No quiero que se acabe. No quiero que se acabe. No quiero que se acabe. Como las montañas rusas que nunca me bastan. Aunque odie ciertas curvas, aunque se me salgan las lágrimas por la velocidad, se me cierre el estómago, grite como una demente, se me dibujen nuevas líneas de expresión por mis muecas de histeria, aunque haga una fila de dos horas y la emoción me dure minuto y medio, aunque termine con nudos nuevos y estrenando espasmos. No quiero que se acabe. Porque siempre he pensado que la cosquilla, esa fracción de segundo de un placer casi doloroso, la quiero enfrascar, retenerla al precio que sea, cuésteme lo que me cueste.
No, no encontré el amor este año, no publiqué mi primer libro, no me pegué en la Lotería, no viajé a Europa, no pude ver el concierto de Estopa, cosa que sufriré hasta que logre verlos en vivo, no perdí las 10 libras que me propuse, tuve las peores notas de mi vida, mi abuela no mejoró si no al contrario pareciera que lo hubiese olvidado ya todo, (un todo que me incluye, que me encierra, que me chupa y hasta a veces me traga mi propia memoria), administré mi dinero de la manera más pobre posible (nunca la palabra pobre ha sido tan bien usada, modestia aparte), mi crédito empeoró al nivel del desahucio, me caí físicamente en muchas ocasiones, renové mi contrato con el suelo infinitas veces y de las otras caídas ni les cuento, me sigo chupando el pulgar izquierdo con mayor insistencia y menos pudor y mi pelo está históricamente en las peores condiciones hasta el presente.
El otro día le dije a una amiga, sin pensarlo dos veces que este había sido de los mejores años que he tenido. Frunció el ceño, lo cual es totalmente entendible. Teniendo en cuenta que este año firmé mis papeles de divorcio el día de la candelaria, me divorcié el fin de semana de San Valentín y me vi en la mismísima prángana como 8 de los 12 meses. Me las vi feas, feas. Pero mis conceptos de lo que es mejor, de lo que es deseable, de lo que es sexy, de lo que es mucho, lo que es poco, lo que es normal, lo que es hermoso y lo que no lo es, no necesariamente representa los conceptos de la mayoría ni siquiera entre mis amigas.
Me ha pasado desde siempre, en mi primer año de universidad tomaba clases con uno de los profesores más brillantes y mezquinos que he tenido en mi vida. Era escorpio, abogado criminalista y enseñaba humanidades por puro placer y sadismo. Preguntó a viva voz a las compañeras mujeres que si tuviesen que escoger entre Héctor y Aquiles en la Ilíada, que con quién se quedarían, si con Héctor, el caballero, el honorable hombre de palabra o con Aquiles, el violento, el impulsivo, el macharrán. Hicieron una típica votación manos arriba y todas, absolutamente todas subieron las manos en Héctor. Yo sólo me reí, como único sé reírme; como bruja. Y el profesor me miró y me dijo: “Trujillo Alto, ¿de qué usted se ríe? (se me olvidó mencionar que el profe nos conocía por pueblos y se negaba a aprenderse nuestros nombres y apellidos) Usted se ríe porque usted es la única mujer honesta en este salón. Usted es la única que se atreve a confesar que usted escogería al salvaje de Aquiles en vez de al caballero de Héctor, porque se aburriría, porque usted se conoce y usted sabe que le gusta que la zarandeen.”
El 2010, como mis amantes favoritos, me ha zarandeado. Empecé el año con una ilusión entre ceja y ceja. Cuando llegó el mes de marzo, ya se me había salido por los ojos a lágrima limpia. En el mismo medio del año la traje de vuelta para agujerearme la caja del pecho y en el último mes logré bajármela hasta las ingles. Porque en este año me he vuelto más caprichosa, menos decidida pero más precisa, más dispersa pero más concreta, más loca pero también más resuelta. He aprendido a neutralizar a las 17 mujeres que viven en estas sesentayuna pulgadas y media, he encontrado la plataforma perfecta para hablar sola con audiencia de 140 caracteres en 140 caracteres y he encontrado grandes amigos y mentes geniales en seres cuyos rostros ni siquiera he visto. Sí tengo una adicción a Twitter y por eso me tomo el atrevimiento de cruzar las barreras de las redes sociales, además de que ahora para mi sorpresa vivo de eso. Igual que el mayor golpe del año lo recibí por medio de un tuit. Me lo dijo Jay Fonseca en un tuit de menos de cien caracteres.
