miércoles, 31 de diciembre de 2008

OCHO NEGRO

Sí, me lo voy a permitir y voy a escribir de lo inevitable. Del año. De este año que ha sido un mal amante. O tal vez como dice mi astróloga en mi mente nadie ama como amo yo y lo más triste de todo es que no sé amar. No me lo inventé, así se posicionaron los astros para verme nacer, 10 días más tarde de lo supuesto. Hace exactamente un año atrás suspiraba aliviada de que el 2007 finalmente había terminado. Sí, tengo un patrón de conducta, como toda mujer maltratada, no es mala suerte, es mal gusto. Cáncer en el gusto, me parece que genético-hereditario/conducta aprendida; como todo.
En el 2003 había alcanzado mi mayoría de edad parcial. Estaba estudiando una carrera hermosa que me llenaba de felicidad cada mañana. No tenía grandes aspiraciones monetarias y tenía el gran sueño de irme a España el próximo año. No tenía ahorros ni grandes ni pequeños (eso aún no ha cambiado, ajá, patrones de conducta) pero algo me llamaba del otro lado del océano, o tal vez demasiadas cosas me empujaban a huir de aquí. Luego aprendí que a lo que uno le huye de las ciudades, se va con uno. No permanece en la ciudad, país, pueblo o continente anterior, te persigue, porque la mayoría de las veces ya lo tienes dentro. Esa noche, el 31 de diciembre de 2003 iba a trabajar en un hotel, mi tía me compró un jabón de ruda, para restregarme fuertemente todo lo malo (que ahora que lo pienso no habían tantas cosas malas después de todo), agua de rosas para bañarme y atraer todo lo bueno, un cubo dentro de la ducha para recoger toda el agua que caía y volvérmela a tirar por encima. Recuerdo lo que quería que llegara, dinero para el viaje, poderme ir al viaje y alguien que me amara mucho. Tenía en ese momento alguien que me amaba mucho, (también he aprendido que el mucho se mide de acuerdo a las capacidades del que ama, no a las necesidades del amado) en el fondo quería que esa persona me amara más, entiéndase: mejor. Esa noche trabajé en un hotel, me llamaron para esa noche en particular, necesitamos a alguien mayor de 18 años que sea bilingüe y que pueda trabajar hoy… silencio en la línea. Y yo pasando lista, edad, ajá, idioma, ajá, hoy, ajá. YO! Cuento largo corto porque tengo 5 años que cubrir. Trabajé en ese hotel por más de tres años, con ese dinero fui a España y conocí a quien hoy día es mi esposo. Mi recomendación es que sean exageradamente específicos en lo que pidan, escuchen mi consejo y no tienten la creatividad y sentido del humor de Dios.
Creo que la despedida del 2005 fue la última vez que le dije adiós a un año con nostalgia y emoción a la vez. Acababa de regresar de España, era una persona nueva (que al sol de hoy todavía estoy intentando conocer y atemperar con mi yo vieja) y me graduaba y casaba el año entrante. De ahí en adelante los años han sido complicados, complejos. Aunque casi siempre termino reconciliándome a finales de año conmigo, con el resto de la gente tengo la debilidad de reconciliarme casi instantáneamente. Al final del año intento buscar razones para dar gracias y hacer mi lista de peticiones específicas, después de cierto año siempre lloro a las 12, tengo problemas con las despedidas y las pérdidas. Soy un caso perfecto para una tesis sicológica.
Una de mis abuelas, la testigo de Jehová me decía cuando estaba triste que hiciera una lista de las cosas que Jehová me había dado y las que no me había dado y me iba a dar cuenta obligatoriamente de lo afortunada que soy. Recuerdo las listas kilométricas de bendiciones y mis esfuerzos sobrehumanos a mi corta edad para reclamarle a Dios las carencias. Escribía cosas como que no me había dado una hermana, que realmente nunca quise tener, pero la premisa era las cosas que no me había dado. Todavía lo hago.
Pasando lista: este novio mío, el 2008 me regaló una aceptación a estudios postgraduados, un curso de tarot, una posible nueva carrera, una costeocondritis, las dos semanas más dolorosas y aterradoras de mi vida (que me hicieron darme cuenta de que tengo más y mejores amigas de lo que pensé y de lo que merezco), dos o tres funerales, un taller maravilloso de creación de novelas, varios ataques de pánico, tres meses de desempleo, un resultado sospechoso en un PAP (que vino acompañado de 15 días esperando el anuncio de un cáncer), un resultado negativo, demasiadas mongas para poder contar, Amelie (mi perrita que amo de un modo para nada saludable), Siemprejueves (mi blog, al que tengo abandonado y que de las pocas resoluciones que tengo es amarlo mejor), una salida larga del país, una amiga nueva y maravillosa que se parece tanto a mí que obviamente me asusta, una cafetera espectacular, una perforación en la nariz que me duró menos que algunos de mis amores más cortos (y que me tiene sin poder donar sangre hasta junio del año que viene), un trabajo nuevo, compañeras de trabajo que enriquecen mi rutina, un jefe nuevo (Cáncer: con el mismo cumpleaños que uno de mis amantes más dolorosos) a quien admiro y envidio porque parece ser uno de los seres más libres que he conocido, la inauguración de una nueva relación con mi primo que hasta hace poco casi ni conocía, la reaparición de mi fantasma más terco que hizo entrada en mi vida para decirme cibernéticamente perdón y gracias y con esa gracia que le caracteriza me cerró un punto abierto en el universo y en el corazón.
El 2008 me regaló demasiadas lecturas de casos y tribunales, muy poca literatura, muy poco cine, poca playa, un concierto de Juan Luis Guerra, otro de Black Guayaba y otro de Luis Miguel, prácticamente todos regalados, dos spas, una hipnosis regresiva (en la que aprendí que le temo a que nadie nunca me sepa cuidar), una sicóloga medio loca (me consta que es redundante) que me dijo que vivía con Sleeping with the Enemy, mucho alcohol, mucho menos humo y nicotina, maratones de estudio (totalmente nuevos para mí), una parálisis en el lado derecho del cuerpo, una visita al fisiatra, otras a la neuróloga, laboratorios de sangre, un CT Scan, el descubrimiento de unos puntos de origen desconocido en mi cerebro, una preocupación nueva de un posible padecimiento vascular/cardiaco, la prohibición de mis pastillas anticonceptivas, una naturópata en San Lorenzo que se llama Ruvva y que mirándome la iris del ojo me desnudó la salud. Esto vino acompañado de una fuerte recomendación de evitar carnes rojas, harinas blancas, y refrescos y siete pastillas naturales diarias.
El 2008 fue tan amable de traerme sube y bajas de peso, unas nuevas, prematuras e imprudentes líneas de expresión a los lados de la boca (ni que me hubiese reído tanto en el año), paños en los brazos, la revelación de la isla Caja de Muertos, algunos viajes por la isla, unas pocas visitas a moteles, un colapso de mi sistema nervioso, un nuevo pavor a abrir el buzón y encontrar deudas facturadas, un préstamo estudiantil el cual planifico utilizar de las formas más placenteras posibles, nuevos pagos y mensualidades, más altas tasas de interés, más altos balances adeudados, un odio profundo por mi banco, muchas ralladuras en el carro, un abrazo a mi mejor amigo directamente de Jalisco, y desde Sevilla: más visitas de las esperadas de mi ________(estoy buscando inventarme una nueva palabra, porque ya ni amiga ni hermana me bastan), muchas más felicitaciones de cumpleaños de las que coseché, buenísimas cenas, mejores vinos, el estado comatoso de Ananda (mi computadora), una sobrina (probablemente Valentina) en camino, ni una boda, ni un bautizo, ni bailes de graduación.
Mi año oscuro se llevó a Frida (mi gata hermosamente gorda), me la intercambió por muchas canciones nuevas que amo, Elsa & Fred, dos boletos gratis para viajar intercontinentalmente, seminarios mágicos de escritores latinoamericanos que Mayra tuvo la bondad de invitarme, la despedida de compañeros de trabajo que me hicieron mejor ser humano y una profunda preocupación por la salud de mi papá. El 2008 se llevó aquellos vestigios de memoria que hacían que mi abuela en ocasiones me reconociera, y no logró recuperar mi fe como esperaba. Me obsequió además una familia política que no había adoptado como tal.
El 2008 me hizo esperar, esperar, esperar y esperar. Lo que resistes, persiste. Se me repitieron todas las pesadillas que más detesto, la de la playa esa que nunca he visto que se recoge completa y yo le grito a la gente que corra y nadie me hace caso y el mar arropa todo y se lo lleva, también la de que me persiguen y estoy tratando de entrar a casa de mis padres y el portón no abre, la de la chorrera que es como un túnel y cuando llego a la mitad está llena de agua, y por último la de que tengo un letargo tan grande que no puedo casi abrir lo ojos, ni moverme, ni hablar ni reaccionar. No puedo contar las veces que las soñé. A veces soñaba una y me despertaba y me lavaba la cara y cuando me volvía a acostar o se repetía o empezaba a soñar otra diferente, pero de las mismas cuatro. La mayor parte del tiempo en el 2008 estando despierta, me sentí en una continua persecución, como que ninguna puerta se me abría, como que me estaba ahogando, como que me lo quitaban todo y como que no podía reaccionar, por más que quisiera. Anoche no soñé, porque no dormí. Ahí lo tienen: un festín de psicoanálisis.
Quiero abandonar este año, no quiero reconciliarme con él ni agradecerle lo aprendido, quiero que nos dejemos inmaduramente, rabiosamente, y que jamás nuestros caminos se vuelvan a cruzar, así de radical. De la forma en que es imposible hacerlo en esta isla. Lo siento no sé ser amiga de mis pasados amantes. No me sale, me parece contranatural, confuso, como si el tiempo se doblara y el pasado y el presente se tocaran. Lo dejo por la verdadera razón por la cual uno debe romper con la gente: porque ha logrado que yo no me guste. Voy a sonreír a las 12, tal vez hasta me ría, porque ha sido cruel no sólo conmigo sino con mucha gente y aunque me pasó la manita regalándome ciertas cositas, la mayoría de ellas me las sudé y las demás me las cobró con creces. Agarró mis mayores miedos y me los paseó constante y continuamente por la piel, lo cambio pelo a pelo por el 2009 y me abrazo a él con mínimas expectativas. Lo recibo con nimias resoluciones: escribir más, preocuparme menos, no sentirme culpable y proteger mi mente con uñas y dientes, hasta de mí misma si es necesario. Prometo escribir las cosas buenas que me traiga para regalarles algo más optimista el año que viene para estas mismas fechas. Le pido que me ame más y mejor, salud, viajes, fortaleza, fe, fortuna. Y ahora voy a pedir específicamente: que me borre los puntos del cerebro, y que cuando los borre se me olvide por qué estoy tan resentida, que no se me adormezca más ninguna parte del cuerpo (ni del espíritu), que me ayude a ser mejor Edmaris, mejor estudiante, mejor amiga, hermana, hija, sobrina, nieta, prima, esposa, madrastra, ama, paralegal, escritora. Que me recuerde cómo se perdona, que me ayude a tener una mejor relación con Dios (que no tenga que ver con culpa, quebrantos de salud, necesidad o miedo), que me lleve (por lo menos) a Alaska, New York y Argentina, que se lleve los problemas económicos que me rodean a mí y a la gente que amo, que no me haga esperar o que me deje de doler tanto la espera, que me regale tolerancia (no poniéndola a prueba una y otra vez), que me amen con pasión y compasión, que me quite el terror que me da cuando me siento soberanamente feliz.
Me caso hoy con el 2009, como buena estudiante de Derecho con capitulaciones, de 365 páginas y 8,760 cláusulas. Entro desilusionada, por lo que no me llevaré grandes chascos.
Todo lo mío es mío y lo de él también (incluyendo frutos y rentas, inflaciones y aumentos, por el pasar del tiempo o esfuerzo de cualquiera). Él se queda con todas mis deudas y las suyas. El contrato expira en el 2010 y lo cambio única y exclusivamente con la garantía de uno mejor. Quiero despedir el 2009 llorando, rogándole que no se me vaya.

