jueves, 23 de octubre de 2008

La boda de ella . . .



La última vez que la ví, fue el día de mi boda. La única cerveza que me dejaron tomarme directito de la botella fue con ella, viajó desde Buenos Aires para eso. Fue mi flower girl de emergencia: qué guachada!,me dijo cuando se lo pedí; me muero muerta Edmaris!!! Mi nombre no suena nunca como suena en la boca de Elena. El día antes, cuando me medía el traje,( sí; menos de 24 horas antes de la ceremonia) además de mi madre sólo dejé que ella me viera. Tenía la certeza de que me diría justo lo que necesitaba escuchar: estás diosa! Y yo como siempre incrédula seguía pregunta, que pregunta.Pero me estás cargando, estás divina.

La conocí en Salamanca, no vivía conmigo pero a veces parecía que sí, mi mamá me preguntaba si yo estaba en España o en Argentina porque se me pegaban las palabras, el acento, la alegría. Recuerdo que se volvía loca cuando una de sus hermanas le escribía, nos leía los mensajes y preguntaba, acaso no es un amorrrr??? Es que es la más linda, mirála… y en la pantalla del ordenador, la misma cara de ella, claro que era la más linda del mundo, era su hermana gemela. Su melli, como ella le llama. Me acuerdo como si fuera hoy un mensaje que decía algo así como: No ha salido el sol en Buenos Aires, pero es que el sol se fue contigo Nitus. Asi le dicen nitus, y me preguntaba por qué se llevaban así, cómo era posible que dos hermanas para colmo de males gemelas se escribieran con tanto amor y se extrañaran tan apasionadamente. Y debo confesar que en el principio lo diagnostiqué como un síntoma de la distancia. Pero yo viví con ella y todavía, más de tres años después a veces yo misma siento que el sol se mueve tras de ella. 

 Ele resplandece, no miento, por encima de sus guachadas, quilombos, remeras, polleras, ojotas, camperas y miles de otras palabras que extraño tanto, amaba escucharla decir oye gordis, o llamarle flaco a todo el mundo. Elena no le temía a preguntar a cualquier desconocido cuando estábamos perdidas y por eso siempre sentíamos que sabíamos a donde nos dirigíamos si la estábamos siguiendo a ella. Era la reina de los especiales y si veía un abrigo en piel en rebaja de 500 euros rebajado a 200 llamaba al padre y le decía con la naturalidad del mundo: Papá adivina qué, te acabo de ahorrar 300 euros. Cómo que en qué me he gastado todo eso papá, pues en viviiiiirr, claro en vivir apoco no fue para eso que vine.

Elena nos regañaba como si fuera la tía de todas: Pero ojo, que eso está remal hecho, no te podés poner eso, si te veo todas las lolas boluda, te pensás poner eso con un corpiño nomás? Y nosotras muertas de la risa, ella entraba por la puerta y yo exhibicionista al fin andaba siempre en panties por toda la casa, no hacía más que llegar me daba una nalgada  y me decía: en bombachas! No entendía por qué andábamos siempre en jeans, hasta en pleno verano. Se pintaba los labios para salir a bailar, siempre rojos y cuando algún españolito se tiraba la maroma de decirnos: queréis follar, Ele los ponía nuevos. Si algún viejo verde le miraba el busto a ella o a alguna de las demás con el típico: qué es eso? Ella les respondía: Lolas! Qué acaso no te amamantaron, pobre!!! Elena creía en el amor y por eso detestaba los hombres poco caballerosos, se gozaba las cartas de amor que nos mandaban a nosotras y nos decía que teníamos suerte, porque cuando a ella le gustaba alguien, el flaco no le daba bolas y viceversa. Elena comía zanahoria, muchas zanahorias cuando se iba a broncear, nunca entendimos por qué. Si no fuera por ella yo no habría ido a París, no me quedaba casi dinero y los alojamientos eran carísimos. Rápido nos dijo: pero boluda, no podés vivir en Europa y no ir a París, París es lo más. Le explicamos nuestra situación económica precaria y como siempre no habíamos terminado y ya nos tenía solución: se quedan con Lucre, mi hermana, ella vive en París. Y yo le digo Elena tú estás loca (porque nosotros ponemos el tú frente a los verbos) yo no conozco a tu hermana, se supone que yo llegue allá y le diga: mucho gusto Lucre, yo soy Edmaris, amiga de Elena y me voy a quedar aquí por casi dos semanas. Elena mirándome con cara de incrédula: sí, cuál es el problema? Le explicamos que no se podía, que qué vergüenza, etc., etc., etc. Ele agarró el móvil: mamá que honda? Sí, mirá, que tengo que volver a París, sí, sí, ya sé que fui hace un par de semanas, pero entendé, mis amigas las boricuas (se moría de la risa cuando decía esa palabra) nunca han ido a París. Ya, ya les dije, pero no se atreven, así que tengo que ir, ajá, acordáte que es mi cumple, bueno, bueno.listo. ya está: nos vamos a París .

