sábado, 3 de abril de 2010

alunarada marcada cicatrizada



Deliro por los lunares. Me gustan las marcas. Me seducen casi automáticamente las cicatrices. Tengo la teoría de que todo lo que nos atrae tiene una razón de ser. Casi siempre doy en el clavo de por qué cierta cosa, cierta canción, cierto olor, o hasta cierta persona, engrana perfectamente con nuestros sentidos y de verla, oírla, olerla, tocarla uno sencillamente sabe que encaja con el gusto de uno. Que conste que hablo de cosas, canciones, olores y algunas veces gente. Yo tengo muy pocos lunares, son hasta numerables para sorpresa de muchos. Tengo dos lunares que trazan una línea diagonal del lado derecho de mi cuello hacia la mandíbula, tengo un lunar en el mismo centro de mi cuello como si fuese un blanco de tiro dirigido a mi tráquea, tengo un lunar en mi brazo derecho casi a dos pulgadas del codo, tengo los rastros de lo que alguna vez fue un lunar en el lado izquierdo de mi nariz, una amiga me lo arrancó, (cosa que ella aún niega), luego intenté perforarme la nariz en sustitución pero mi cuerpo decidió que no le daba la gana de tener un cuerpo extraño en un lado de la nariz y empezó a encapsularlo para sacarlo, vaya cuerpo caprichoso que tengo y debo confesar que el cuerpo casi siempre me gana. Ya está. Casi cinco, se cuentan con una mano. Nunca me ha gustado un hombre que no esté lleno de lunares o de pecas, tienen que tener al menos una decena.
Con las cicatrices me pasa lo mismo, tengo una cicatriz en la rodilla izquierda, tiene la forma del mapa de África y nunca he podido recordar si bajó o subió de lugar con mi crecimiento (quizás ninguna de las anteriores porque de los diez en adelante no crecí mucho que digamos), me caí probablemente de las únicas tres veces que jugué al escondite porque nunca fui muy deportista, mi madre me dijo no salgas, que tienes tu primer bailecito y con la suerte que tú tienes regresas toa’ mondá y ahí fui yo a esconderme en una marquesina, a asustarme cuando salió la vecina y a bajar la cuesta como si tuviese coordinación motora, como si la acera no fuese una especie de escalón y a pelarme la rodilla y a llorar más por la cantaleta que me esperaba que por el mismo dolor, y a recibir el “te lo dije”, y a por más que me lo dijeron ponerme un pantalón pegado para mi primera fiesta y dejar literalmente la piel en él; y hasta el sol de hoy. Tengo una cicatriz debajo del seno izquierdo de mi primera varicela; la madre, como le decía mi abuela. Tengo una cicatriz en la barbilla que nadie recuerda cómo me hice, mi abuela decía que uno siempre tiene una cicatriz en la barbilla, parece que Dios sabía que con mi poca actividad física los chances de provocarme una eran pocos así que me la proveyó. Y eso es todo. El primer noviecito que tuve, cuando se cortaba el pelo cortitito parecía que el barbero era un chapucero, porque se le veían todas esas líneas pequeñitas en el cráneo y cada una era la anécdota de un cantazo. Creo que eso fue lo que me conquistó.
Cuando el año pasado se me durmió parte del cuerpo y me hicieron cuchucientos mil exámenes que terminé de hacerme recién, la neuróloga me dijo entre muchas otras cosas que en las placas salían unos puntitos en mi cerebro. Que si no fuese porque yo había llegado allí con una sintomatología (lo siento pero me encanta esa palabra) hubiese presumido que esos puntitos eran marcas naturales, como lunares cerebrales, o quizás hasta alguna cicatriz de alguna caída que no recuerdo o que ni siquiera se le dio la importancia en su momento. Marina, que así se llama mi neuróloga me decía: “¿me entiendes? Como esas marcas que uno tiene en el cuerpo, que no se sabe ni de qué son.” Esas son de las poquísimas ocasiones en que aprecio que me traten como idiota. Quise decirle que no, que carecía de lunares, de cicatrices y de marcas en general. Que cuando me fueron a alambrar los dientes la ortodoncista luego de recitar los múltiples desastres dentales que me encontró, me dijo que tenía la huella del pulgar izquierdo en el paladar. Mi madre me dijo que era de esperarse, en los sonogramas aparecía chupándome el dedo. Así que no, mis marcas (menos la de la barbilla) tienen razón de ser. No se lo dije a la neuróloga, aunque quise preguntarle si todo el mundo tenía lunares y cicatrices por las paredes internas de la cabeza o entremedio de los pensamientos.
Me pareció que tenía total sentido. Tengo lunares por dentro. Tengo cicatrices donde casi nadie las puede ver a menos que sea a través de resonancia magnética nuclear. No sólo me sentí sumamente especial, sino que me sentí medio aliviada. Me he pasado la vida buscándome lunares nuevos en la piel. Celebrando puntos hechos con tinta, desilusionándome cada vez que la seudo marca salía con jabón. En estos días que ya se cumple más de un año de los dichosos exámenes y que se cumple un año de un par de tragedias más, me ha dado con preguntarme que si tuviese más dinero y pudiese hacerme más exámenes de esas placas mágicas casi de nave espacial, qué otras cicatrices saldrían. Qué lunares nuevos (si alguno) me habré logrado apañar. ¿Por dentro se podrá ver que algo se me murió dentro? ¿Quedarán rastros de ese intento de vida fallido? Sin contarle nada a nadie, ¿podría un médico saber que un par de meses después del baquiné en mis entrañas me congelaron el centro de mí? ¿Saldrá en las placas que me quemaron con hielo, literalmente, por dentro y por fuera? ¿Será que la vida me dio el mínimo posible de marcas susceptibles a la visión humana para compensar?






