miércoles, 22 de mayo de 2013

#fail

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Llevaba exactamente 2 meses y 4 días esperando que pasara. Abrir mi Facebook y ver un despliegue de “Lcda.”, “Lcdo.”, “PASS” en los estatus de mis amigos, conocidos, añadidos, etc. También sabía lo que iba a poner yo de estatus: “PASS #puñeta”. El día antes habían comenzado los rumores de que los resultados ya estaban. Esa mañana sin embargo, no había pasado nada, bajé la guardia y le canté nanas a mi ansiedad convenciéndola de que la Junta Examinadora de Aspirantes al Ejercicio de la Abogacía y la Notaría (sí, la letanía era obligatoria) sería gubernamental, formal y enviaría el mensaje en horas cristianas y laborables. Sin embargo a eso de las cinco de la tarde del viernes, empezaron a bajar por mis pupilas el reguerete de agradecimientos cristianos, felicitaciones de colegas y licenciados y licenciadas. Con el corazón literalmente en la boca, que descubrí en ese instante que lo que implica es que los latidos se sienten tan fuertes en la tráquea, que dudas que el corazón bombee detrás de la caja torácica, tiene que estar ahí enganchado entre las amígdalas, impidiéndote tragar, imposibilitándote el mismo respirar. 

Abrí mi email, el de Hotmail, el más viejo y lleno de todos. Vi el tan esperado mensaje, remitente: Junta Examinadora del Tribunal Supremo (juntaexaminadora@noreply.ramajudicial.pr). El título del mensaje era menos dramático de lo que esperaba: “Notificación de Informe de Puntuación e Instrucciones”. Bajé la vista, scroll down, scroll down, no podía leer, oprimí enlaces, abrí ventanas, y no lograba llegar a mi perfil, no encontraba la puta puntuación. Encontré la “Lista de Personas que Aprobaron la Reválida General y Notarial.” Abrí la General, la importante, la que es cincuenta pesos más cara, la que sin ella la otra es mera decoración. Había una lista de seis números y cuatro letras. Once páginas llenas de seis números y cuatro letras. Regresé al correo intentando buscar cuál era mi número, aunque me lo sabía de memoria: 0113. Mi reválida fue el 13 de marzo de 2013 y mi asiento era el 0113. Me faltaban números, mi cerebro no me respondía. De pronto tuve la revelación de que esos seis números eran los últimos números de mi seguro social. Mi número de seguro social, que me lo enseñó a memorizar una monjita en la escuela superior, mi número de seguro social, que hasta ahora apenas me ha servido para llenar planillas e identificarme con mi banco cada vez que meten la pata, (cosa que pasa cada semana y media). Bajé la vista, seguí buscando mis números, no los últimos 4 como siempre, los últimos 6. Lo encontré en la sexta página de once páginas llenas de aspirantes y resultados. Ahí estaban, #19 de abajo pa’arriba, #31 de arriba pa’abajo, en un fondo gris y en fuente negrita, los 6 dígitos que representaban mi identidad justo al lado de un FAIL. Cuatro FAILS arriba y siete FAILS ABAJO. Y no sentí nada. 

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Seguí mirando los números y las letras como si tuviesen un mensaje oculto, como si fuese una imagen 3D de esas que al ponerte bizco se manifiestan ante tus ojos. Un compañero de trabajo entró a la oficina a hablarme de proyectos y cosas pendientes. Me quedé con la mirada absorta, con la boca entreabierta mientras él seguía hablando y yo no escuchaba nada, le veía la mandíbula moviéndose, sin subtítulos, sin “close caption for the hearing impaired”. Sin más lo interrumpí, le dije: “me colgué”. Él abrió los ojos, me dijo “no jodas”, se paró y me abrazó. Se disculpó porque odio que me abracen, en especial cuando estoy abrumada y me dijo que era lo único que podía hacer. Le dije que me tenía que ir, apagué la computadora, lo dejé todo a mitad y huí. 

Llamé a mi madre, por alguna razón sentía que la había traicionado por haberle contado a alguien antes que a ella de mi fracaso. Literalmente, “fail” se traduce en fracaso y fracaso significa según la Real Academia Española (tan honorable como la Junta misma) no obtener un resultado u obtener un resultado adverso, que terminan siendo la misma cosa. En mi casa mis perros se bebieron mis primeras lágrimas como siempre y mi novio fue lo suficientemente sabio como para sobarme la espalda y decir muy poco. Dio en el clavo, ¿cómo te sientes? Y ahí estaba, el verdadero resultado, no sabía cómo sentirme por una sencilla y arrogante razón: no sabía cómo se sentía el fracaso. Nunca había fracasado de una forma tan personal. 

