siento en la orilla del mar.



Mis llantos y mis silencios parecen funcionar como las mareas, se ven alterados por la cercanía y la atracción de la luna y el sol. Quizás he estado digiriendo demasiadas cosas, y quizás he tenido miedo de hablar demás como siempre y quizás este era un año para vivir y no para escribir. Pero he escrito, escribí una novela que me tomó un año y 10 meses de silencios y lágrimas y un parto el 11/11/2011 de 132 páginas. Y puse el punto final y me eché a llorar y llorando me delineé los ojos, y llorando abrí una cerveza, y llorando me puse un traje y llorando me pinté la trompa y llorando bajé en el ascensor y llorando me monté en el carro de un angelito y él me llevó a secarme las lágrimas a pura salsa. Y al otro día mi mamá literaria cuando le conté del lagrimeo involuntario, me dijo: “coño, ¿cómo no vas a llorar? ¡Si esto ha sido un parto larguísimo!” 22 meses de gestación, como los embarazos más largos, los de los elefantes.


Cuando perdí mi bebé hace ya casi 3 años, estuve a punto de tatuarme un elefante, la única razón por la que no lo hice, es que no quería que mi primera marca perpetuara lo que en ese entonces catalogué como una pérdida. Para la gente tan desorganizada y caótica como yo, poder clasificar las cosas que te pasan y que sientes, resulta en un gran alivio. Los elefantes son los animales terrestres más grandes que han sobrevivido la evolución. Un elefante al nacer pesa 120 kilogramos, mi peso ideal serían 120 libras. (aunque ya probablemente esté 11 libras por encima de eso) Lo curioso para mí es que sus cerebros son también magnánimos, o sea cerebros de once libras. La mayor parte de su cerebro es para la audición, el gusto y el movimiento y tienen orejas inmensas pero su gran función no es para oírte mejor como la “abuelita” de La Caperucita Roja, si no para poder enfriarles la sangre porque están llenitas de venas. Siempre he pensado que me hicieron llorona para salvarme y salvar a quienes me rodean. Soy rabiosa por naturaleza y tengo un carácter que debería pertenecer a un cuerpo que pesara toneladas, quizás un estómago también, pero en los momentos en que estoy siendo más dura, más grande, las lágrimas me ablandan, me cortan la furia, me sabotean la voz y me boicotean la crudeza. Quizás por eso mi fascinación con los elefantes nunca ha tenido que ver con su grandeza, ni tan siquiera con su permanencia como especie sobre la tierra, que pareciera que saben vivir mejor que el resto, como si fuesen más árboles que animales, sino que siempre me ha parecido que sus ojos encierran toda la nobleza y la tristeza del mundo. Dicen que el elefante más grande que existió pesó once mil kilos y murió el año que nació mi mamá. Los elefantes son de las pocas cosas que a mi madre y a mí nos gustan. A ella le gustan los perfumes de flores y frutas, a mí de especias y maderas. A ella le gustan los colores, a mí el blanco y el negro. A ella le gusta el chocolate suave, a mí el oscurísimo e intenso. A ella le gusta Sandro, a mí me hubiese gustado Camilo Sesto.


Los elefantes son lampiños como mi familia y se enfangan para que no los piquen los mosquitos. Dicen que son de los poquísimos animales que tienen la capacidad reconocerse ante un espejo, adoptan crías ajenas y le rinden duelos a sus muertos. Tienen un chorro de sonidos para expresar distintas cosas, casi casi un lenguaje. Sin embargo cuando pasan por algún lugar donde hay restos de elefantes, guardan silencio.


Mucha gente piensa que los elefantes tienen miedo a los ratones. En realidad, lo que ocurre es que los elefantes no ven muy bien, como tiene los ojos a los lados de sus cabezas y sus cabezas son tan enormes, no puedan distinguir con claridad cualquier cosa pequeña que se mueva delante de ellos. Su grandeza los traiciona, por eso no le gustan las sorpresas y se ponen nerviosos y hasta violentos ante movimientos bruscos.