En un segundo Elena me llevó a París, me llevó a Valencia, a Málaga, a Sevilla, a Cádiz. Ella era la tour guide por excelencia, cuando nos despertábamos ella ya había desayunado y hasta a Misa había ido. Luego nos sorprendía cuando nos enseñaba las fotos, tenía fotos de todo, rótulos, plantas, piso, bares, gente, perros, mariposas, y hasta de nosotras mismas sin saberlo.

Un día de verano estábamos todas en la Plaza Mayor, hacía mucho calor después de un invierno largo e inusualmente frío según me enteré después. Todas con nuestros helados y de la nada sale Elena: Chicas; Estoy Chocha! Todas nos quedamos mudas, mirándonos las unas a las otras. A mí por lo regular me tocaba traducir, Ele: no sé lo que estás diciendo, pero cuando vayas a Puerto Rico, por favor no lo digas frente a mi abuela.

Elena es mi propia Mafalda de carne y hueso. Con ella tuve un picnic en París, en el puente al lado del Louvre, con más de una docena de argentinos y comimos chocotorta, una cosa que nunca he podido superar, chocolate y dulce de leche, no hace falta decir más. Con ella probamos el verdadero dulce de leche, y los pecaminosos alfajores.

Hace un par de semanas fui al correo a buscar un paquete o algo que aparentemente no cupo en el palomar, no, no tengo la dicha de un buzón. Y cuál fue mi sorpresa cuando veo que es de Buenos Aires, una invitación de boda y por alguna extraña razón no puedo dejar de llorar. Fue el día que venía el huracán Omar, llevé a mi perra al veterinario y fui al correo, los preparativos naturales de un huracán.

Elena se me casa y me lleno de felicidad por ella. Pero no puedo estar allí, no puedo decirle me muero muerta, estoy chocha, que linda que eres, estás diosa y nunca he visto una novia más linda que tú, no existe. No puedo prometerle como ella lo hizo conmigo que si alguien se atreve a venir de blanco la saco a patadas. No puedo abrazar al novio y sentir el alivio de que me da buena vibra. No puedo decirle a ella cara a cara que la boda pasa en un segundo, que trate de recordar cómo huele, una que otra canción, que no guarde un pedazo de bizcocho, no sé si los argentinos hacen eso, pero que no lo haga de todas formas, que es un asco comerse un bizcocho un año después. Y  quisiera, sacar a Julito a un lado, no importa lo bueno que sea y amenazarlo, como hacemos los puertorriqueños cuando queremos a alguien. Amenazar a la pareja  y decirle que si me la lastima, voy a sacar todos los ahorros que no tengo para ir a golpearlo. Decirle que es el hombre más afortunado del mundo porque se casa con el sol. Pedirle que por favor siempre le regale flores, que le toque el pelo hasta que se duerma, que la despierte a besos, porque Elenita cree en el amor. Siempre ha creído en él antes de sentirlo, antes de conocerlo y sólo la gente noble sabe hacer eso. Que le aseguro que Elena lo va a hacer reir como nadie, porque se pasa el día cantando, porque ama el cine y se memoriza escenas y música de fondo. Que con Ele puede ir a cualquier lugar en el mundo porque ella es una brújula. Yo soy una bruja y siempre he creído que merezco ser feliz, pero Ele cree en la gente. Sé que Ele se pintará la boca de rojo para salir a pasear, le tomará miles de fotos a él, a los letreros de las calles, a todo lo que le llame la atención. Que la perdone los días que esté de mal humor que son un porciento minúsculo, que casi todo puede ser justificado intestinal u hormonalmente. Que le complazca sus caprichos y que nunca nunca la deje de mirar con ternura. Que le construya un laboratorio de revelado porque ella es de esos seres que ven las estaciones, los cambios de luz en el cielo y que si alguna vez por alguna razón totalmente fuera de su control ella está triste, que le cante la canción que ella me prestó: I can’t take my eyes off you, I can’t take my eyes off you, I can’t take my eyes…