Y a veces voy a la playa y me siento sola en la orilla y le hablo a Julio. Porque como yo no estaba suficientemente loca ahora lo siento en el mar y tan pronto me meto al agua una ola me da un cantazo y me erizo completa y acto seguido le pido perdón porque no sé dejarlo ir y procedo a pelear con él y le cuestiono y le cantaleteo que por qué carajo tenía que seguir brincando, que por qué 300 saltos en el aire no le fueron suficientes, como si el exceso no fuera lo único que nos unía. Y me visitó en sueños de nuevo la noche de mi cumpleaños, me abrazaba y me abrazaba y yo en el sueño lloraba y él a carcajadas me decía: “¿Pero serás boba Edmaris? Si todo sigue igual”. Y rezo de rodillas, porque este año la vida me dio y me quitó al primer sacerdote que me erizaba la piel en dos horas de sermón y me dio suficientes razones para congregarme y hasta escucharlo de vez en cuando sentada en el piso, porque llego tarde hasta a lo que algunos le llaman encuentros con Dios. Yo iba a escuchar un hombre que me recordó que alguna vez tuve una fe, y me zarandeó el intelecto y el espíritu lo suficiente como para sentirme que me hacía falta algo más. Y todas las noches rezo y le pido a Dios que Julio me deje en paz y que me deje dejarlo ir en paz, pero con la cláusula condicional de que de vez en cuando venga a abrazarme en sueños porque me aterra olvidarme del sonido de su risa y de su voz.
Y estoy agradecida de lo que me ha dado la vida este año. Estoy agradecida de la gente espectacular que tengo o que han pasado por mi vida. Pues sí, aprendí cosas de un cura colombiano que apoyaba el divorcio, la convivencia, las uniones homosexuales y me enseñó que cualquier cosa que te haga ilusión es una bendición. (probablemente por eso lo mandaron a Colombia), aprendí a dar gracias todos los días por la gente que llegó , por la gente que se quedó y por la gente que se fue. Porque así funciona la vida, la energía, las corrientes de agua, las moléculas, y hasta esa cosa tramposa que le decimos amor. Y es menester dar gracias, gracias por tener mujeres que te aguantan la mano mientras un desconocido te agujea las costillas, mujeres que te rescatan de una mañana resacosa y te llevan a desayunar, te llevan a la playa y luego te ordenan una batida de papaya, mujeres que vuelan después de años por el mundo y parece como si se hubiesen visto esa misma mañana, mujeres que hacen feliz al ser que más amas en el mundo y cargan a tu sobrina nueve meses, en lo que se atreve a salir, mujeres de opiniones distintas, que te dicen que te tires por el precipicio si es lo que llevas deseando, que te dicen que te asomes pero que tengas cuidado, mujeres que se ofenden cuando tomas otra mala decisión o cuando tomas la misma decisión por tercera vez en el mismo año y tienes que callarte porque en el fondo sabes que tienen derecho porque les toca recoger tus pedazos cada vez que te destrozan.
Es compulsorio dar las gracias por hombres que te bañan con sus dos manos, hombres que te hacen reír hasta cuando no tienes ropa, hombres que jamás te verán desnuda y aún sabiéndolo te pagan el almuerzo, cenas y cervezas, hombres que pacientemente esperan para que el frío alguna noche sea suficiente, hombres que se mueren y vienen algunas noches en tus sueños a abrazarte, hombres que sabiendo menos y sin conocer tus dolores te protegen de golpes más pequeños, de torceduras de tobillo con las que podrías bailar salsa en tacos de alfiler. Hombres que perdonan que tu alma esté en otra parte, hombres que se dejan seducir no importa lo ebria que estés.
Este año ha estado lleno de palabras mal dichas pero bien recibidas, de darme cuenta que el orgullo no me sirve de nada, porque después que Julio desapareció de este plano le doy al cuerpo y al alma lo que me piden porque él estaba más que listo para irse sin saberlo y antes de que eso pasara yo lo dejaba todo siempre para mañana, si quiero decir “te quiero” lo digo, si quiero decir “te extraño” lo escribo, si mi cuerpo se encapricha lo comunico, si quiero amanecer contigo también te lo digo. Porque no perdono ni me perdonaré un solo “debí haberte dicho”, “debí haberte abrazado”, “debí haber dicho que sí”, “debí haberte contado”, ni uno más.
Voy a ser implacable con la posibilidad de futuros “lo que pudo ser”, voy a ser intolerante con la intolerancia, violenta con la inercia, egoísta con dificultad. Porque en esta vida he cedido demasiado, cedí demasiado y por eso amo este año, porque no cedí, no me cedí y fui intransigente con lo que soy, viví por primera vez en años estando viva, haciendo lo que me da la gana, cargando mis propias culpas, mis propios miedos, mis malos juicios, mis mejores maldades, mis más deliciosos placeres, los cargué yo sola. He aprendido a estar sola y todo lo que eso representa. He cambiado bombillas, destapado inodoros, matado cucarachas, limpiado el asqueroso filtro del fregadero (aunque fuese arqueando) y he conseguido el dinero que he necesitado de alguna forma u otra. He comido lo que me ha dado la gana, he besado las bocas que me han apetecido y he desnudado a quienes se han dejado y ni forzándome, ni por un solo segundo logro arrepentirme de absolutamente nada.