jueves, 23 de octubre de 2008

La boda de ella . . .



La última vez que la ví, fue el día de mi boda. La única cerveza que me dejaron tomarme directito de la botella fue con ella, viajó desde Buenos Aires para eso. Fue mi flower girl de emergencia: qué guachada!,me dijo cuando se lo pedí; me muero muerta Edmaris!!! Mi nombre no suena nunca como suena en la boca de Elena. El día antes, cuando me medía el traje,( sí; menos de 24 horas antes de la ceremonia) además de mi madre sólo dejé que ella me viera. Tenía la certeza de que me diría justo lo que necesitaba escuchar: estás diosa! Y yo como siempre incrédula seguía pregunta, que pregunta.Pero me estás cargando, estás divina.

La conocí en Salamanca, no vivía conmigo pero a veces parecía que sí, mi mamá me preguntaba si yo estaba en España o en Argentina porque se me pegaban las palabras, el acento, la alegría. Recuerdo que se volvía loca cuando una de sus hermanas le escribía, nos leía los mensajes y preguntaba, acaso no es un amorrrr??? Es que es la más linda, mirála… y en la pantalla del ordenador, la misma cara de ella, claro que era la más linda del mundo, era su hermana gemela. Su melli, como ella le llama. Me acuerdo como si fuera hoy un mensaje que decía algo así como: No ha salido el sol en Buenos Aires, pero es que el sol se fue contigo Nitus. Asi le dicen nitus, y me preguntaba por qué se llevaban así, cómo era posible que dos hermanas para colmo de males gemelas se escribieran con tanto amor y se extrañaran tan apasionadamente. Y debo confesar que en el principio lo diagnostiqué como un síntoma de la distancia. Pero yo viví con ella y todavía, más de tres años después a veces yo misma siento que el sol se mueve tras de ella. 

 Ele resplandece, no miento, por encima de sus guachadas, quilombos, remeras, polleras, ojotas, camperas y miles de otras palabras que extraño tanto, amaba escucharla decir oye gordis, o llamarle flaco a todo el mundo. Elena no le temía a preguntar a cualquier desconocido cuando estábamos perdidas y por eso siempre sentíamos que sabíamos a donde nos dirigíamos si la estábamos siguiendo a ella. Era la reina de los especiales y si veía un abrigo en piel en rebaja de 500 euros rebajado a 200 llamaba al padre y le decía con la naturalidad del mundo: Papá adivina qué, te acabo de ahorrar 300 euros. Cómo que en qué me he gastado todo eso papá, pues en viviiiiirr, claro en vivir apoco no fue para eso que vine.

Elena nos regañaba como si fuera la tía de todas: Pero ojo, que eso está remal hecho, no te podés poner eso, si te veo todas las lolas boluda, te pensás poner eso con un corpiño nomás? Y nosotras muertas de la risa, ella entraba por la puerta y yo exhibicionista al fin andaba siempre en panties por toda la casa, no hacía más que llegar me daba una nalgada  y me decía: en bombachas! No entendía por qué andábamos siempre en jeans, hasta en pleno verano. Se pintaba los labios para salir a bailar, siempre rojos y cuando algún españolito se tiraba la maroma de decirnos: queréis follar, Ele los ponía nuevos. Si algún viejo verde le miraba el busto a ella o a alguna de las demás con el típico: qué es eso? Ella les respondía: Lolas! Qué acaso no te amamantaron, pobre!!! Elena creía en el amor y por eso detestaba los hombres poco caballerosos, se gozaba las cartas de amor que nos mandaban a nosotras y nos decía que teníamos suerte, porque cuando a ella le gustaba alguien, el flaco no le daba bolas y viceversa. Elena comía zanahoria, muchas zanahorias cuando se iba a broncear, nunca entendimos por qué. Si no fuera por ella yo no habría ido a París, no me quedaba casi dinero y los alojamientos eran carísimos. Rápido nos dijo: pero boluda, no podés vivir en Europa y no ir a París, París es lo más. Le explicamos nuestra situación económica precaria y como siempre no habíamos terminado y ya nos tenía solución: se quedan con Lucre, mi hermana, ella vive en París. Y yo le digo Elena tú estás loca (porque nosotros ponemos el tú frente a los verbos) yo no conozco a tu hermana, se supone que yo llegue allá y le diga: mucho gusto Lucre, yo soy Edmaris, amiga de Elena y me voy a quedar aquí por casi dos semanas. Elena mirándome con cara de incrédula: sí, cuál es el problema? Le explicamos que no se podía, que qué vergüenza, etc., etc., etc. Ele agarró el móvil: mamá que honda? Sí, mirá, que tengo que volver a París, sí, sí, ya sé que fui hace un par de semanas, pero entendé, mis amigas las boricuas (se moría de la risa cuando decía esa palabra) nunca han ido a París. Ya, ya les dije, pero no se atreven, así que tengo que ir, ajá, acordáte que es mi cumple, bueno, bueno.listo. ya está: nos vamos a París .

En un segundo Elena me llevó a París, me llevó a Valencia, a Málaga, a Sevilla, a Cádiz. Ella era la tour guide por excelencia, cuando nos despertábamos ella ya había desayunado y hasta a Misa había ido. Luego nos sorprendía cuando nos enseñaba las fotos, tenía fotos de todo, rótulos, plantas, piso, bares, gente, perros, mariposas, y hasta de nosotras mismas sin saberlo.

Un día de verano estábamos todas en la Plaza Mayor, hacía mucho calor después de un invierno largo e inusualmente frío según me enteré después. Todas con nuestros helados y de la nada sale Elena: Chicas; Estoy Chocha! Todas nos quedamos mudas, mirándonos las unas a las otras. A mí por lo regular me tocaba traducir, Ele: no sé lo que estás diciendo, pero cuando vayas a Puerto Rico, por favor no lo digas frente a mi abuela.

Elena es mi propia Mafalda de carne y hueso. Con ella tuve un picnic en París, en el puente al lado del Louvre, con más de una docena de argentinos y comimos chocotorta, una cosa que nunca he podido superar, chocolate y dulce de leche, no hace falta decir más. Con ella probamos el verdadero dulce de leche, y los pecaminosos alfajores.

Hace un par de semanas fui al correo a buscar un paquete o algo que aparentemente no cupo en el palomar, no, no tengo la dicha de un buzón. Y cuál fue mi sorpresa cuando veo que es de Buenos Aires, una invitación de boda y por alguna extraña razón no puedo dejar de llorar. Fue el día que venía el huracán Omar, llevé a mi perra al veterinario y fui al correo, los preparativos naturales de un huracán.

Elena se me casa y me lleno de felicidad por ella. Pero no puedo estar allí, no puedo decirle me muero muerta, estoy chocha, que linda que eres, estás diosa y nunca he visto una novia más linda que tú, no existe. No puedo prometerle como ella lo hizo conmigo que si alguien se atreve a venir de blanco la saco a patadas. No puedo abrazar al novio y sentir el alivio de que me da buena vibra. No puedo decirle a ella cara a cara que la boda pasa en un segundo, que trate de recordar cómo huele, una que otra canción, que no guarde un pedazo de bizcocho, no sé si los argentinos hacen eso, pero que no lo haga de todas formas, que es un asco comerse un bizcocho un año después. Y  quisiera, sacar a Julito a un lado, no importa lo bueno que sea y amenazarlo, como hacemos los puertorriqueños cuando queremos a alguien. Amenazar a la pareja  y decirle que si me la lastima, voy a sacar todos los ahorros que no tengo para ir a golpearlo. Decirle que es el hombre más afortunado del mundo porque se casa con el sol. Pedirle que por favor siempre le regale flores, que le toque el pelo hasta que se duerma, que la despierte a besos, porque Elenita cree en el amor. Siempre ha creído en él antes de sentirlo, antes de conocerlo y sólo la gente noble sabe hacer eso. Que le aseguro que Elena lo va a hacer reir como nadie, porque se pasa el día cantando, porque ama el cine y se memoriza escenas y música de fondo. Que con Ele puede ir a cualquier lugar en el mundo porque ella es una brújula. Yo soy una bruja y siempre he creído que merezco ser feliz, pero Ele cree en la gente. Sé que Ele se pintará la boca de rojo para salir a pasear, le tomará miles de fotos a él, a los letreros de las calles, a todo lo que le llame la atención. Que la perdone los días que esté de mal humor que son un porciento minúsculo, que casi todo puede ser justificado intestinal u hormonalmente. Que le complazca sus caprichos y que nunca nunca la deje de mirar con ternura. Que le construya un laboratorio de revelado porque ella es de esos seres que ven las estaciones, los cambios de luz en el cielo y que si alguna vez por alguna razón totalmente fuera de su control ella está triste, que le cante la canción que ella me prestó: I can’t take my eyes off you, I can’t take my eyes off you, I can’t take my eyes…