Elena es fácil desearte que seas feliz, porque la felicidad por clichoso que parezca, la llevas a dondequiera que vas.  

jueves, 9 de octubre de 2008

BARRUNTO



Un día entré a una boutique, porque ya había agotado todos mis recursos y porque tenían una pancarta gigante enfrente llena de porcientos. Como siempre me pasa las vendedoras tratan de convencerme de que la talla que estoy buscando no es mi talla, “mides cómo qué; 5’5” y pesas como 120 lb, es imposible que ese sea tu size”. Mido cinco pies con una pulgada y media que no cuenta para nada y las otras cuatro pulgadas me las suplo con tacones sin importar para donde voy o el sufrimiento  que pueda causarle a mis pies, la belleza duele, eso dicen. Las libras por lo tanto estan más o menos acertadas dependiendo el momento preciso del mes. Luego tengo que explicarles que mi cuerpo engaña y que soy pequeñita arriba e inversamente proporcional abajo y prefiero que quepa la parte inferior de mi cuerpo y luego cortar la tela que sobre. Una señora mayor, cubana, me rescató de las pirañas y me dijo: “tú lo que necesitas es un traje línea A”, y me sacó un traje que no me gustó para nada, fuscia, con pinceladas doradas, yo soy plateada, blanco y negro. Pero accedí en agradecimiento por el rescate y me medí el traje que resultó quedarme (modestia ausente) espectacular. La señora me explicó que ese era el corte perfecto para la estructura  de mi cuerpo, cosa que nadie tuvo la bondad de informarme antes, en los miles de calvarios similares. Y de momento suspira y me dice: “por tu vida mi santa, pero qué trapecio tan hermoso tú tienes”. Yo sonrío y le doy las gracias de rigor. “Tú no sabes lo que la mayoría de mis clientas darían por un trapecio así algunas hasta se lo maquillan.” Y yo me río con la risa nerviosa esa que me sale cuando no sé qué decir, la señora se retira y le pregunto a mi madre, qué carajo es un trapecio? Y me señala toda la parte entre  mi cuello y mi pecho. Y justo ahí, esa zona donde yo sólo reconocía la clavícula se convirtió en mi trapecio.

Mi clavícula es la única parte del cuerpo que me he fracturado en mi vida. Sí, así de atlética soy. Cuando tenía 3 ó 4 añitos mi papá estaba cocinando y yo estaba sentada encima del mostrador de la cocina, mi mamá sujetándome y papi le dice a mami que mire o pruebe algo, mami se acerca a él y yo me inclino para ver también y me fui de boca y me fracturé la clavícula. La curiosidad es un deporte peligroso. Cuando me río mucho, de esas carcajadas prolongadas que te sacan las lágrimas y después te hacen sentir aliviado como después de un estornudo o de otras cosas, a mí me provoca un dolor agudo en la clavícula, en un lado en partícular.  Tengo la clavícula de una persona muchísimo más flaca que yo, huesuda, tal vez por eso fue fácil de romper.

