jueves, 26 de junio de 2008
recul "E" ando
En estos días me paso persiguiéndome la cola
como perro que se descubre
como gongolí que se protege
como yo buscando excusas
planificándome una huida
un escapismo derrotado
con calculadora en mano
y una tarjeta simbólica
intento recuperar esa oruga que hay en mí
para revertir la transformación
para desmetamorfizarme
pero las alas no tiene devolución
y pesan cuando no están en uso
todo lo importante está en las letras pequeñitas
y yo quiero andar con lupa en mano
porque odio decirme te lo dije
y me lo digo tan a menudo
mudo el pelo y soy lampiña
y mi isla no coopera con la causa
y mi casa está regada porque existo
sólo tengo una versión; caótica
me reformo por temporadas
y vuelvo siempre a mi cauce
soy el mismo gusano alado
un poquito más colorido
con esta piel fuera de temporada
soy un coquí con fobia a la humedad
este cuerpo es un buen par de zapatos
con la incomodidad casi implícita
me persiguen las plagas en dosis cotidianas
arañas en el carro
abejas en el hocico
sapos en la pileta
mi perra juega con alacranes
los dueños se parecen a sus animales.
viernes, 20 de junio de 2008
Nostalgia en el Vientre

Nunca he querido ser mamá, al menos llevo tanto tiempo repitiéndolo que a veces no sé si es verdad o es como cuando uno dice que no le gusta cierto alimento, yo no como zetas, yo no como zetas y un día las prueba y sí te gustan pero tal vez a los 10 años no te gustaban y nunca te detuviste a probarlas, dándoles el beneficio de la duda de que quizás probaste unas zetas enlatadas o mejor aún que el paladar se te ha refinado y era un gusto adquirido y de repente sí te gustan. Ser madre nunca ha sido mi sueño, ni mi propósito vital, quizás está en algún lugar de mi lista, al menos no en las primeras cinco páginas. Por mucho tiempo pensé que sencillamente no estaba capacitada. Recuerdo que estaba en una clase de italiano conversacional con una amiga, de la cual no sé hace casi un año y a quien recuerdo con un poco de rabia y muchísima nostalgia, y nos preguntaron cuántos hijos queríamos tener y ella respondió: Nessuno. Un imbécil de la clase empezó a decirle que cuáles eran sus razones, no perder la figura, poder viajar, y otro mar de sandeces y motivos superficiales, y ella le contestó, en español, idioma prohibido en aquel salón de clases: tengo endometriosis desde los once años, desde los quince me dijeron que era muy poco probable que yo pudiera reproducirme, me he hecho a la idea de que no voy a tener hijos, prefiero pensar que no quiero tenerlos a quererlos y no poder tenerlos de todos modos. Desde ese día se me sembró una duda en el vientre. Una duda que ha podido más que mis teorías de que siempre hay que escoger, que aquello de que se puede tener todo en la vida es otra mentira maquiavélica, otro cuento de hadas. Sobre todo para nosotras, todavía, hay que ser amante o madre, profesional o esposa, maternal o sensual, y creo que estoy envejeciendo prematuramente, porque me da nostalgia pensar hasta que creí en todas esas cosas con tanta pasión, más pasión que convicción, característico en mí. Y esa duda de qué tal vez yo tengo un don, que mi amiga daría lo que no tiene por tenerlo: un cuerpo apto. Y a pesar de que me repito mis seudo razones para rechazar la posibilidad de la maternidad: que puede destruir mi matrimonio, que no quiero ser una madre con pelo corto y conjuntos de estampados de flores, que no quiero sacarme un seno en público como si fuese un biberón y olvidar que alguna vez ese seno fue una zona erógena, que me rehúso a que mi único tema de conversación por meses sea la lactancia, o peor aún lactar a un niño hasta que entre a preescolar. Que no quiero conversar exclusivamente sobre tal o cual mueca nueva, que no puedo olvidar como era ser yo antes de ser mamá, que me aterra amar así tan desmedidamente que llegue el momento que me parezca natural lo doloroso que es amar así. Que no quiero que nadie dependa absolutamente de mí, porque apenas me puedo cuidar yo misma. Me aterrorizaba y me aterroriza tomar una decisión de la cual no me puedo zafar nunca, ni con el mejor abogado del mundo. Que soy torpe y despistada, impulsiva y poco tolerante y puedo cometer errores que le traumaticen la vida a