Mi primer amor era el hijo de un
amiga de mami, grande, fuerte, tosco. El nene me zarandeaba cada vez que me
veía y a mí, a mí, pues, me encantaba. Luego en Kinder me enamoré de uno con
novia, una novia colorá con pelo riso y ojos verdes que me hizo preguntarle a
mi madre si la gente con ojos claros veía de otro color. Mami con mucha lógica
y muy poca dulzura me contestó preguntándome: ¿tú ves marrón? Desde entonces
siempre he desconfiado un poco de la gente cuyos ojos no sean lo
suficientemente oscuros. Mi tercer amor fue un nene flaco, alto, ojeroso, con
pestañas larguísimas, los ojos perpetuamente aguaos, boquetitos en los
cachetes, asmático y zurdo. Dicen que a la tercera va la vencida.
El nene llegaba tarde todos los
días y faltaba mucho. La maestra lo llevaba al palo porque todos sus trabajos
estaban sucios. Un día me puse a mirarle la libreta de caligrafía y era cierto,
las páginas tenían borrones, un mar de carbón por encima de los trazos. Yo
terminaba las cosas a las millas, y me ponía a mirarlo. Me eslembaba viendo cómo
el pobre se contorneaba en el pupitre para poder escribir. Volvía su torso un
espiral, su cuerpo sencillamente no conseguía acomodo. Escribir para él era
toda una proeza. En esas contemplaciones estaba cuando la maestra le pegó un
grito, “mira la libreta, está asquerosa chico” y yo alcé la mano, “permiso
misi, lo que pasa es que él escribe con la mano que no es y por eso le pasa la
mano por encima a lo que acaba de escribir y se le ensucia todo, yo vi las
páginas y estaban limpias”. La maestra me miró mal, me dijo que no me metiera
en lo que no me importaba y así lo conquisté.
A veces lo cuento como mi primer
amor, porque fue mi primera postal de San Valentín. Era una tarjetita de
Tazmania y decía en su letra: “me gustas más que la lucha libre”. Más de una
veintena de años después creo que ha sido una de las declaraciones de amor más
honestas que he tenido el privilegio de recibir. Ese año mis papás separaron
Felicilandia entero para celebrar mi cumpleaños. El día antes, la mamá del nene
llamó a la mía y le dijo que no iba a poder ir porque estaba en el hospital con
asma. Yo le dije a mis papás que cancelaran el cumpleaños, la fiestecita cuasi
fiesta patronal no tenía sentido si él no iba. La yo de segundo grado era casi
tan voluntariosa y dramática como la actual.
Desde ahí desarrollé un fetiche
con los zurdos. Cuando alguien me dice que es zurdo, automáticamente sube en mi
escala de estima a modo de express pass. A alguna gente le pasa con ciertos
signos zodiacales, a otros cuando toman los mismos talleres de rediseño
personal y otros tantos por ser de un partido o fanáticos de algún equipo de
algún deporte en particular, pero a mí me pasa con los zurdos. Me enternece
cómo se mueven, me embelesan sus manierismos, me fascina la forma en que
interactúan con un mundo hecho por y para diestros.
Apenas un 13% de la población es
zurda, lo que les da este aura de modelos limitados estilo boutique. Tengo un
amigo doctor que me garantiza que los zurdos están mal cableados y que él, en
lo personal, no sale con zurdas. También me hizo la salvedad de que en mi caso
muy particular esta configuración errónea podría funcionarme, dadas mis
circunstancias (queriendo decir que tengo un corto circuito por default). Esta
gente no es que azarosamente usen una mano en vez de la otra, hay estudios que
dicen que oyen mejor con el oído izquierdo, ven mejor con el ojo izquierdo y su
visión espacial completa se dirige por la izquierda. Los zurdos, los pilotos,
las azafatas y los fumadores (otra debilidad personal en rehabilitación) tienen
una expectativa de vida 9 años menor que el resto de los mortales.
Una vez llamé a una persona con
la que vivía y le pregunté, ¿para qué lado es que tú pones los ganchos de ropa?
Me contestó preguntándome: ¿me estás preguntando que para qué lado es que van
los ganchos? Le dije que no, que no había una forma correcta, que le estaba
preguntando cuál era la suya y él me aseguró que él estaba correcto, el gancho
va hacia la izquierda cuando la pieza de ropa está frente a ti, que si tenía
dudas fuera a las tiendas y lo comprobara. Comprobé que él era derecho, por
dentro y por fuera y que vivía en un mundo hecho a su favor.
Siempre he tenido, tuve y tengo
la corazonada de que los zurdos tienen el corazón más grande que los derechos. Aunque
mi sentido de ubicación espacial es paupérrimo, según lo que he leído, el
corazón está situado en alguna región del tórax, entre los pulmones, encima del
diafragma, separado de las vértebras, por delante del esófago y detrás del
esternón. Básicamente es imposible de localizar para nosotros los no cirujanos
cardiovasculares. Pero nos enseñan que está en el lado izquierdo o al menos ahí
nos ponemos la mano derecha* para jurar. Quizás mi amor por los zurdos viene de
una ecuación bien directa y clichosa de que usan más el lado del cuerpo donde
se ubica el corazón. Tal vez es porque presiento que tienen una noción más
amplia de sus alrededores. Presumo que como la necesidad es la madre de la
invención, no han tenido más remedio que familiarizarse con formas y maneras
distintas a las propias. Me parece que tienen una dosis más alta de empatía,
una capacidad más profunda de solidaridad.
La yo de ahora ama a un hombre
más grande que ella. El presente me da trabajo pero vamos, amo a un hombre más
grande que yo. Anatómicamente hablando, tiene que tener el corazón más grande
que el mío. El tamaño promedio de un corazón dicen que es el del puño cerrado. Si
él mide trece pulgadas y media más que yo, matemáticamente hablando mi
hipótesis es requete probable. Médicamente hablando que un corazón se
engrandezca es un peligro para la salud. Un corazón agrandado se puede deber a
exceso de ejercicio y al tener que aclimatarse a las condiciones del organismo,
como músculo solidario que es. El corazón es el dirigente del tráfico, por algo
tendremos a un zurdo encaminando la vida por las venas.
Me he enamorado de un zurdo,
reincidente al fin. He cedido el lado izquierdo de la cama y ahora mi cepillo
de diente está siempre en el lado derecho del espejo. No importa la forma en la
que cuelgue la ropa limpia, porque en un hogar ambidiestro, ninguna forma es la
correcta. Pero por las mañanas ya tengo la greca lista y puesta en la hornilla,
con el mango a la izquierda, por supuesto. Como como zurda, por lo que nuestros
codos no chocan nunca. Atléticamente hablando los zurdos son considerados
aventajados. Quizás tiene que ver con el factor sorpresa, con la falta de
previsibilidad, con un sistema de moción totalmente distinto. Tal vez en el
fondo es una cuestión evolutiva y en el futuro naceremos zurdos, sin apéndice,
sin cordales y con menos dedos en los pies. A lo mejor estoy viciada pero
siento la certeza de que los zurdos tocan distinto a la mayor parte de la
humanidad. Quizá toda mi teoría es una simple excusa para justificar que amo a un corazón más
diestro en amar que el de esta derecha perennemente izquierdosa.