Hay un poemario que se llama barrunto y el sonido de esa palabra me enamoró sin saber lo que significaba, cosa que me suele pasar.  Oficialmente barrunto viene de barruntar, presentir, pero en Puerto Rico le llaman barrunto a un malestar en los huesos o en las coyunturas cuando va a llover, lo dicen las abuelas, que las heridas viejas se resienten ante el presentimiento de lluvia. Cuando me río mucho, me duele la clavícula y luego me duele tanto que me dan ganas de llorar, barrunto de la peor calaña, la parte más bonita de mi cuerpo se niega a olvidar que algún día se rompió.  Ni siquiera recuerdo la caída y aunque alguna gente diga que es imposible yo tengo memoria desde mis dos.  Mi madre nos decía cuando a mi hermano y a mí nos daba pavera: ríanse mucho, ríanse que después van a llorar, de seguro se lo decía mi abuela a ella y a mi abuela mi bisabuela y así consecutivamente la maldición de generación en generación.  Cuando me siento feliz, soberanamente feliz, a la misma vez siento miedo, siento pavor, porque sé que ahí está la verdadera teoría de la relatividad. Después de la tempestad viene la calma dicen, y yo digo: después de la calma qué viene: quisiera decir otra cosa pero mi experiencia vital me dice que viene una tempestad mucho peor. Y muchas veces la tempestad no es realmente peor, pero uno va acumulando tempestades, fracturas, barruntos y lo que la primera vez se enfrentó con toda la valentía del mundo, uno lo enfrenta herido, con menos municiones, con la embarcación remendada, con miedo por la vividez del recuerdo. Mi madre dice que la primera vez que se fue de parto, si se le puede llamar así cuando el doctor te ordena que vayas al hospital a parir no sintió miedo, pero la segunda vez, tan pronto pisó el hospital se aterrorizó porque lo recordó todo, el primer parto completo, vividamente, esas imágenes que nunca volvió a ver en todos esos años se le avalanzaron de golpe. Mi colombiano favorito lo dice mejor: la nitidez perversa de la nostalgia.

Nos pasa con muchas cosas, se me cierra el estómago si entro al restaurante donde alguna vez fui muy feliz. Y poco a poco uno termina siendo herido con demasiada facilidad, hasta cuando menos se lo espera, cuando uno ya se ha dado de alta emocional. Prendo la radio y sale Franco De Vita y dice: “ y por qué dejamos que esto se fuera tan lejos, que se nos escapara de las manos…” y no puedo dejar de llorar y soy una persona feliz, relativamente feliz.  Pero hace mucho tiempo alguien me dejó de querer o tal vez nunca me quiso y aunque estoy sanada, cuando escucho esa frase algo dentro se vuelve a romper. Es el presentimiento de lluvia, yo me trepo con facilidad en cualquier mostrador y no pienso en caerme. Pero amo mucho y entrego mucho y a veces el barrunto me come viva.  Porque mi espíritu es una carretera boricua, llena de hoyos que rellenan con un poco de brea, y al primer diluvio, la abertura original se convierte en un cráter.

Hay un tipo de llanto, que es tan fuerte que se pone el cielo blanco, que se nubla la vista, que parece que cambian las dimensiones de la habitación y que el aire no puede llegar a donde debería. Clínicamente, humanamente, el dolor emocional es tan abrumador que el cuerpo intenta apagarlo, como sea, el cuerpo no es bruto dice mi costurera, a veces uno sí lo es. Como los knock outs  en el boxeo, el cerebro da vueltas dentro del cráneo y llega el momento donde el cuerpo no aguanta más y se derrumba. En mi isla llueve y el tráfico se convierte en un funeral gigante. Tengo un amigo que dice que es como si lloviera pega y los automóviles dejan de moverse. En un país donde las casas tienen más carros que gente, llueve y nos detenemos. Todo se inunda, la electricidad colapsa, los carros se hunden, las alcantarillas se revientan y algunos lloramos en los carros. Porque a veces no hay tiempo, porque no sabemos dónde duele y abrimos los ojos por las mañanas lentamente con miedo a levantarnos y que ese dolorcito todavía esté ahí, o lo que es peor que nunca se haya ido en realidad. Porque eso es lo mágico de las rupturas; no todas se curan con el tiempo, a veces una cicatriz en la piel ya añeja al exponerse a altas temperaturas reaparece como si estuviese acabadita de hacer. Cuando pasa mucho tiempo y no me duele la clavícula, me da tristeza porque pienso que tal vez ya no me río como antes.

A veces miro a mi abuela que no sabe si llueve o escampa. Y me pregunto si mi primer amor tenía razón, si tal vez mi abuela tenía tantas memorias tristes que decidió olvidar, si tal vez ese olvido que es tan terrible para nosotros para ella es la única cura posible a su barrunto.

Ayer cayó un diluvio y me pregunté si mientras llovía a alguien le dolía un hueso y pensaba en mí.