Hace poco más de dos semanas tuve uno de los mejores fines de semana de mi vida. Aproveché el viaje y me marqué. Tengo una pluma dibujada entre mis costillas, en el lado izquierdo de mi cuerpo. Tengo una marca que me compré con fondos federales. Explicar la pluma me parece redundante. No sólo tengo un fetiche con las plumas y casi siempre se me ve con plumas colgando de las orejas (hasta en el día de mi boda) sino que sobrevivo porque escribo, no han habido soluciones químicas, ni naturales, no han habido llantos ni maratones, libros ni consejos, sicoterapeutas, ni curas, ni doctores, ni hipnotizadores, ni borracheras de las lindas, ni polvos mágicos, que hayan logrado en mí lo que logra escribir. Mientras escribo me quejo, acepto, asumo, lloro, cierro, abro, recuerdo, revivo, mato, archivo, descubro, aclaro, defino, digiero, eternizo, desaparezco, me apropio, me despido, me corto, me curo, me sano. Soy ritualista, desde siempre, cuando pasaban cosas importantes necesitaba algún acto simbólico para marcarlo, así cuando mis primeros enamoramientos fracasaban, me cortaba el pelo, cambiaba de perfume, dejaba de ir a lugares, no usaba las cosas que me regalaban. Pero el tiempo pasa y se me fueron haciendo poca cosa los recortes y las botellas nuevas. He cambiado también mis licores con los rompimientos, cambié el whiskey por el vodka, el vodka por el vino, el vino por el champagne, el champagne por la cerveza… creo que en parte tenía ganas de culminar mi primer cuarto de centenario con algo definitivo. Quizás hacerme un recordatorio permanente, tener una marca que nadie me causó sin mi permiso, porque permiso y consentimiento no es lo mismo y me importan tres divinos si el Código Civil está de acuerdo o no. Me quise regalar una cicatriz y hasta firmé papeles para que nadie fuera culpable de la mutilación que escogí. Quizás por una vez en mi vida quería saber de dónde venía el golpe, darme la satisfacción de escoger el día y la hora adolorida y mirar esas dos manos desconocidas (que irónicamente fueron cancerianas) y decirles hiéreme, pero yo te digo dónde y cuándo y tener esa cuasi certeza de la forma en que quedaría mi cicatriz. Porque nunca me imagino las fuentes de mis dolores y cuando recibo el primer impulso nervioso que es el dolor, me duele más el susto, la sorpresa, que el dolor mismo. Y lo peor es que se supone que el dolor es la forma que tiene el cuerpo de alertarte que puedes recibir una lesión pero en mi caso mis reflejos son tan flojos que el dolor hasta este momento sólo me ha dicho: “¿adivina qué?, ¡te lesionaron! (o te lesionaste)”.
Busqué a un par de manos que no amase y que ni siquiera me hubiesen tocado antes, que ni siquiera me hablaran en el idioma que tanto amo y que por lo mismo tanto me lastima. Porque quizás es cierto lo que me dice un amigo y quizás me gusta más el dolor de lo que me atrevo a reconocer. Quise tener ese último dolor de la época. En realidad quisiera siempre saber cuál es el último, ese último abrazo, ese último beso que no se da por compromiso, quisiera saber cuál es el último revolcón que me doy con alguien porque siento que el último siempre debiera ser más intenso que el primero. Uno debería tener el derecho y la potestad de besar, de abrazar, de morder, de desnudar, de dolerse con la intensidad, con la rabia, con la tristeza de que es el último; como una cuestión de clausura, por la misma razón que enterramos los muertos, para delimitar el dolor, para concretizar la pérdida. Quise marcarme y que me doliera y llorar como una niña del dolor y decidir que era el último llanto, el último dolor y quería llorar mucho y de ser posible hasta sangrar mucho y que el artista me creyera loca y hasta suicida y salir de allí herida por última vez y por primera vez victoriosa.