Amo este año porque volvieron mis plumas, mis minifaldas, mis carcajadas, mis llantenes, mis rabietas, mis furias, mis pasiones. Amo este año porque ni por un momento he olvidado que estoy viviendo, que me caigo y la piel me sangra, me corto y me arde, mi país se hunde y me duele, mi universidad me la arrebatan, me la violentan y me indigna. Amo este año porque aprendí a sentir, a preocuparme porque mi sobrina venga a un mundo sin posibilidad de una educación accesible, sin derecho a aprender en un foro libre, como era mi universidad, quiero que ella sea sabia, tenga opiniones aunque no sean las mías, pero que no padezca de ignorancia, que no sufra de desconocimiento, que jamás sea víctima de la indiferencia. No sé si es el tiempo o las pérdidas o la súbita claridad que dan las tragedias, pero últimamente me paso sufriendo dolamas que antes entendía ajenas. Me duele la gente sin casa, en especial los días de lluvia como una extensión de mi barrunto, vivo aterrada de atropellar a un vagabundo, me paso sintiéndome culpable del hambre y del analfabetismo y con ganas de hacerme rica para montar un refugio de animales, para dar educación sexual a los adolescentes fuera de instituciones religiosas o gubernamentales que terminan siendo la misma mierda. Y como todo en esta vida, no sé por dónde empezar porque me dan más de tres opciones y automáticamente me paralizo, me bloqueo.
Ando fascinada con cosas que antes me parecían normales, lo impresionante de la mecanografía, esa conexión casi mágica de mi cerebro con mis manos, con un teclado, con una computadora, que sin mirar sé cuándo mis dedos saltaron una letra o repitieron otra. Ando asombrándome porque mis pies (que casi no tienen coordinación motora alguna) automáticamente saben acelerar y frenar un carro y si me preguntaran con cuál se acelera y con cuál se frena tendría que detenerme a pensar para contestar.
Este año aprendí a identificar los lugares donde puedo estar sola sin sentirme sola. Sitios donde no quiero llevar a nadie que me los arruine, lugares donde los meseros me dicen princesa, me traen sólo un menú, bartenders que me ponen la cerveza en frente sin siquiera preguntarme para que me dé el primer sorbo directamente de la botella y aunque sea por una fracción de minuto, y aunque sea porque ando escotada o porque doy buenas propinas, en ese sorbo trasciendo los códigos de orden público y me siento victoriosa. Gente que no se asombra con la cantidad de comida que soy capaz de consumir por mí misma y no intenta montarme conversación. Es difícil en un país como este que la gente respete la soledad en general, ni hablar de la escogida.
En este año logré ver el país desde un avión dos veces, me tatué por primera vez y descubrí una incipiente adicción de mi piel a la tinta, fui a más conciertos que nunca antes, tuve más de una atracción masiva (como diría un amigo genial que tengo), fui a más bodas que nunca en mi vida, me volví experta en brindis, me reí como hace años no lo hacía, me dolió la clavícula y regresaron las punzadas de pecho, casi siempre por motivos felices, mis córneas se resintieron, bailé como nunca antes, mi cadera se desencajó en momentos especialmente inconvenientes, me amanecí como si fuese adolescente, lloré hasta quedarme sin aire, encontré un trabajo que para mi sorpresa me fascina, me he vuelto más voluptuosa, tengo un romance intelectual con un jevo tuitero, sigo amando y viendo a Iván y me siguen importando tres cominos que la gente lo entienda o no, voy a ser tía, estoy escribiendo una novela, regresaron amigas perdidas, se me agudizaron los vicios, tuve recaídas en ciertos cuerpos, he celebrado mis errores, tuve una cómplice en todas mis noches de juerga, y lo más importante del 2010 es que me gusto. Me he vuelto a gustar, me gusto mucho, lo suficiente para no querer cambiar por nada ni nadie, para no tener resoluciones que conlleven nada más que amarme más y mejor, que concederme los placeres culpables o inocentes que quiera y que me merezco, para atreverme a decir en voz alta hasta frente a figuras de autoridad mi opinión por ofensiva o disidente que sea. Esto es lo que soy, esto es lo que hay, celebro los #triunfos pequeñitos, lloro y abrazo mis grandes tragedias, reconozco lo defectuosa que soy, lo contabilizo y lo asumo, y me añoño porque en ocasiones he sido perfecta con lo poco o mucho que he tenido. Por eso le doy gracias al 2010, por permitirme ver aún con las córneas manchadas lo hermosamente dolorosa que es la vida y por ponerme en mi vida gente que estuvo conmigo al menos uno de los 365 días para besarme, abrazarme, gritarme, llorarme, morderme, pellizcarme, desnudarme, alimentarme, ayudarme, consolarme, animarme, contestarme, masajearme, y dejarme saber que nunca estaré sola ni tendré motivos para aburrirme. Pido lo suficiente para lo próximo y al 2011, que me ame, pero sólo si se atreve.