Elena es fácil desearte que seas feliz, porque la felicidad por clichoso que parezca, la llevas a dondequiera que vas.  

jueves, 9 de octubre de 2008

BARRUNTO



Un día entré a una boutique, porque ya había agotado todos mis recursos y porque tenían una pancarta gigante enfrente llena de porcientos. Como siempre me pasa las vendedoras tratan de convencerme de que la talla que estoy buscando no es mi talla, “mides cómo qué; 5’5” y pesas como 120 lb, es imposible que ese sea tu size”. Mido cinco pies con una pulgada y media que no cuenta para nada y las otras cuatro pulgadas me las suplo con tacones sin importar para donde voy o el sufrimiento  que pueda causarle a mis pies, la belleza duele, eso dicen. Las libras por lo tanto estan más o menos acertadas dependiendo el momento preciso del mes. Luego tengo que explicarles que mi cuerpo engaña y que soy pequeñita arriba e inversamente proporcional abajo y prefiero que quepa la parte inferior de mi cuerpo y luego cortar la tela que sobre. Una señora mayor, cubana, me rescató de las pirañas y me dijo: “tú lo que necesitas es un traje línea A”, y me sacó un traje que no me gustó para nada, fuscia, con pinceladas doradas, yo soy plateada, blanco y negro. Pero accedí en agradecimiento por el rescate y me medí el traje que resultó quedarme (modestia ausente) espectacular. La señora me explicó que ese era el corte perfecto para la estructura  de mi cuerpo, cosa que nadie tuvo la bondad de informarme antes, en los miles de calvarios similares. Y de momento suspira y me dice: “por tu vida mi santa, pero qué trapecio tan hermoso tú tienes”. Yo sonrío y le doy las gracias de rigor. “Tú no sabes lo que la mayoría de mis clientas darían por un trapecio así algunas hasta se lo maquillan.” Y yo me río con la risa nerviosa esa que me sale cuando no sé qué decir, la señora se retira y le pregunto a mi madre, qué carajo es un trapecio? Y me señala toda la parte entre  mi cuello y mi pecho. Y justo ahí, esa zona donde yo sólo reconocía la clavícula se convirtió en mi trapecio.

Mi clavícula es la única parte del cuerpo que me he fracturado en mi vida. Sí, así de atlética soy. Cuando tenía 3 ó 4 añitos mi papá estaba cocinando y yo estaba sentada encima del mostrador de la cocina, mi mamá sujetándome y papi le dice a mami que mire o pruebe algo, mami se acerca a él y yo me inclino para ver también y me fui de boca y me fracturé la clavícula. La curiosidad es un deporte peligroso. Cuando me río mucho, de esas carcajadas prolongadas que te sacan las lágrimas y después te hacen sentir aliviado como después de un estornudo o de otras cosas, a mí me provoca un dolor agudo en la clavícula, en un lado en partícular.  Tengo la clavícula de una persona muchísimo más flaca que yo, huesuda, tal vez por eso fue fácil de romper.

Hay un poemario que se llama barrunto y el sonido de esa palabra me enamoró sin saber lo que significaba, cosa que me suele pasar.  Oficialmente barrunto viene de barruntar, presentir, pero en Puerto Rico le llaman barrunto a un malestar en los huesos o en las coyunturas cuando va a llover, lo dicen las abuelas, que las heridas viejas se resienten ante el presentimiento de lluvia. Cuando me río mucho, me duele la clavícula y luego me duele tanto que me dan ganas de llorar, barrunto de la peor calaña, la parte más bonita de mi cuerpo se niega a olvidar que algún día se rompió.  Ni siquiera recuerdo la caída y aunque alguna gente diga que es imposible yo tengo memoria desde mis dos.  Mi madre nos decía cuando a mi hermano y a mí nos daba pavera: ríanse mucho, ríanse que después van a llorar, de seguro se lo decía mi abuela a ella y a mi abuela mi bisabuela y así consecutivamente la maldición de generación en generación.  Cuando me siento feliz, soberanamente feliz, a la misma vez siento miedo, siento pavor, porque sé que ahí está la verdadera teoría de la relatividad. Después de la tempestad viene la calma dicen, y yo digo: después de la calma qué viene: quisiera decir otra cosa pero mi experiencia vital me dice que viene una tempestad mucho peor. Y muchas veces la tempestad no es realmente peor, pero uno va acumulando tempestades, fracturas, barruntos y lo que la primera vez se enfrentó con toda la valentía del mundo, uno lo enfrenta herido, con menos municiones, con la embarcación remendada, con miedo por la vividez del recuerdo. Mi madre dice que la primera vez que se fue de parto, si se le puede llamar así cuando el doctor te ordena que vayas al hospital a parir no sintió miedo, pero la segunda vez, tan pronto pisó el hospital se aterrorizó porque lo recordó todo, el primer parto completo, vividamente, esas imágenes que nunca volvió a ver en todos esos años se le avalanzaron de golpe. Mi colombiano favorito lo dice mejor: la nitidez perversa de la nostalgia.

Nos pasa con muchas cosas, se me cierra el estómago si entro al restaurante donde alguna vez fui muy feliz. Y poco a poco uno termina siendo herido con demasiada facilidad, hasta cuando menos se lo espera, cuando uno ya se ha dado de alta emocional. Prendo la radio y sale Franco De Vita y dice: “ y por qué dejamos que esto se fuera tan lejos, que se nos escapara de las manos…” y no puedo dejar de llorar y soy una persona feliz, relativamente feliz.  Pero hace mucho tiempo alguien me dejó de querer o tal vez nunca me quiso y aunque estoy sanada, cuando escucho esa frase algo dentro se vuelve a romper. Es el presentimiento de lluvia, yo me trepo con facilidad en cualquier mostrador y no pienso en caerme. Pero amo mucho y entrego mucho y a veces el barrunto me come viva.  Porque mi espíritu es una carretera boricua, llena de hoyos que rellenan con un poco de brea, y al primer diluvio, la abertura original se convierte en un cráter.

Hay un tipo de llanto, que es tan fuerte que se pone el cielo blanco, que se nubla la vista, que parece que cambian las dimensiones de la habitación y que el aire no puede llegar a donde debería. Clínicamente, humanamente, el dolor emocional es tan abrumador que el cuerpo intenta apagarlo, como sea, el cuerpo no es bruto dice mi costurera, a veces uno sí lo es. Como los knock outs  en el boxeo, el cerebro da vueltas dentro del cráneo y llega el momento donde el cuerpo no aguanta más y se derrumba. En mi isla llueve y el tráfico se convierte en un funeral gigante. Tengo un amigo que dice que es como si lloviera pega y los automóviles dejan de moverse. En un país donde las casas tienen más carros que gente, llueve y nos detenemos. Todo se inunda, la electricidad colapsa, los carros se hunden, las alcantarillas se revientan y algunos lloramos en los carros. Porque a veces no hay tiempo, porque no sabemos dónde duele y abrimos los ojos por las mañanas lentamente con miedo a levantarnos y que ese dolorcito todavía esté ahí, o lo que es peor que nunca se haya ido en realidad. Porque eso es lo mágico de las rupturas; no todas se curan con el tiempo, a veces una cicatriz en la piel ya añeja al exponerse a altas temperaturas reaparece como si estuviese acabadita de hacer. Cuando pasa mucho tiempo y no me duele la clavícula, me da tristeza porque pienso que tal vez ya no me río como antes.

A veces miro a mi abuela que no sabe si llueve o escampa. Y me pregunto si mi primer amor tenía razón, si tal vez mi abuela tenía tantas memorias tristes que decidió olvidar, si tal vez ese olvido que es tan terrible para nosotros para ella es la única cura posible a su barrunto.

Ayer cayó un diluvio y me pregunté si mientras llovía a alguien le dolía un hueso y pensaba en mí.