Fui el día antes a mirar portfolios y me gustó uno en particular, parecían todos bocetos pero en vez de papel en piel. En la portada solamente decía Isaac. Isaac que significa “hará reír”, a mí, que hago reír a la gente con una facilidad innata y que hacerme reír requiere de una combinación específica de cosas que casi nunca pasa. Y me fui deseando regresar al otro día y encontrarme con Isaac. Al otro día regresé y me atendió primero un muchacho que parecía preadolescente y de quién desconfié instantáneamente porque no tenía tatuajes visibles. Se me acercó otro que sí tenía marcas obvias y le expliqué lo que quería, dónde lo quería, de qué tamaño y de qué color, fue como ordenar dolor en un catálogo. Antes de entrar por la puerta le dije a Dios que por favor me enviara una señal si esto iba a ser catastrófico, y espero que nadie se ofenda porque yo rece antes de tatuarme. A mi abuela no se lo digan. Ella tiene Alzheimer y yo escojo con pinzas lo que le cuento. Es un ejercicio como hablarle a las personas en coma. A veces se ríe y hasta a veces parece que me entiende. Así que yo sólo le cuento lo que le alegraría. Abuela me voy a casar, abuela me gradué, abuela me casé, abuela me aceptaron en Derecho, abuela voy a ser abogada, abuela estoy embarazada, abuela vas a tener un bisnieto y si es nena se va a llamar Ana en tu honor, abuela me dieron la permanencia, abuela me gusta un nene rubio y de ojos claros (nació en los 30, ¿qué esperaban?), abuela la gente dice que cocino divino, abuela las cremas me quedan como las tuyas, etc… mi abuela no entiende de anacronismos ni de cronologías. Pero a mi abuela nunca le diría: abuela mi primer voto no fue popular, abuela me colgué en una clase, abuela me paso llorando las madrugadas, abuela perdí el bebé, abuela me mataron a Amelie, abuela me voy a divorciar, abuela me divorcié, abuela me tatué, y sí para ella estarían todas en la misma categoría. Quizás si le dijera a abuela que cuando me acerqué al mostrador el hombre aquel me inspiraba paz y me dijo que se especializaba en colores, y que me iba a salir caro y me puso su portfolio al frente y cuando miré la portada tenía un nombre bíblico: Isaac.