alguien. Que renuncio a la responsabilidad de ponerle un nombre a un ser, que tal vez lo deteste la vida entera. Me da terror sentirme amarrada, por eso me casé con el ser más libre del mundo, para que los nudos fueran otros. Busco cualquier excusa, contra ese poder creador que tengo en algún lugar detrás del ombligo; que tengo muchas metas, que quiero viajar a muchos sitios, que este país es un lugar terrible para criar un niño, que no tenemos las condiciones económicas necesarias, que el mundo está sobre poblado, que tantos niños sin hogar, que no quiero que algo me vuelva capaz de soportar cualquier cosa con el pretexto de un hogar estable, que tengo que terminar de estudiar, maestrías, juris doctors, doctorados, lo que aparezca para entonces pensarlo, que mi pareja es mayor que yo, que cuando sea el momento ideal ya no tendremos las energías, o la ingenuidad o el útero en las condiciones adecuados o el conteo de esperma óptimo. Que por qué siempre hay un próximo paso obligatorio, una próxima pregunta, y cuándo te gradúas, y cuándo empiezas a estudiar y cuándo terminas, y cuándo empiezas maestría, y cuándo te comprometes y cuándo te casas y cuando tienen bebés y cuándo van a tener otro y cuándo van a buscar la nena, y cuándo vienen los nietos. Y tal vez es un divague del periodo porque siempre hay una bendita hormona que culpar, pero a veces me derrumbo y odio que la gente me pregunte que quién me va a cuidar cuando sea vieja, porque hay tantos viejos en asilos con docenas de hijos y cientos de nietos y nadie los visita ni les lleva donas, así que no es un incentivo suficiente.
Tengo un niño, que no es mío, que lo amo tanto que se me alfileretea la tráquea, que cuando lo hago llorar quiero matarme, que desearía que la madre se consiguiera un hombre millonario que la hiciera feliz y se la llevara lejos y me dejara al niño a mí, para majarle viandas, para pasarle hilo dental, para cortarle las uñitas, para ponerle crema en su piel que huele a pan sobao, para sobarle la frente hasta que se duerma, aunque nunca me vaya a decir mamá, aunque crezca y se olvide de mí, aunque no me invite a su boda, aunque nunca vaya a tener nietos. Y me aterra pensar, que ese lazo depende de tanta gente menos de nosotros, y que si el papá me deja de querer un día, no voy a poder volverlo a ver. Y su memoria todavía es muy chiquita y su potestad aún menor. Y la gente me dice deja que tengas los tuyos y a mí no me importa, porque ese bebé es mi maestro, y puedo tener mi propia docena de niños, pero a ese niño no lo amo porque lo tenga que amar, no lo amo porque me creció dentro, ni siquiera lo amo por ser una maquetita o una extensión del hombre que amo, lo amo porque no puedo evitarlo, porque él me enseñó la ternura, porque cuando ya no creía en la bondad, la encontré en sus carcajadas, porque cuando me dice bella, yo sé que me ve por todos lados y lo siente así. Ese niño es tan mío, que siento punzadas en el corazón y cuando me despierto está llorando, es tan mío que cuando tiene tos por las noches le pido a Dios que me la dé a mí y se la quite a él, es tan mío que me vuelvo una fiera y no me reconozco cuando alguien lo lastima, aunque sea otro chiquillo de cuatro años. Es tan mío que odio por primera vez, odio a su madre porque es su mamá, y eso nada lo va a cambiar, porque quisiera que lo amara más o que al menos lo amara mejor, pero yo no soy nadie para medirlo, no tengo voz ni voto. Yo no quisiera amar así, muchas veces no quisiera ni tan siquiera amar a su padre como lo amo, porque me parece que va contra mi naturaleza viajera, egoísta y caprichosa, porque detesto perder el control, me aterra depender y me parece como si el amor me hubiese licuado la piel y cualquier cosita me podría llegar a las venas a la menor provocación. Quisiera ser una madrastra cordial, poder tocarle la cabecita, darle una palmadita o decir como dice mi ex sicóloga: repítelo no es tu responsabilidad, no es tuyo. Como si yo no lo supiera, como si no me amarra la lengua a las amígdalas cuando no puedo intervenir en las decisiones que lo envuelven. Me casé con un papá y pensé que eso me salvaba un poco, yo no quería ser mamá, así que no le estaba negando a él la paternidad, y listo: todos contentos.