jueves, 11 de septiembre de 2008

V I R G O


No tenía virgos en mi vida, al menos la vida misma no me había asignado ninguno como parte de mi familia y entre mis interesantísimas decisiones previas tampoco.  Así que como suelo hacer me lancé sin ninguna experiencia previa, sin referencias personales, sin manual de instrucciones, sin paracaídas, y de voluntaria por tiempo indefinido. Como varias de mis vértebras parecen estar unidas por metales, y mi pelvis está forradita de imanes,  alguna fuerza exacta o puramente magnética me arremetió directamente contra un hombre con acero en la sangre. Me encontré con una figura con postura de torero, que nunca vi perder la compostura, que tenía voz de trueno y que su nariz era una flecha que le apuntaba hacia la boca. Cuando se reía temblaban todas las mesas al mismo ritmo que mis rodillas. Me miraba poco, muy poco para mi gusto. No hubo forma de desterrarle lo impropio que estaba tan segura que tendría por algún lado, cualquier cosa tan cuadriculada tiene que estar escondiendo algo. Tiene la barbilla con la proporción exacta para producirme morbo y otras cosas que descubriría después y uno que otro lunar situado estratégicamente en la cara que me pronosticaba mapas lunares extendiéndose por rincones irreverentes. Su hogar era un museo, sospechosamente organizado y mientras yo iba dejando rastros por casi todas las locetas de la casa, él me seguía las huellas y lo situaba todo en torrecitas, siempre en el mismo lugar. Como el magnetismo suele nublar las facultades cerebrales, no sentí miedo, es más, me pareció fascinante. Y allí estaba yo, despeinada, estrujada, trepando los pies en muebles de colores tenues, poniendo vasos fríos directamente sobre las mesas, escurriéndome sin secarme sobre las alfombras. Yo sagitariana hasta la médula que convivo feliz con el caos, porque el caos vive dentro de mí,  yo que saltaba desde el marco de la puerta para poder llegar hasta la cama, yo que dormía en una esquinita de ella porque el resto era territorio ocupado. Yo quise meterme allí, porque no tengo nociones dimensionales y nunca estoy segura si las cosas caben o no. Y con ese virgo cohabito y  me habita, por lo que vive dentro y con el caos, y no tengo margen de comparación sólo sé que con ese me basta y me sobra. Ese virgo que guardaba la tostadora y la cafetera dentro de las cajas cada vez que se usaban. Ese virgo cuyo armario se divide por colores, estampados y estilos de camisas. Ese virgo que nunca echa en la canasta de la ropa sucia, la ropa deportiva sin antes dejarla secar. Ese virgo que pone todos los ganchos hacia la izquierda con la ropa mirando hacia al frente. Ese virgo que no puede concebir mi torpeza corporal y vive recogiendo mis destrozos. Ese virgo que inhala profundamente cuando ve las condiciones del interior de mi carro. Ese virgo que tan pronto llega a la casa endereza las sillas y guarda los platos limpios. Ese virgo que se lava la boca en las mañanas antes de besarme, el mismo virgo que me da masajes en los pies y luego me los envuelve con toallas tibias. Es virgo llega con bolsas de ropa que yo no me he probado y que siempre me sirven a la perfección. Ese virgo que se empeña en adornarme con prendas costosas, aunque sabe que mi pasión son las plumas y los viajes. Ese virgo me deja leerle cada barbaridad que escribo y me dice infaliblemente que está buenísimo. Ese virgo me atiende cuando hago mis disertaciones sobre la guerra, mis monólogos sobre novelas que nunca ha leído. Ese virgo me mira con ternura cuando me ahogo en llanto porque la perra se lastimó una cadera.  Ese virgo recoge los animalitos muertos de la carretera o del balcón para que yo no los vea.  Ese virgo me deja morderlo aunque no entiende por qué mis expresiones de afecto son siempre tan toscas. Ese virgo me plancha la ropa en las mañanas cuando tengo una entrevista y se ríe cuando digo que se me había olvidado que ese atuendo lo había mandado a la tintorería. Ese virgo que me trae la toalla cuando me baño y se me olvida.  Ese virgo que tiene más amigos que los días que tiene el año y se llena la boca diciendo que es selectivo. Ese virgo me ha dado clases de amistad 101. Ese virgo que se siente responsable de su familia y también de la mía. Ese virgo que no duerme, que no conoce el placer de no hacer nada. Ese virgo que toma jugo de sábila en las noches y mejunje de algas en las mañanas. Ese virgo que tomaba pastillas para limpiarse el hígado y los riñones, pero bebía y fumaba hasta el amanecer. Ese virgo que todavía se sorprende de la cantidad de comida que cabe en este cuerpo de sesenta pulgadas. Ese virgo que un día dejó de fumar y no ha vuelto a tocar un cigarrillo más nunca. Ese virgo que maniobra con los problemas gigantescos como si nada y que se le destruyen los nervios cuando rompo una taza. Ese virgo que se escandaliza con mi amplio vocabulario soez. Ese virgo que me dice que no le molestan mis minifaldas, pero sí mi forma terrible de sentarme. Ese virgo que me dijo un día que me fuera a España, que él me iba a esperar, ese mismo virgo me ayudó a empacar. Ese virgo me dijo un día que no tenía más nada que buscar y yo le creí. Y ese mismo virgo modificado, contaminado, neutralizado; me dice que estoy loca y me abraza cuando las hormonas me secuestran la razón. A ese virgo que yo le digo que estoy enamorada de su lindura y él me dice que de mi mente. Ese virgo que tiene una treintena de años en memorias acumuladas que no me incluyen. Ese virgo complicado, territorial, materialista, obsesivo compulsivo con la organización, ese virgo ordenado y responsable, ama a esta sagitariana caótica, egoísta, caprichosa, terca, apasionada y cruel. Y celebro que nos amemos con baños, armarios y cuentas separadas. Y lo celebro funcional y hermoso, como sé que él  celebra mi humor negro y mis locuras, y en mi cuerpo sigue habiendo fiesta cada vez que lo veo, feliz cumpleaños virgo mío!

jueves, 28 de agosto de 2008

M U T I S




Tu cuerpo está callado
y yo odio el silencio
como todos los curiosos
odian las ciudades vacías
tan llenas de gritos
tan faltas de certezas

mi piel se contagia
y se muere de mutis
se muda sin reemplazo
piel de reptil
que mama y muerde

me obligo a aprenderte
ese nuevo tú sin audio
a memorizarte de nuevo
a amar tu película muda
mientras me invento los diálogos

me callo por no mentirte
y la vida me castiga
siempre a fuerza de silencios
patito feo se enamora de un cisne
los cisnes sólo gritan cuando están por morirse

me hundo en la cama
que casi casi me abraza
tu cuerpo dolido no me alimenta
mi cuerpo vacío se llena de rabia
ni el agua se apiada de mi hambre

tal vez en mi vientre otoña
y mi ombligo se viste de adviento
tu cuerpo invierno en verano
tu cuerpo isla que no florece

quiza no siempre es tiempo de devoraciones
felina al fin amo las jirafas
inmensamente hermosas
infinitamente mudas

el silencio sufre de morbo
el morbo goza del silencio
tu cuerpo callado me invita
el mío no entiende y grita

intento aliarme con la distancia
y mi caribe triste se espanta
no sabe hablar sin las manos
no sabe amar en silencio
no sabe de fiestas sin música
no sabe esperar este cuerpo

jueves, 14 de agosto de 2008

R e n u n c i o





Mañana es mi último día de trabajo. Después de casi siete años de seudo vida laboral comienzo oficialmente el desempleo el lunes. Me siento como probablemente se siente una mujer divorciada después de siete años de matrimonio, aterrada y llena de paz: pacíficamente paralizada. Después del 31 de agosto no tendré plan médico, y el hecho de que siquiera considere esto como una complicación es una confirmación desgarradora de mi innegable adultez/vejez. Porque he ido descubriendo que mientras más preocupaciones uno tiene, mayor se siente por dentro. Crecer implica coleccionar un montón de miedos nuevos y reírse de unos pocos miedos viejos que ya no parecen tener sentido. Cuando tu vida la determinan las quincenas y no los fines de semana tu mayoría de edad empieza a sentirse como el barrunto, un dolor en las coyunturas cuando se acerca la lluvia.
Llevo dos años sin irme de vacaciones, y como el año pasado las liquidé para pagar parte del pronto de la casa, esto significa que el cheque de liquidación me mantendrá sobreviviendo hasta medidos de septiembre. Sin embargo esa porción de juventud que se niega a adquirir seguros de vida (porque le creo a un profesor que tuve que decía que los seguros de todo tipo son simplemente formas de hacerles pagar a los clientes cuotas mensuales por sus miedos), esa Edmaris de pelo enredado, con la nariz perforada, que es incapaz de pintarse las uñas o la boca de rojo, quiere agarrar ese cheque, meterlo en la cuenta, abrazarse por unas cuantas horas a la computadora, sumar y restar, restar y restar, y comprar pasajes. Porque no puedo dejar de verme con pantallas artesanales olvidando por un momento que pago hipoteca. Porque esta que está dentro de mí; hierba mala que no muere, tiene un compromiso consigo de salir de aquí al menos una vez al año y estoy delinquiendo en la deuda. Le temo demasiado a la locura y la fórmula perfecta para enloquecerme tiene mi mismo código postal. Estoy segura que el código de área asociado a la demencia es el 787 y esa necesidad de salir me tiene los tobillos porosos.
Regresé de Salamanca hace tres años y alguien me aseguró que el malestar se me iba a ir, que cuando se regresa al país de uno, es normal una gastritis emocional por varios meses. No me parece que mi cuerpo vaya a digerirlo, se niega, porque mi cuerpo es terco y a veces le molesta quedarse en el mismo nivel del mar todo el tiempo. Porque mi cuerpo tiene un relojito, un relojito que suena más duro que el biológico, un relojito suizo hecho en China que me cronometra el tiempo que estoy perdiendo mientras me pierdo el mundo sin salir de aquí. Hay gente que es incapaz de ser fiel, que alegan que la monogamia es antinatural. A mí me parece que a la fidelidad hay que verla no como una dieta, sino como un estilo de vida donde se come más saludablemente, y seamos honestos, en este mundo es bastante más higiénico (claro dependiendo con quién uno se monogamie). En cambio yo tengo un serio problema con la permanencia geográfica, yo me auto diagnostico claustrofóbica insular. Puedo estar en un ascensor, en un submarino, en un carro pequeño, pero no puedo vivir en una isla por más de doce meses corridos, al menos no en la misma. Paso por el lado de las agencias de viaje y literalmente salivo. Veo reportajes de viajes en televisión y suspiro tan fuerte que se me olvida respirar. Escucho a otras personas hablar de sus viajes a sitios que aún no he ido y siento envidia, de la mala, no admiración con tanta intensidad que raya en lo rabioso, sino envidia de la verde, prima hermana del odio. Si fuera necesario o si por mi fuera, lo empeñaría todo, agarraría una mochila y me iría, sin tan siquiera una cámara, pero con dos pares de espejuelos y una libreta plegadiza.
Siempre digo que si me pego en la lotería correría a un aeropuerto al mostrador de cualquier línea aérea y le diría a la dependienta dame un boleto a cualquier lugar que salga en los próximos 45 minutos. No me importa a donde, si son las y 13, pues entonces que salga a las y 58. Ya habría llamado a mi compañero a decirle tienes media hora para llegar al aeropuerto con pasaporte en mano. No quiero más nada, no necesito un convertible, no me compro una mansión, no le arreglaría la vida a nadie, al menos no desde aquí, tengo que salir para pensar. Primero tendría que jugar lotería y no perder el boleto y verificar los números ganadores y tengo mucha dificultad en completar todos esos pasos por alguna extraña razón, tal vez mi predeterminación a la pobreza. Dicen que el que viaja solo viaja más ligero, yo ni una ni la otra.
Empiezo a buscar días libres, porque no quiero faltar a la universidad y decido las elecciones. Porque en esta extraña sucursal caribeña del sinsentido las elecciones son el 4 y por eso no se estudia ni el 3 ni el 4 ni el 5. Miro el calendario lo analizo con pasión, y tengo trece días, me voy el Día de Brujas y regreso el doce, no estudio los viernes y el 11 es el día del veterano, estoy de suerte me digo victoriosa. No sé para donde voy, tampoco tengo el dinero, no sé dónde me voy a quedar y mi codeudor hipotecario morirá de un infarto fulminante cuando se lo insinúe. Pero han sido los quince minutos más felices del mes. Suena el celular y son mis amigos de la Compañía del teléfono, que me lo van a cortar. Decido que tengo que irme a algún lugar que no llegue la señal telefónica de todas maneras. Todavía tengo que redactar una última acta, mejor dicho debo. Tengo que leer veintidós casos para la semana que viene. Cuando salga mañana voy al colmado a comprar leche, harina, huevos, pasta de guayaba, pistachos, y piñas, el lunes comienzo a vender bizcochos, con algo tengo que pagar la casa.