Me alzó la camisa con una delicadeza totalmente innecesaria. Los hombres al principio siempre piensan que me voy a romper. Me pintó con tinta para confirmar el tamaño y la localización y le dije mirando el borrador azulado en mi costado, quizás un poquito más para atrás, para después decirle que él lo había puesto en el lugar perfecto de primera intención. La perfección me cuesta hasta cuando la veo con mis propios ojos. Desconfío de que las cosas salgan bien a la primera. Me acosté en una camilla de aspecto bastante quirúrgico. El me pilló la camisa con el sostén bastante avergonzado para mi sorpresa. Me alegré de tener ropa interior en combinación, mi abuela decía que siempre había que tener ropa interior decente por si había que llevar a uno al hospital de emergencia, yo lo he llevado a otro nivel y siempre me la combino, por si ocurren otros tipos de emergencias. Mi amiga solidaria se sentó a mi lado y me agarró la mano por si las moscas. El chico me preguntó si estaba lista y yo le pregunté si realmente en algún momento la gente está realmente lista y riéndose me dijo que nunca. Me pidió por favor con su cara dulce, con su voz dulce y con sus ojos dulces, que me quedara lo más quieta posible y que hiciera lo que me diera la gana pero que no me echara para atrás, que si el dolor era demasiado no le retirara el cuerpo, que le avisara y él se detenía y nos tomábamos todos los descansos que yo quisiera. Poético, pero no sentí miedo hasta ese momento. Aunque sí había tenido pensamientos atemorizantes como por ejemplo que que tal si con la ley de Murphy y mi suerte habitual al tipo le da con estornudar o algo por el estilo mientras me marcaba. Mi amiga me dijo que eso era totalmente absurdo, pero me suelen pasar cosas ridículamente absurdas. Isaac me dijo que el contorno era lo más doloroso y que esa era la primera parte, en este punto ya yo le creía cualquier cosa que me dijera. Acto seguido el sonido terrible acompañado de la sensación de que me iban a taladrar las costillas, así que cerré los ojos antes de sentirlo porque de todas formas era imposible verlo en mi posición. No se me ocurrió ese detalle, me hubiese gustado mirar, como miro detenidamente la aguja cuando dono sangre (cosa que no podré hacer hasta marzo 14 del año que viene) me aterran las agujas y por lo mismo siento la necesidad de observar cuando me introducen una aguja en las venas. Cuando era chiquita le pedía un espejo al dentista para mirar lo que me hacían y eso me tranquilizaba. Mi amiga me preguntó cómo se sentía y que si dolía mucho. Yo le contesté que no me dolía, que más bien se sentía como si me estuviesen cortando con una navaja. Ella me dijo que eso sonaba horrible.
Isaac me preguntaba si estaba bien, si estaba segura y si era como me lo imaginaba. Le dije que no, que me lo imaginaba mucho peor. No solté ni una sola lágrima. Es más, me la pasé hablando como siempre, hablando de cualquier cosa, contándole a mi amiga de ataques de pánico propios y ajenos, de desastres laborales y chistes familiares. Creo que sólo le apreté la mano en algún momento del primer minuto. Ni siquiera recuerdo la música de fondo. Por lo regular en mi mente le pongo música de fondo a las cosas, como si viviera en una película. Recuerdo las canciones que sonaban en momentos importantes que no voy a mencionar. Él me dijo que en realidad ya lo peor había pasado. Que si había estado bien hasta ahora, no iba a tener problemas con el resto. Me explicó que iba a hacerle más detalles a la pluma un poco más profundos “so with time it doesn’t fade into… well I guess into you” creo que me enamoré un poco. Cuando me sombreaba la pluma se sentía cómo me agujeraba la piel y a la vez como si fueran muchos choquecitos eléctricos. Con el tiempo se sentía caliente, como cuando uno se tira por una chorrera y la piel te roza el borde y te quema. Mi amiga me dice que si no fuera porque ella me estaba mirando la cara, dejándose llevar por mi descripción jamás en la vida se tatuaría. Que no es congruente lo que le cuento con mi cara que no tenía ni una chispa de agonía. Un hombre altísimo se paró en el mostrador a mirarme, hacía muecas de dolor mientras miraba como me marcaban. Isaac le preguntó si estaba bien y él le dijo que estaba impresionado de cuán bien yo me lo estaba tomando, Isaac le dijo: “I know, I’m impressed, she’s a trooper”. Le preguntó al señor si él tenía tatuajes a lo cual aquel hombrezote le contestó que en toda su espalda. Pero que empezó a hacerse uno en el costillar y que todavía le faltaba como hora y media de trabajo y nunca regresó porque recuerda demasiado bien el dolor. Isaac le dijo que era uno de los peores sitios para tatuarse y que para colmo era mi primero. Aparentemente él es de los que creen que la primera vez es la más dolorosa. Ya yo no pienso así. Creo que con el tiempo los dolores son más agudos, es como refinar el paladar, como educar los sentidos. Con el tiempo uno desarrolla una memoria del dolor y en ocasiones los dolores nuevecitos, cortitos y recientes se vuelven bien grandes porque se unen con los viejos. Los dolores a diferencia de nosotros son solidarios. Y muchas veces los dolores pequeñitos son más intensos, como arrancarse una curita o cortarse un dedo con papel.