Ha sido un año magnánimo, sobrecogedor, abrumador en muchas formas, más grande que grande, y quizás por eso he escrito tan poco. En el 2011 perdí a mi abuela, la perdí por completo aunque ya hacía mucho que el olvido me la había arrebatado, se me volvió tan sólo presencia, amor y energía, gané a mi sobrina, la niña de mis ojos, me enamoré de la salsa, viajé a Guadalajara y escuché gente diciendo y comprobando que se puede y se debe vivir de la palabra, mi maestra leyó mi manuscrito y me dijo que estaba orgullosa de mí, tengo un trabajo nuevo donde me pagan por pensar y escribir, la Escuela de Derecho no me ha causado una aneurisma, se atrevieron a quererme y yo me dejé querer, me detuve cuando fue necesario aún viviendo con la miope sensación de que nací sin frenos.


Me acerco a los 30 y la vida se siente tan nueva, tan distinta todos los días, tan clara y tan absurda, tan confusa y tan maravillosa. Pero me doy cuenta que ya cuando busco mi año de nacimiento en formularios de internet tengo que bajar mucho más que antes los números para encontrar el mío, que la vida se va haciendo tan cortita, mientras más grande uno se hace. Los elefantes no son tan longevos como otros animales que han sobrevivido la evolución, como las tortugas por ejemplo, no llegan a ser centenarios, no duran más de 90 años. La gente habla de "cementerios de elefantes", porque se encuentran restos de elefantes en una misma zona. La realidad es que antes de morir, los elefantes por instinto, buscan el agua, y por eso se van a morir cerquita de los otros.


Necesito un año lleno de agua, lleno de mar, lleno de viajes, lleno de palabras, lleno de amor, de auto reconocimiento, de silencios necesarios, de plantas de los pies adoloridas por tanta salsa, de ojos acuosos por tanta felicidad, quiero tener a mis elefantes cerca, andar con mi amada manada como siempre, quiero bañarme en el lodo pero siempre acompañada, quizás una trompa que besar, no quiero más restos de elefantes amados, quiero tener claro que no es mi culpa ser grande y cegata, y que está bien serlo, que no soy la única que odia las sorpresas que no sean viajes o taquillas de conciertos. Poder entender y aceptar que para nosotros los elefantes, 90 años son más que suficientes.



7 comentarios:

Angel Giovannie dijo...

Y es que entonces esos silencios te han llevado al ruido, al ruido que sólo se escucha en el silencio.

Angel Giovannie dijo...

Y es que ese silencio tan gigante, te ha llevado a escuchar lo que sólo se escucha en el silencio.

Tamys dijo...

Hayyyy me re embobe leyendo tus entradas..las verdad comentaría en todas que me han gustado... (igual todavía no he llegado a leerlas todas, pero las que voy leyendo son fascinantes!!)

-_- dijo...

Tristemeente no lo habia leido --debe ser por una maginca razon; ando tan callada como pez de freezer, tan fuera de mi como alma en pena; tan feliz que no encuentro dolor para comenzar; tan tan y tan tan que el lapiz no es suficiente para escribir... tengo tanto que decir que estoy desorganizada, tengo tanto que contar que los numeros no me alcanzan ... pero, la musa no me besa hace meses... te entiendo perfectamente...quizas --solo quizas -- nuestra energia busca silencios, para escuchar el zumbido ese que solo q oye en dias de examenes, o en funerarias antes de la oracion, o en la misa despues de la comunion -- quizas, la energia dijo "basta --- dejame en paz, restaurame, para que seamos una --otra vez-- y escribas".

Anónimo dijo...

De vez en cuando, me paso por aquí con la esperanza de que la Musa te vuelva a visitar y así poder disfrutar de tus escritos. Vuelve cuando quieras pero vuelve.
Marian

Anónimo dijo...

Hace años yo tampoco te Leo, quizas por q abres puertas q me intensifican la respiracion, quizas por q te temo en tu poderasa escritura, o quizas por q me duele leerte. te quedo hermoso como todo lo que escribes. y si recuerdo como creaste tu blog. Teasercas a mi, a mi tiempo cuando nos descubrimos.

Unknown dijo...

increíble!. me encanto.. imaginar que me tome el tiempo de leerla con la imaginación