jueves, 7 de agosto de 2008

MACACOA



Hay gente que le llama una mala racha. Otros dicen que es la caída de la macacoa. He escuchado que son vacas flacas, que son siete y después se supone que vengan las gordas. Mi abuela decía que Dios prueba a sus favoritos. Mi astróloga dice que es un tránsito en Plutón. Ziggy dice que hay 6.684 billones de personas en el mundo y ¿todavía esperas que este sea tu día? Mi tía siempre me ha dicho que seis meses antes de tu cumpleaños todo te sale mal. Llevo una semana, un mes, un año, un par de años con el presentimiento de que en algún lugar alguien tiene una muñequita vudú con los labios bien grandes y el cuerpecito alfilereteado. Ayer me diagnosticaron foliculitis granulosa, nada que logré perforarme la nariz casi una década después de quererlo hacer y mi piel decidió que va a expulsar ese cuerpo extraño encapsulándolo, para luego eliminarlo. Como haría cualquier sagitariano que se respete así mismo, le dije a mi nueva dermatóloga que no me la voy a quitar, que la pantalla se queda, y que mi piel se vaya haciendo a la idea porque aquí mando yo, aunque ella sea el órgano más grande de mi cuerpo. Le enseñé las manchas blancas de mis brazos, ella dice que es una alergia, otros dicen paño, otros hongo, una dermatóloga me dijo que andara las 24 horas del día con bloqueador puesto en todas las áreas expuestas, otros deficiencia de pigmento, mi pediatra decía que era que mi fábrica de hombrecitos que producen el color de la piel, tiene escasez de empleados y cuando tomo sol, como les falta personal no les da tiempo de darle al cuerpo entero la sustancia que necesita para broncearse y como todo buen médico me recomendó asolearme con Coca Cola, que en algún momento mi cuerpo solito lo solucionaría. Así que en ese entonces me trepaba al techo, en bikini, encaramándome por las paredes de la marquesina y asoleándome con un padrino colorao’ y de fondo el sonido de bocinazos de la avenida. Años más tarde mi oftalmólogo me dijo que tenía principios de cataratas, que no podía tomar Sol, nunca más y que debía andar con gafas hasta que no viera con ellas puestas. Como odiaba las gafas dije que no me pondría ninguna, y mi padre al rescate (como siempre) me dijo que escogiera las que quisiera y yo quinceañera maquiavélica escogí unas de seiscientos dólares que me constaba mi papá no podía pagar. Mi papá las compró, me duraron menos de un mes, se “perdieron” en un salón de belleza, donde a los varios meses se llevaron a una empleada arrestada porque le robaba a la dueña. Se me olvidó mencionar el ínfimo detalle de que soy alérgica al bloqueador solar, un día cualquiera me puse bloqueador y cuando pasó un tiempito, niña al fin corriendo alrededor de la piscina, sudando en bañador, me empezó a arder la cara, un ardor que me quemaba como si me estuviesen friendo el rostro. Al sol de hoy, valga la redundancia, no puedo ponerle bloqueador a nadie, no puedo tocar a nadie que lo tenga puesto, no puedo tener esos arrebatos lujuriosos que la gente disfruta tanto en las playas a menos que mi pareja no tenga problemas con agarrar una insolación. Una vez en una tienda por departamentos una dependienta insistió en ponerme un humectante fabuloso porque tengo el cutis seco, al contacto instantáneamente empezó el ardor, le pregunté si tenía bloqueador el humectante y ella se llenó la boca de orgullo y me soltó un SPF 50! Magistral, soy alérgica le digo y ella me dice imposible, yo le dije que estábamos de acuerdo en eso. Y seguí mis compras con la dermis a fuego vivo. Soy una persona completamente saludable salvo esas pequeñas deficiencias/disfunciones corporales y mi carencia absoluta de sentido de dirección, tengo un cuadro médico lo que se dice envidiable. Sólo soy alérgica al bloqueador solar y a las hormigas, es cierto que por cada ser humano hay un millón de hormigas, pero no es nada tan terrible como una alergia al consumo de algo. Nunca me había puesto a pensar que la gente alérgica a la comida no puede besar a sus amantes cuando el otro se ha metido a la boca el objeto de su aversión.
Así que con eso en mente y pensando en mi tía que sus huesos no aguantan el frío y su piel no aguanta el calor, no estoy tan mal.
Una vez tuve un día terrible, lo que se dice terrible cuando uno es adolescente, una prueba sorpresa, un examen dificilísimo, pelearse con una amiga, caerse en el comedor escolar con la bandeja llena, entonces a la hora de salida me senté encima de un conglomerado de hormigas, demás está decir que se me pusieron las piernas como jamones y me reí, porque sentí el alivio de que nada podía salir peor. Miré al cielo y dije: ¿qué más? y llovió, cayó un aguacero monumental. Desde entonces siempre le digo a la gente, No Lo Retes!, no cuestiones la creatividad de Dios, porque créeme que siempre se puede poner peor.
Una vez tuve un amigo bastante suicida que se pasaba diciendo que nosotros éramos el entretenimiento de Dios, que cuando se aburría movía las piecesitas a ver qué pasaba. Que sólo un ser bastante perverso podía hacer que dos objetos tan disímiles como lo son el hombre y la mujer estuvieran destinados a vivir juntos y hacer que la preservación de la especie dependiera de ese factor fortuito tan accidentado desde el principio. Intento restarle el crédito recordando que un amanecer me llamó a pedirme que le deletreara bien mi nombre, que se lo iba a tatuar y ya habían escrito el EDMAR- y necesitaba saber si la i que le seguía era griega o latina.
Hace unos días después de decidir que terminantemente dejaría pasar mi aceptación a la escuela de derecho por la fatalidad de no conseguir un trabajo con un horario lo que se dice “normal” 8 a 5, que me pagara al menos lo mismo que gano ahora, que hasta ahora nunca consideré cuantioso. Llevo desde marzo en esas y realmente mis municiones de fe ya no me rendían mucho más. Mi carro decidió no prender hace tres días, la batería murió, un punto del motor suelto y un chorro de terminología más que significa: eres mujer no sabes de mecánica y tengo que encontrarle algo al carro que no esté en garantía porque esto está duro pa’toel mundo. Ayudo a adiestrar a la que será mi jefa, me ha pasado tres veces en la vida, llevo 6 años siendo demasiado joven para mandar y suficientemente joven para entrenar. Como llevo la ley de Murphy encriptada en mis genes al llegar a mi casa encontré una hoja informándome el aumento de la tarifa de mantenimiento junto a un sobre de la universidad con el horario de clases y la factura a pagarse. Suspiré hondo y me abracé a mi perra, por aquello de no arruinarle el momento más feliz de su día que es cuando me ve. Me dispuse a cocinar, honestamente porque no quedaba ni una onza de alcohol en la casa. Sartén prendido, aceite reverberante, panapén cortado con dificultad, todo dispuesto, y él llega y me abrazo a él y lo escucho por dentro y su adentro me dice que todo va a estar bien y su adentro absorbe mi miedo y su adentro posterga el suyo. Él llega a la cocina y alaba los olores y hace alarde de su hambre y abre el grifo y no pasa nada, ni una gota de esas terrosas. Me pregunta si hace tiempo que se fue el agua. Ni idea. Suspiré de nuevo porque algo recuerdo del yoga, que nada afecte mi centro. No importa, ya volverá el agua, probablemente antes de caer la noche. Y sigo mi empresa y le narro mis pequeñas tragedias del día y el pone cara de qué pena chica. Y digo que tengo mala suerte, y el dice que no. Y justo ahí se va la luz.

jueves, 24 de julio de 2008

si hubiese sabido


Si hubiese nacido sabiendo lo que ahora sé… hubiese tenido mucho menos miedo y mucho más cuidado. Me habrían odiado sin excepción todas mis maestras. No hubiese intentado sobornar a Dios tantas veces. Nunca habría dejado de chuparme el dedo. Nunca habría permitido que me cortasen el pelo. Me hubiese negado terminantemente a los pantimedias de cualquier color, al color rosa en general y aquellos lazos más grandes que mi estructura craneal. Me hubiesen gustado los panticitos bombachas, de esos de vedette que le ponían a uno sobre el pañal. No habría crecido queriendo a mi hermanito con tanta pena. Convencería a mi papá de que fuéramos a otro sitio que no fuera Disney para las navidades. Le hubiera teñido el pelo a todas mis Barbies y le hubiese pedido dinero a Santa Clause, a los Reyes Magos, al conejito de Pascua y al ratón de los dientes. Hubiese empezado a leer más temprano, habría leído el triple y sólo la mitad de lo que me obligaron a leer. Me hubiese tragado todas las pepitas de parcha y de guayaba sin temor a que me crecieran matitas por el ombligo. Le pediría a mi abuela que me enseñara a cocer y habría tomado nota de todas sus recetas. Le habría hecho entrevistas a todos los viejitos de la familia y nunca nunca haría llorar a mi abuela. Nadie podría crearme aversión hacia los lagartijos. No me hubiese dejado arrastrar a ninguna caravana política. Le hubiese creído todo a las monjitas pero les hubiese pedido que se quedaran con toda la culpa. Me habría dejado besar al primer intento. Si hubiese sabido lo que ahora sé, perdería mi virginidad a los 12, me haría amiga de todas las que se quedaron con mis novios. Hubiera llorado por ellos pero sólo una vez por cada uno. No me daría vergüenza tropezar, ni caerme en público, no me molestaría mancharme la ropa y no hubiese hecho a mi mamá gastar tanto dinero en mí. Hubiese creído mucho más en astrología, aprendería el tarot antes de que me llegara el periodo y nunca hubiese dejado el belly. Le hubiera bailado a más gente y hubiese coqueteado el doble. Hubiese amado al niño que más me amó, le hubiera curado la niñez y de seguro él me hubiese salvado cuando todavía era salvable.
Le hubiera dicho al hombre en formación que nunca me amó que entrara y saliera las veces que quisiera por el tiempo que pudiera, porque me arrebataba, y esos delirios cortos me bastaban. Le pediría perdón a los que trataron intensamente de amarme pero nunca me bastó. Me hubiese ido a España más tiempo, hubiese viajado más y me hubiese lamentado mucho menos. Hubiese sido mucho más amiga y menos novia. Me hubiese internado para tratarme los celos antes de que llegaran a metástasis. Si hubiese sabido lo que ahora sé hubiese administrado mis lágrimas mucho mejor. Me hubiese permitido ser arrogante, no me hubiesen acomplejado nunca mis labios, hubiese sido veterinaria, y no hubiese ido a ningún funeral por compromiso. Me hubiese extirpado el pudor desde temprano y hoy escribiría como los dioses. Hubiese puesto un breve resumen de la situación cada vez que escribo, para poder reconocer mis propias letras, para recordarme quién me fue tallando, cuál golpe me convirtió en esto. Me hubiese permitido gustarme más quince libras atrás, me hubiese pintado de rojo la boca y las uñas. Nunca hubiese dejado el whiskey y hubiese tomado café mucho más temprano. Hubiese creído en la eutanasia, si se la merecen los perros por qué no le hacemos el favor a las relaciones también. Hubiese tomado clases para ser “stand up comedy”, hubiese posado para Playboy por mucho menos de $30,000. Habría coleccionado toda la música que alguna vez tuve y hubiese jugado más a la lotería, hubiese visitado más casinos, hubiese llamado menos a los que no me contestan y hubiese contestado mucho más el teléfono. Hubiese ahorrado mucho más y de seguro no viviría aquí. Si hubiese nacido sabiendo lo que hoy sé, probablemente no habría vivido nada de lo que hasta hoy viví, probablemente nunca hubiese amado como sólo se ama la primera vez, creería que es imposible morirse de amor, no hubiese comprado nada caro y habría recorrido el mundo, si hubiese nacido sabiendo lo que ahora sé, de seguro estaría más que sola, no confiaría en nadie y estaría deseando no haber sabido todo lo que ahora sé.