No podía creer cuando me limpió y me dijo que ya había terminado. Me miré y le dije que era perfecto. Él nunca sabrá lo difícil que es lograr eso en mí. Lo abracé un poco, pero se me escurrió, el hombre que me dijo que no echara el cuerpo para atrás ante el dolor, echó el cuerpo para atrás frente al abrazo. Creo que lo confundí. Le di las gracias, y creo que se confundió aún más. Los hombres no entienden cuando una le agradece al terminar.
Mi madre me dijo que estaba hermoso, lo cual es difícil, adivinen a quién salí difícil de complacer. Mi papá estuvo mudo unos días. Mi madre me dijo que ella sabe que cuando algo se me mete entre ceja y ceja no hay Dios que me convenza de lo contrario. Mi papá ya sencillamente me dio por loca. Mi madre me culpa de que mi hermanito quiera hacerse uno y dice que es una excusa para quitarme la ropa y enseñarlo. Como si me hicieran falta razones.
Todavía me asusta pensar en la falta de dolor. Primero pensé que quizás tenía obstruido algún fragmento del camino donde los impulsos nerviosos llegan al cerebro y le dicen te duele. Como también creo que tengo obstruido el camino donde el estómago le dice al cerebro estoy lleno. Quizás estoy acostumbrada al dolor y lo asumí como parte de mí, como también he asumido la incomodidad como algo inseparable de mi femineidad. Y hasta me dio miedo recordar que hace poco más de un mes llorando le pedí a Dios que por favor no quería más dolor. Que ya estaba bueno. Que no podía soportar ni un poquito más y quizás hasta le dije que no importaba al precio que fuese. Se me olvidó que con Dios hay que ser bien específico cuando uno le pide, como en los chistes de la gente que se encuentra genios embotellados y todo sale mal, hay que pedir con suma precaución y una especificidad extrema. Porque Dios puede ser bien literal si se lo propone. Y quizás yo pedí literalmente. Porque cuando a uno le duele se le olvida que casi nada doloroso tiene un origen que no sea placentero. Emocionalmente lo doloroso a diferencia de lo físico, casi siempre surge de la pérdida, y sólo puede dolerte perder algo que te alegraba, te gustaba, y hasta quizás te hacía feliz. Y no se asusten que no me voy a poner auto-ayudante (palabra inventada por mí), pero si me lo pregunto y me lo contesto con excesiva honestidad (cosa que se me hace bastante fácil) cada noche que me la he pasado llorando la puedo parear con una mañana que desperté sonriendo. Y sé que ha habido momentos donde le dije a Dios, a la vida, a los genios embotellados, gracias, porque hay instantes los suficientemente mágicos, para que si se me diera la oportunidad cometería los mismos errores con la misma estupidez, y quizás alguno que otro que me salté. Porque sí hay momentos perfectos, besos perfectos, noches perfectas, encuentros perfectos, risas perfectas. Y la perfección no tiene que ver con lo correcto, no tiene que ver con las consecuencias, no tiene que ver con su funcionalidad o su propósito. Tiene que ver con esa sensación específica que te hace cerrar los ojos en un momento y recordar como sólo lo hacen las fotos porque detienen y contienen lo ideal de un instante, lo delicioso de existir.
Mi primer amor fue quien único conoció a mi abuela antes del olvido. Me dijo que quizás olvidar era lo mejor que a ella le podía suceder. Porque había vivido demasiadas cosas dolorosas y quizás su mente estaba en momentos felices para siempre. Como si hubiese sido la mejor opción. A veces me leo y leo tanto dolor que ni siquiera recuerdo haberlo sentido con la intensidad escrita. Pero porque está escrito lo releo y lo sé real. Miro mi cuerpo desnudo y veo una pluma en mis costillas. Observo mi marca y recuerdo que no me dolió. Pero veo ese mismo cuerpo desnudo que antes no tenía marcas y que ha sentido y ha perdido, se ha erizado y se ha reído, este cuerpo que ha sonreído y ha llorado proporcional y desproporcionalmente, este cuerpo que carcajea y en ocasiones grita por exactamente las mismas razones y me trago la petición absurda y en el fondo sé que Dios, el universo y los genios libres y embotellados saben que quiero sentir, sentirlo todo, para escribirlo todo, que no quiero olvidar, que me aterra heredar el olvido de mi abuela, y quizás por eso escribo, quizás por eso le pedí a un hombre dulce que probablemente jamás volveré a ver que me tajeara la piel, que me dejara tinta debajo de la epidermis, que me hiriera artísticamente, y en broma le dije que me marcaría cada 25 años, conmemorándome. No quiero olvidar. Quiero dolerme. Saber que todavía me duele es saber que todavía vivo, que a esta piel todavía puede mancharse, marcarse, y hasta quizás regalarme lunares y pecas algún día. Creo que le estaré eternamente agradecida a Isaac por regalarme una nueva obsesión, un nuevo fetiche, un nuevo delirio. Me fotografié con él para regalarme otra razón para no olvidarlo (nunca se pueden tomar suficientes precauciones contra el olvido) y le di las gracias porque siempre siempre se agradecen las sensaciones, las cosas que no se logran todos los días. Algún día le diré a mis nietas: los lunares, las cicatrices, el buen vino, los orgasmos, las carcajadas, los tatuajes y hasta los dolores, todos se agradecen por igual, y sí, todos en la misma categoría.