De repente se me atrasa el periodo un día y ya siento náuseas, y me compro una prueba de embarazo, demasiado prematuramente, y me muero de la vergüenza al pedirla, y me sonrojo al pagarla, y guardo la caja en la cartera y me encuentro petrificada con un plástico meado en una mano y un reloj, a punto de un ataque de pánico, mirando la rayita de prueba y no aparece ninguna otra y siento un alivio inmenso. Y repaso que me faltan tantas cosas: carrera, estabilidad, sueños por cumplir, lugares por visitar, escapes lujuriosos, fotos de desnudos míos cuando todavía mi cuerpo merece ser retratado, todo el alcohol que he bebido en estos días, que no tomo los 450 mg de ácido fólico que debería. Decido celebrar, hacer ejercicios, tatuarme de una buena vez, hacer el amor en más lugares de la casa, usar dinero del préstamo estudiantil para viajar, vivir como recién casada, que la vida ha sido dura y bondadosa conmigo, yo sabía que era negativo, tomo pastillas, si hubiese sido positivo, sería o muy mala suerte o un gran milagro.
Así que la vida continúa, como si ese instante no hubiese ocurrido, simplemente tuve un desvarío, probablemente hormonal. Varios días después se me llena el inodoro de garabatos y espirales escarlatas y siento deseos de llorar. Y me siento más sola que la una. Y mi existencia me parece leve, y me avergüenza decírselo a alguien. Y ese día, yo sintiéndome inexplicablemente miserable, él llega tarde y le confieso que me hice una prueba de embarazo y él pregunta qué tal, con ese temple envidiable y yo le digo que no. Que salió negativo, que gracias a Dios. Se lo digo por herirlo porque cuando estoy adolorida me afeo por dentro. El me abraza por la espalda, y me acerca todo su cuerpo caliente, desde la barbilla en mi hombro hasta el tobillo sobre mi tobillo y me susurra, ¿por qué gracias a Dios? Y me besa la nuca con ternura y yo suspiro y me siento culpable, y me permito una lágrima porque está oscuro, y pienso que hubiese sido lindo y que Iván viene mañana. Y recuerdo que la primera frase que subrayé y anoté al final de un libro fue la nitidez perversa de la nostalgia. Me la memoricé como si fuera un mantra y de vez en cuando me la repito, porque el Gabo no será Dalai Lama, pero tiene su sabiduría.
jueves, 12 de junio de 2008
Sin Fecha de Expiración: dos años después

Gracias por esperarme todo este tiempo, por hacerme mis maletas y dejarme comerme el mundo sin ti, por esa distancia que aumentó mi producción literaria tan significativamente, por ser tan honesto, por disfrutarte mis locuras, por sacarme a bailar, por leerme con tanta devoción y por elegirme con tanta convicción.
Joel amarte me hace sublime, me enseña todas las noches, me cuela fe por las mañanas, me alimenta mis sueños, amarte me hace feliz constante y continuamente, por eso no quiero ni puedo dejar de amarte nunca. Gracias por dejarte conquistar, prometo seguir haciéndolo todos los días.
jueves, 5 de junio de 2008
Si FuErA . . .
Suscribirse a:
Entradas (Atom)