martes, 15 de julio de 2008

Inundada

Tengo la facilidad
de dejar que se llene de agua,
el cubículo, el carro, la cama
y lo noto en las mandíbulas
cuando ya tengo mi clavícula
rota y sumergida
mi trapecio protuberante y submarino
los lóbulos de mis orejas flotantes
y respiro como si nada por la nariz
pero mi boca está siempre abierta
y trago agua salada
la trago sin avisos y sin pausas
como si tuviera toda la sed del mundo
sed de ahogarme
sabiendo que no me cabe
que se me pilla el mundo
en las comisuras de los labios
y ni las dimensiones de mis labios
me salvan del asfixie inminente
que viene de no fijarme
de no ocuparme del agua que viene subiendo
escalando mi cuerpo pequeño
retando mi gravedad y provocando
mi incapacidad de encontrarme el centro
porque detrás de mi ombligo
sólo tengo eco
un retumbe triste
un jarrón vacío
y de repente vivo
en una pecera de agua salada
con colores imposibles
y un mar de mentira
porque solo puede ser ficticia
la inmensidad de este tamaño.

viernes, 11 de julio de 2008

Lecciones

Me enseñaste que lo que crees que te gusta no siempre es lo que quieres, que odio las corridas de toro, pero me encantan las posturas de los toreros, con la misma naturalidad con la que no entiendo un juego de pelota pero deliro por los uniformes de peloteros. Me enseñaste que no siempre hay una forma correcta pero siempre hay una más funcional, que los ganchos de ropa van hacia la izquierda con la ropa mirando hacia el frente no porque te lo inventaste, sino porque por algo está así en las tiendas. Me enseñaste a comprar en rebajas, me enseñaste que diez años no son nada a menos que se midan en anuncios publicitarios y canciones. Me enseñaste que soy una amiga mediocre y me diagnosticaste un desorden no de personalidad pero si de estructura con un síndrome obsesivo compulsivo de celos. Me enseñaste a dejar el celular prendido porque no toda la gente que amas vive contigo. Me enseñaste que soy más masculina que tú, que tengo manías aunque no las veo. Que huelo los platos cuando los friego, que me da asco sacar el tapón del fregadero, que detesto los pelos en las escobas y que me molestan los sonidos consecutivos. Me enseñaste que soy peligrosa cuando no he comido y que puedo aguarme los ojos para conseguir lo que quiero. Me enseñaste que el catarro se combate con vodka y jugo de china, vodka contra las bacterias, jugo de china por la vitamina C y que todo es cuestión de ignorar los síntomas. Me enseñaste que tienes más fuerza de voluntad que yo y que mis vicios nunca son dependencias de sustancias. Me enseñaste que la arrogancia la mayor parte del tiempo es una virtud convincente. Intentaste enseñarme que la gente merece una segunda oportunidad, cosa que me niego a aprender. Intentaste enseñarme que la gente es buena en esencia cosa que la vida te obligará a desaprender. Me enseñaste que nunca me llevarás la contraria pero siempre harás lo que te parezca, que tendrás la cortesía de pedirme opinión como ejercicio burocrático y simbólico, pero que siempre tendré la razón al final y que el señalártelo, me anularía el mérito. Me enseñaste que las prendas son inversiones, que no hay que tener dinero, hay que tener buen crédito. Me enseñaste que a veces la verdad puede ser tan destructiva como las mentiras. Me enseñaste que tengo más personalidad de perro, aunque me gusten más los gatos. Me enseñaste que persigo a la gente para terminar de contar mis historias, que me siento desnuda cuando leen algo mío frente a mí. Me enseñaste que soy incapaz de expresarme con claridad si no es por escrito y que lo escrito no siempre es suficiente para el resto del mundo. Me enseñaste que me da trabajo decirle a la gente cuánto los quiero y que piropeo para compensar. Me enseñaste que sólo acaricio bruscamente y que no puedo controlar mi fuerza. Me enseñaste que para mí sólo hay dos tipos de persona: los que me encantan y los que detesto, porque los que me dan igual, termino detestándolos. Igualmente aprendí que no le doy igual a nadie o me adoran o no me soportan. Me enseñaste que no tengo filtro y que mi mente va tan rápido que muchas veces le gana a todo lo demás. Me enseñaste que mi humor es más negro que negro y que puedo producir herejías como si fuese un reflejo corporal. Me enseñaste que mi lengua es un arma peligrosa y que mi superpoder es destruir cuando estoy rabiosa. Me enseñaste que nunca digo lo que no siento pero a veces digo lo que no quisiera decir, que no miento ni borracha pero exagero de forma magistral. Me enseñaste que mi memoria es una maldición y que el alcohol me violenta hacia donde no es. Me enseñaste que insultar es un arte y que no hay humillación mejor esculpida que aquella que se dice sin subir la voz y sin una sola palabra soez. Me enseñaste que mi desorganización te asfixia y me lo dificulta todo a mí. Me enseñaste que mi inteligencia no es congruente con mi inseguridad y que mi odio intermitente al país es una riña casi familiar. Me enseñaste que no sé sentarme, que no puedo ir al baño sin cerrar la puerta y que le tengo fobia a lo escatológico. Me enseñaste que el jugo de sábila lo arregla todo. Me enseñaste que la pornografía también puede ser educativa y que mi literatura también puede ser pornográfica. Me enseñaste a ver en los ojos de la gente cómo me ven. Me enseñaste que mi hermano puede hacer de mí lo que le plazca. Me enseñaste que uno puede amar tanto un aspecto de un ser humano, que puede pasar por alto todo lo demás. Me enseñaste que hay que guardar las cajas para que sea más fácil mudarnos. Me enseñaste que los armarios deben estar clasificados: camisillas, camisetas, sudaderas, abrigos, polos, camisas de mangas cortas, camisas de mangas largas, trajes. Que cada subdivisión a su vez debe dividirse en blanco, crema, gris, azul, negro, etc., estampados o sólidos. Me enseñaste que los mosquitos sólo me pican a mí. Me enseñaste que me pongo histérica cuando me voy de viaje, hasta que pongo las nalgas en el avión. Me enseñaste a que si no salgo una vez al año de la isla, la neurosis se apodera de mí. Intentaste enseñarme a no echarle tanto jabón al agua para mapear y a escurrir el mapo con las manos. Me enseñaste que a veces soy incapaz de conmoverme por un ser humano y que le tengo una compasión inexplicable a los animales. Me enseñaste que me gusta más el dinero de lo que me permito reconocer. Me enseñaste que soy más física de lo que creo, menos romántica de lo que creía y más honesta que lo deseable. Me enseñaste que soy capaz de meter mis pies en la arena de esta isla y sentirme feliz si te tengo cerca del resto de mi cuerpo. Me enseñaste que soy incapaz de escribirme una vida en otro código postal si tengo que dejar ese pedacito de ti viviendo sin ti. Me enseñaste que el amor no es como la marea, porque no depende de la luna. Me enseñaste que el amor está hecho de gente y se parece a la gente que lo padece. Me enseñaste que el amor no se combate con jugo de china y vodka, pero ayuda sentir que si se ignoran los síntomas lo suficiente, se puede vivir con él. Que cuando uno se enamora no entiende nada y se supone que sea así. Me enseñaste que eres capaz de sacar animalitos muertos del camino para que yo no los sufra al pasar. Me enseñaste que el amor hace que uno no se parezca a uno mismo y la mayoría de las veces esa es la parte mágica del asunto.