6 comentarios:

ensayosdesoltera.blogspot.com dijo...

tengo dos y reí todo el tiempo :D
es una de las sensaciones + ricas

bienvenida!

-_-

Alana dijo...

wow!! Es q tengo q repetirlo! Wow! De verdad q me encantó, honestamente es hermoso! Hasta me sacaste varias lágrimas al final, con lo del Alzheimer, si yo tuviera este don de poder escribir lo q siento, pero nooo salí a mi padre jejeje pero q bueno q tengo una prima tan bella e inteligente como tu, q hasta de mi misma edad y aunque no compartimos a diario como todas las familias has vivido muchas cosas similares a las q yo he vivido! Un abrazo apretado jeje tqm!

Kayla S. dijo...

Amiga... la cicatriz interna de aquellas que como tú y como yo fuimos madres frustradas, siempre queda visible al ojos implacable de nuestra propia visión. El truco está en conseguir que la cicatríz, en lugar de marca de guerra se convierta en la marca de un amor concluído y materializado en ángel.

By the way, me encanta tu pluma, se parece a ti; una mezcla de suavidad y rudeza que se traduce en amor despiadado con ínfulaz de eterno. TE ADORO!!!

Leonardo dijo...

He leído los dos primeros relatos. siempre (jueves) tu pluma fluída y con desparpajo. Mezcla de suavidad y rudeza dice Kayla que seguro te conoce, y esto está en tus relatos. Aparece quizás cierta 'negrura' que no había antes, matizada claro por el humor.
Siempre me ha llamado la atención el deseo de marcarse a sí mismo y me parece muy interesante tu argumento. Lo de los lunares internos, buenísimo. Hay madera en estos relatos, una introspección eficaz (literariamente hablando), madera buena.

German Rivera Hudders dijo...

Poner en palabras mi opinion, mi reflexion o lo que sea que me paso por la cabeza lo que pense lo que senti mientras lei esto no le haria nada de justicia ni a lo que concebi en mis jugos craneanos ni a lo que salio de tu teclado... asi que con eso dicho. Creo que amo esta entrada... me puedo casar con una entrada en un blog? dejame saber si es posible, porque escuche que puedo tener una oportunidad de hacerlo en California :)

ALMITA dijo...

"Toda marca tiene su historia"... todos llevamos marcas externas e internas que llevan tras de si mucho y eso las hacen especiales.

Muy buen artículo

Felicidades por tu blog.

Te invito a darte una vuelta por mi espacio misnotasdecine.blogspot.com

saludos