Nunca terminé mi tesina para graduarme del Programa de Honor y 7 años después evito pasar por Estudios Hispánicos para no encontrarme con el profesor que me estaba ayudando a redactarla, sigo sintiendo que le debo algo, a él, no a mí. El año pasado recibí un email el 30 de noviembre, el sujeto del correo: “Ready to say good bye to the terrible 2’s and welcome the terrible 3’s?” Un “unfriendly reminder” del bebé que perdí hace 3 años, porque nunca me di de baja de la lista de correos de The Bump. Lo asumí como un fracaso del cuerpo, no mío, del cuerpo. Todavía tengo una hipoteca fallida en mi historial de crédito, que podría limpiar con mi sentencia de divorcio y sus estipulaciones, que tienen 3 años recién cumplidos también. Y como buena abogada sin licencia del fracaso de esa sociedad de bienes gananciales asumí mi mitad. Pero este fracaso es mío, completo, un fracaso de 4 años y casi una casa en préstamos estudiantiles. El Derecho y el matrimonio, de un pájaro mis dos alas chuecas. 

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La gente que fracasa poco pareciera deberle explicaciones al mundo cada vez que pasa. Entonces uno siente que decepciona, puedes oler la desilusión en la pregunta después de la pregunta: “¿tú? ¿de verdá?” Entonces lo peor es el miedo a la interrogante, al cantazo imprevisto, al cuestionamiento, a la mirada de pena, al consuelo reciclado de que casi nadie se gradúa en 4 años, mucho menos del Programa de Honor, que más de la mitad de las parejas se divorcian, que 1 de cada 4 embarazos se pierde, que la reválida sólo la pasa un 30%. Nunca me consuelan los por cientos. Nunca me alivian las pérdidas de otros, nunca me calma la violencia lejana, ni las comparaciones, ni las historias del primo, de la hermana, del político famoso que se superó. Odio el auto ayuda en todas sus formas declaradas. 

He pasado las 5 etapas de duelo en tiempo récord, apenas un wikén. El viernes dije que jamás me sometería a esa tortura otra vez. El sábado lloré de rabia pensando en los 3 meses de estudios, las 2,600 páginas de mamotretos leídas, las ojeras, los callos en los dedos, las donaciones a Office Depot y Office Max en copias y materiales. El domingo me pasé la manita en que sólo me tomé 2 semanas para estudiar full time y trabajé más de 40 horas el resto del tiempo. Pero soy intransigente conmigo, las excusas y las justificaciones no son aceptables entre las 17 mujeres que viven dentro de mí. El lunes me atreví a mirar mis puntuaciones y recordé que había botado todas mis notas y repasos, así de orgullosa y arrogante soy. Ayer decidí pedir copias certificadas de mis libretas de contestación para mirar mi fracaso a los ojos, escudriñarlo, entenderlo, llorarlo, dolerme, cantarme nanas, abofetearme si fuese preciso. Empezar quizás, sólo quizás, a asesinar árboles por una licencia que no sé si usaré. Pero, no quiero más áreas de mi alma máter que no quiera pisar, no quiero abrir mi correo electrónico con los ojos casi cerrados, como paseando en un campo minado, no quiero solicitar un trabajo o un préstamo y que aparezca una deuda que no es mía pero no he dejado de cargar. Quiero estar lista, para todas las preguntas impertinentes que sin duda llegarán muchas veces más, sonreír, dar pelo y decir: “Sí, me colgué. Y tú, ¿qué cuentas?” 

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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay. No tengo palabras que no sean que hubiera querido poderlas encontrar cuando estuve así. Sólo me encerré y aislé d humillación. Sólo te digo, lo que te dije poco antes por DM...no te dejes.

Karla dijo...

Ññooo! Tenia tantas ganas de leerte!

Heart broken.

Pero como siempre, BRILLIANTLY written.

Karla dijo...

Ññoo!! Tenia tantas ganas de leerte!

Heart broken.

Pero como siempre, BRILLIANTLY written.