jueves, 3 de julio de 2008

Pequeñas Tragedias

Cuando se acaba el papel del baño.
No tener menudo para pagar el peaje.
Encontrar una canción en la radio que te fascina, justo cuando se está terminando.
Una ATH dañada.
Un semáforo dañado.
Un aviso de inundación en medio del programa favorito de uno.
Que se le acabe la batería al celular.
Olvidar la toalla después de meterse a bañar.
Que un pájaro te cague el carro.
Que llueva justo después de lavarlo.
Que se encoja una camisa en la secadora.
Que no suene el despertador.
Un baño sin zafacón.
Llegar a la nevera y que alguien se haya comido eso por lo que llevabas salivando todo el día.
Una rebaja el día después de comprar.
Perder un botón.
Que el zipper (cremallera) se atasque.
Andar con el zipper abierto.
No poder quitarte una camisa en el probador.
Manchar la ropa con desodorante.
Que se te pille la falda en la ropa interior y no te des cuenta.
Andar con un pedazo de papel de baño pegado en la suela del zapato.
Pisar goma de mascar.
No darse cuenta y pegarlo en el pedal del carro.
Tirar una goma de mascar por la ventana del carro y que se pegue en tu propio carro.
Pisar un hormiguero.
Las hormigas devorando una dona que dejaste para desayunar.
Un café frío.
Tener alergia en el carro y no tener servilletas.
Ir a tu restaurante favorito y que se haya acabado el plato por el que fuiste.
Un refresco sin soda.
Que se venza el marbete.
Que te den una multa de tráfico.
Que se pierdan las llaves.
Dejar las llaves dentro del carro, con el auto encendido.
Que se dañe el acondicionador del aire.
Que se te pierdan los espejuelos y no los puedas encontrar porque no ves sin ellos puestos.
No colgar bien el teléfono y que alguien escuche lo que decías pensando que habías colgado.
Que no acepten tarjetas de crédito, ni ATHs.
Tener una ATH pero comprar algo que no llegue al mínimo del establecimiento.
Perder la licencia.
Que se te rompa un taco.
Que no haya carritos de compra disponibles.
Que un carrito de compra golpee tu carro.
Que la persona que está frente a ti en la fila expreso del colmado pelee por un precio o le rechacen la tarjeta.
Llegar a pagar justo cuando están cambiando de turno y tienen que cuadrar la caja.
Venir del colmado y darse cuenta al llegar a la casa, que faltó algo.
Que sólo quede la primera fila en el cine.
Darse un golpe en un codo, o en la espinilla.
Que se te empañen los espejuelos.
Cortarse las uñas y pasarse un poquito de la raya.
Limón en una cortadura.
Cortarse con papel.
Morderse uno mismo.
Quedarse dormido y agarrar una insolación (con gafas puestas).
Salir un momento al colmado hecho una porquería y encontrarse un ex.
Que se te meta agua por la nariz, en la playa.
Que el ginecólogo sea joven o peor aún, guapo.
Encontrarte a tu ginecólogo fuera de la oficina.
Un mal recorte.
Burlarse de alguien sin saber que es familia de quien te escucha.
Que sólo sirvan la cerveza en vaso.
Un pelo en la comida.
Un bebé gritando en un avión. (al lado o atrás tuyo)
La gente hablando en: el cine, el teatro, una lectura de poesía, la presentación de un libro, etc.
Ir a un concierto y que la persona de atrás cante todas las canciones fuera de entonación.
Comprar dos taquillas para un concierto supuestamente una al lado de la otra y tener un pasillo entremedio.
Tener que darle la paz en la Iglesia a alguien que se pasó la Misa tosiendo o explorándose la nariz.
Alguien con mal olor en un autobús.
Alguien con mal aliento.
Que te encante alguien y no sepa besar…
Encontrarte a alguien que conoces pidiendo dinero en una luz.
Olvidar el cumpleaños de alguien que nunca olvida el tuyo.
Que te salga un orzuelo.
Que tu carro que acabas de alinear caiga en un boquete/cráter en la carretera.
Pasarse la salida y caer en un tapón por más de una hora.
Pedir entrega a domicilio y no tener efectivo.
Que no haya agua caliente.
Que se vaya el agua.
Que no haya luz.
Quemar la comida.
Salar la comida.
Preguntarle a alguien por el marido y que la haya dejado brutalmente.
Felicitar a una embarazada que no lo está.
Preguntarle a alguien por su embarazo y que ya no haya embarazo.
Decirle a alguien que linda la nena y que sea un nene.
Que un amigo tenga un bebé feo y tener que decirle que es gracioso, despierto, alerta, simpático.
Que el día que conoces a tu suegra, te cocine exactamente esa comida que detestas.
Encontrar una errata en algo que ya se publicó.
Que escriban mal el nombre de uno en un documento oficial.
Que te digan mal tu nombre, después de conocerte por años.
Que alguien que no soportas te adore por alguna extraña razón.
Invitar a alguien a salir y que sea un quejoso.
Ponerte unos zapatos incómodos para salir a bailar.
Que se te rompa una maleta.
Que te deje un avión (bueno esa tragedia es bastante grande).
Que te escojan al “azar” para registrarte en el aeropuerto.
Estar enfermo del estómago en un avión.
Cuando en el detector de metales sigue sonando algo y te sigues quitando cosas y no se sabe lo que es.
Que se pierdan tus maletas.
Escoger un hotel por Internet y que apeste o esté a las afueras de la ciudad.
Pasarse semanas sin tener nada que hacer y luego tener tres invitaciones buenísimas para el mismo día, a la misma hora.
No conseguir estacionamiento.
Que cierren el estacionamiento con tu carro dentro.
Buscar el carro en el piso que no es y creer que lo han robado.
Estar en un servicarro por más de 20 minutos y no poder salir porque hay carros detrás.
Un cajero en un café que insiste en que pruebes algo nuevo.
Que te despistes en un centro comercial y cuando te fijas te están poniendo una crema en las manos de prueba.
Que te echen un perfume para probar y ya tenías uno puesto.
Tratar de pagar algo por teléfono y no lograr hablar con un representante humano.
Cuando la conexión al Internet está lentísima.
Cuando se cae el maquillaje al piso y se desgrana.
Cuando se desgrana dentro de la cartera.
Cuando llueve tan pronto llegas a la playa.
Cuando tratas de encender un fósforo y el viento lo apaga una y otra vez.
No poder abrir un pote y no tener quien te ayude.
No alcanzar una pieza de ropa en una tienda porque está muy alta.
Que la dependienta te regañe por usar el gancho para bajarlo.
Que tu talla sea la última en el tubo.
Que no haya tu talla.
Ir al cine sola y no poder ir al baño por perder el asiento.
Un piropo flojo.
Que te regalen algo que no te guste nada y no poder disimularlo.
Hacer una fila larga y cuando al fin te toca te dicen que no era ahí que tenías que hacer la fila.
Encontrar la tarjeta electoral al otro día de las elecciones.
Vivir en una isla y ser alérgico al bloqueador solar.
Sentirse miserable en el segundo país más feliz del mundo.

Somos felices, dicen los estudios, la gente se suicida porque le pasan más de cinco de estas pequeñas tragedias en un día.
Nosotros los felices, no podemos manejarlo, por eso al final del año habrán muerto más puertorriqueños voluntariamente que en la guerra de Irak, porque allá, mueren accidentalmente.
FRIENDLY FIRE MOSTLY.

jueves, 26 de junio de 2008

recul "E" ando




En estos días me paso persiguiéndome la cola
como perro que se descubre
como gongolí que se protege
como yo buscando excusas

planificándome una huida
un escapismo derrotado
con calculadora en mano
y una tarjeta simbólica

intento recuperar esa oruga que hay en mí
para revertir la transformación
para desmetamorfizarme
pero las alas no tiene devolución
y pesan cuando no están en uso

todo lo importante está en las letras pequeñitas
y yo quiero andar con lupa en mano
porque odio decirme te lo dije
y me lo digo tan a menudo

mudo el pelo y soy lampiña
y mi isla no coopera con la causa
y mi casa está regada porque existo
sólo tengo una versión; caótica

me reformo por temporadas
y vuelvo siempre a mi cauce
soy el mismo gusano alado
un poquito más colorido

con esta piel fuera de temporada
soy un coquí con fobia a la humedad
este cuerpo es un buen par de zapatos
con la incomodidad casi implícita

me persiguen las plagas en dosis cotidianas
arañas en el carro
abejas en el hocico
sapos en la pileta
mi perra juega con alacranes
los dueños se parecen a sus animales.






viernes, 20 de junio de 2008

Nostalgia en el Vientre

Por primera vez en la vida recibí mi periodo con nostalgia. Este debe ser mi periodo número cientocuarentaypico y los he recibido con fastidio, con dolor, con alivio, con pereza, con alegría, con resignación, pero nunca hasta ahora con nostalgia. Había adoptado el brindis de una amiga, que le decía infaliblemente a sus amantes predilectos, espero que celebremos muchas menstruaciones juntos. Siempre he tenido la maldición de sentir todos los malestares posibles: dolor de espalda, de cabeza, retortijones, hipersensibilidd en los senos, cambios de humor, antojos, mala circulación, estreñimiento, el cutis declarado zona de desastre, y encima periodos largos, infinitos, frondosos, angustiosos, eternos y hemorrágicos. Cuando estoy en esos días casi no me visto de blanco, ni de crema, ni de ningún color pastel, pero la regla es nunca vestirme de rojo, me parece morboso, cruel, casi casi vulgar. Además un amigo me decía que cuando estoy en menstruación lo único que me falta es ponerme un cartel que lo anuncie. Se me hunden los ojos, me da cansancio o más bien pereza, me peino aún menos y lloro hasta si me miran mucho. Me inflo o al menos así me siento, como si retuviera todas las lágrimas pasadas y todas las que están por venir. En esos días hasta me permito tenerme pena, lo cual es un pecado capital para mí. No sé si es totalmente hormonal, o tiene que ver con el hecho de sentirse húmeda, incómodamente húmeda, y encima andar con una fracción de pañal puesto, y usar ropa interior matapasiones incómoda y fea, que mantenga todo en su lugar. Recuerdo la primera vez que disfruté de esa mezcolanza de dolencias, que de niña una por alguna extraña razón, una quiere tener, es como si fuera vergonzoso que las demás lo tengan y una no. Ser la última en caer es como ser la última en dejar de jugar con sus muñecas. No fui la última en caer, pero fui la última en deshacerse de sus muñecas, recuerdo botarlas todas y luego llorarle a mi madre que me comprara una o dos porque las quería tener de nuevo. Cuando dejé de tenerlas sentí nostalgia.
Nunca he querido ser mamá, al menos llevo tanto tiempo repitiéndolo que a veces no sé si es verdad o es como cuando uno dice que no le gusta cierto alimento, yo no como zetas, yo no como zetas y un día las prueba y sí te gustan pero tal vez a los 10 años no te gustaban y nunca te detuviste a probarlas, dándoles el beneficio de la duda de que quizás probaste unas zetas enlatadas o mejor aún que el paladar se te ha refinado y era un gusto adquirido y de repente sí te gustan. Ser madre nunca ha sido mi sueño, ni mi propósito vital, quizás está en algún lugar de mi lista, al menos no en las primeras cinco páginas. Por mucho tiempo pensé que sencillamente no estaba capacitada. Recuerdo que estaba en una clase de italiano conversacional con una amiga, de la cual no sé hace casi un año y a quien recuerdo con un poco de rabia y muchísima nostalgia, y nos preguntaron cuántos hijos queríamos tener y ella respondió: Nessuno. Un imbécil de la clase empezó a decirle que cuáles eran sus razones, no perder la figura, poder viajar, y otro mar de sandeces y motivos superficiales, y ella le contestó, en español, idioma prohibido en aquel salón de clases: tengo endometriosis desde los once años, desde los quince me dijeron que era muy poco probable que yo pudiera reproducirme, me he hecho a la idea de que no voy a tener hijos, prefiero pensar que no quiero tenerlos a quererlos y no poder tenerlos de todos modos. Desde ese día se me sembró una duda en el vientre. Una duda que ha podido más que mis teorías de que siempre hay que escoger, que aquello de que se puede tener todo en la vida es otra mentira maquiavélica, otro cuento de hadas. Sobre todo para nosotras, todavía, hay que ser amante o madre, profesional o esposa, maternal o sensual, y creo que estoy envejeciendo prematuramente, porque me da nostalgia pensar hasta que creí en todas esas cosas con tanta pasión, más pasión que convicción, característico en mí. Y esa duda de qué tal vez yo tengo un don, que mi amiga daría lo que no tiene por tenerlo: un cuerpo apto. Y a pesar de que me repito mis seudo razones para rechazar la posibilidad de la maternidad: que puede destruir mi matrimonio, que no quiero ser una madre con pelo corto y conjuntos de estampados de flores, que no quiero sacarme un seno en público como si fuese un biberón y olvidar que alguna vez ese seno fue una zona erógena, que me rehúso a que mi único tema de conversación por meses sea la lactancia, o peor aún lactar a un niño hasta que entre a preescolar. Que no quiero conversar exclusivamente sobre tal o cual mueca nueva, que no puedo olvidar como era ser yo antes de ser mamá, que me aterra amar así tan desmedidamente que llegue el momento que me parezca natural lo doloroso que es amar así. Que no quiero que nadie dependa absolutamente de mí, porque apenas me puedo cuidar yo misma. Me aterrorizaba y me aterroriza tomar una decisión de la cual no me puedo zafar nunca, ni con el mejor abogado del mundo. Que soy torpe y despistada, impulsiva y poco tolerante y puedo cometer errores que le traumaticen la vida a alguien. Que renuncio a la responsabilidad de ponerle un nombre a un ser, que tal vez lo deteste la vida entera. Me da terror sentirme amarrada, por eso me casé con el ser más libre del mundo, para que los nudos fueran otros. Busco cualquier excusa, contra ese poder creador que tengo en algún lugar detrás del ombligo; que tengo muchas metas, que quiero viajar a muchos sitios, que este país es un lugar terrible para criar un niño, que no tenemos las condiciones económicas necesarias, que el mundo está sobre poblado, que tantos niños sin hogar, que no quiero que algo me vuelva capaz de soportar cualquier cosa con el pretexto de un hogar estable, que tengo que terminar de estudiar, maestrías, juris doctors, doctorados, lo que aparezca para entonces pensarlo, que mi pareja es mayor que yo, que cuando sea el momento ideal ya no tendremos las energías, o la ingenuidad o el útero en las condiciones adecuados o el conteo de esperma óptimo. Que por qué siempre hay un próximo paso obligatorio, una próxima pregunta, y cuándo te gradúas, y cuándo empiezas a estudiar y cuándo terminas, y cuándo empiezas maestría, y cuándo te comprometes y cuándo te casas y cuando tienen bebés y cuándo van a tener otro y cuándo van a buscar la nena, y cuándo vienen los nietos. Y tal vez es un divague del periodo porque siempre hay una bendita hormona que culpar, pero a veces me derrumbo y odio que la gente me pregunte que quién me va a cuidar cuando sea vieja, porque hay tantos viejos en asilos con docenas de hijos y cientos de nietos y nadie los visita ni les lleva donas, así que no es un incentivo suficiente.
Tengo un niño, que no es mío, que lo amo tanto que se me alfileretea la tráquea, que cuando lo hago llorar quiero matarme, que desearía que la madre se consiguiera un hombre millonario que la hiciera feliz y se la llevara lejos y me dejara al niño a mí, para majarle viandas, para pasarle hilo dental, para cortarle las uñitas, para ponerle crema en su piel que huele a pan sobao, para sobarle la frente hasta que se duerma, aunque nunca me vaya a decir mamá, aunque crezca y se olvide de mí, aunque no me invite a su boda, aunque nunca vaya a tener nietos. Y me aterra pensar, que ese lazo depende de tanta gente menos de nosotros, y que si el papá me deja de querer un día, no voy a poder volverlo a ver. Y su memoria todavía es muy chiquita y su potestad aún menor. Y la gente me dice deja que tengas los tuyos y a mí no me importa, porque ese bebé es mi maestro, y puedo tener mi propia docena de niños, pero a ese niño no lo amo porque lo tenga que amar, no lo amo porque me creció dentro, ni siquiera lo amo por ser una maquetita o una extensión del hombre que amo, lo amo porque no puedo evitarlo, porque él me enseñó la ternura, porque cuando ya no creía en la bondad, la encontré en sus carcajadas, porque cuando me dice bella, yo sé que me ve por todos lados y lo siente así. Ese niño es tan mío, que siento punzadas en el corazón y cuando me despierto está llorando, es tan mío que cuando tiene tos por las noches le pido a Dios que me la dé a mí y se la quite a él, es tan mío que me vuelvo una fiera y no me reconozco cuando alguien lo lastima, aunque sea otro chiquillo de cuatro años. Es tan mío que odio por primera vez, odio a su madre porque es su mamá, y eso nada lo va a cambiar, porque quisiera que lo amara más o que al menos lo amara mejor, pero yo no soy nadie para medirlo, no tengo voz ni voto. Yo no quisiera amar así, muchas veces no quisiera ni tan siquiera amar a su padre como lo amo, porque me parece que va contra mi naturaleza viajera, egoísta y caprichosa, porque detesto perder el control, me aterra depender y me parece como si el amor me hubiese licuado la piel y cualquier cosita me podría llegar a las venas a la menor provocación. Quisiera ser una madrastra cordial, poder tocarle la cabecita, darle una palmadita o decir como dice mi ex sicóloga: repítelo no es tu responsabilidad, no es tuyo. Como si yo no lo supiera, como si no me amarra la lengua a las amígdalas cuando no puedo intervenir en las decisiones que lo envuelven. Me casé con un papá y pensé que eso me salvaba un poco, yo no quería ser mamá, así que no le estaba negando a él la paternidad, y listo: todos contentos.
De repente se me atrasa el periodo un día y ya siento náuseas, y me compro una prueba de embarazo, demasiado prematuramente, y me muero de la vergüenza al pedirla, y me sonrojo al pagarla, y guardo la caja en la cartera y me encuentro petrificada con un plástico meado en una mano y un reloj, a punto de un ataque de pánico, mirando la rayita de prueba y no aparece ninguna otra y siento un alivio inmenso. Y repaso que me faltan tantas cosas: carrera, estabilidad, sueños por cumplir, lugares por visitar, escapes lujuriosos, fotos de desnudos míos cuando todavía mi cuerpo merece ser retratado, todo el alcohol que he bebido en estos días, que no tomo los 450 mg de ácido fólico que debería. Decido celebrar, hacer ejercicios, tatuarme de una buena vez, hacer el amor en más lugares de la casa, usar dinero del préstamo estudiantil para viajar, vivir como recién casada, que la vida ha sido dura y bondadosa conmigo, yo sabía que era negativo, tomo pastillas, si hubiese sido positivo, sería o muy mala suerte o un gran milagro.
Así que la vida continúa, como si ese instante no hubiese ocurrido, simplemente tuve un desvarío, probablemente hormonal. Varios días después se me llena el inodoro de garabatos y espirales escarlatas y siento deseos de llorar. Y me siento más sola que la una. Y mi existencia me parece leve, y me avergüenza decírselo a alguien. Y ese día, yo sintiéndome inexplicablemente miserable, él llega tarde y le confieso que me hice una prueba de embarazo y él pregunta qué tal, con ese temple envidiable y yo le digo que no. Que salió negativo, que gracias a Dios. Se lo digo por herirlo porque cuando estoy adolorida me afeo por dentro. El me abraza por la espalda, y me acerca todo su cuerpo caliente, desde la barbilla en mi hombro hasta el tobillo sobre mi tobillo y me susurra, ¿por qué gracias a Dios? Y me besa la nuca con ternura y yo suspiro y me siento culpable, y me permito una lágrima porque está oscuro, y pienso que hubiese sido lindo y que Iván viene mañana. Y recuerdo que la primera frase que subrayé y anoté al final de un libro fue la nitidez perversa de la nostalgia. Me la memoricé como si fuera un mantra y de vez en cuando me la repito, porque el Gabo no será Dalai Lama, pero tiene su sabiduría.

jueves, 12 de junio de 2008

Sin Fecha de Expiración: dos años después

Llevo esperando este día, bueno, desde que me lo pediste. Porque la realidad es que no soñaba con casarme, aunque desde la primera vez que salí contigo entré a mi casa diciéndome que en caso de que se me ocurriera casarme alguna vez, parecía una idea genial que fuera contigo. Nosotros nos saltamos todos los protocolos menos éste. Fuimos novios desde la primera vez, empezamos a bailar y no hemos dejado de hacerlo hasta ahora. Te me metiste curiosamente por las venas desde la primera instancia en que dijiste tu nombre. Hay que darme el crédito de que tu voz es algo difícil de eludir. Algo me pasaba contigo sin que tú supieras y sin que yo me detuviera a descifrarlo. Y me sigue pasando. Va mucho más allá de mi inteligencia, de mis escritos fallidos, de toda lógica posible y de todo lo que me he podido leer en la vida. Y por eso me casé contigo hombre, para ver si se me cura. Porque yo me sano y me torturo escribiendo y después de aquella fiesta milagrosa donde me encontraste, te he escrito tantas cartas de amor que me he vuelto la escritora más monótona del mundo. ¿Qué les puedo decir? Me fui de tiendas sin pensar comprar nada y encontré el vestido perfecto para mí, no era que lo necesitara para alguna ocasión en particular, era que nunca me había sentido tan cómoda, tan linda y tuve y tengo la certeza de que no hay forma, no existe un vestido que me guste más en ninguna parte del mundo y me iba a arrepentir toda la vida si no lo compraba en ese instante, no importa lo que me costara.

Gracias por esperarme todo este tiempo, por hacerme mis maletas y dejarme comerme el mundo sin ti, por esa distancia que aumentó mi producción literaria tan significativamente, por ser tan honesto, por disfrutarte mis locuras, por sacarme a bailar, por leerme con tanta devoción y por elegirme con tanta convicción.

Joel amarte me hace sublime, me enseña todas las noches, me cuela fe por las mañanas, me alimenta mis sueños, amarte me hace feliz constante y continuamente, por eso no quiero ni puedo dejar de amarte nunca. Gracias por dejarte conquistar, prometo seguir haciéndolo todos los días.